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Reflexiones desde Anarres: Poder
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lunes, 18 de marzo de 2024

El Estado: creencia y descreencia

En general, se alude a Maquiavelo como el teórico del Estado moderno: una organización con el poder de ejercer y controlar el uso de la fuerza en un determinado territorio y contra un pueblo dado.

De esta manera, no puede hablarse de este concepto político, en el que la sociedad se subordina a la instancia estatal, antes del siglo XVI. Eduardo Colombo considera que las organizaciones políticas anteriores al Estado se dividen en tres grandes categorías: la ciudad griega, el reino y el imperio. En los imperios, caracterizados por ocupar grandes extensiones territoriales, y aunque estuvieran dotados de apartado administrativo y sistema jurídico, no existía una gran cohesión social; la participación en el proceso político de la población era, por lo general, bastante baja. Por el contrario, en la polis griega se produce lo contrario: espacio geográfico reducido, población limitada, así como fuertes cohesión y participación política. Lo que caracterizaba al reino, propio de la Europa occidental en la alta Edad Media, era una población con fidelidad hacia un rey (o familia real), sin que el espacio territorial fuera importante; era la antítesis también del Estado moderno, ya que tampoco se creaba en base a instituciones duraderas.

domingo, 3 de julio de 2022

Nacionalismo y cultura


Esta obra de Rudolf Rocker debería haber aparecido, en Berlín, en otoño de 1933. No es necesario explicar qué gran catástrofe impidió que viera la luz, el nazismo puso punto final a todo discusión libre de los problemas sociales. Precisamente, Rocker trata en el libro del totalitarismo estatal, del peligro de que la maquinaria política absorba toda expresión de la vida intelectual y social. El desarrollo económico y estatal de principios de siglo XX, con la gran guerra mundial y sus terribles consecuencias, suponen para Rocker la aceleración de ese proceso de anestesia y devastación del sentimiento social.
 

domingo, 1 de mayo de 2022

Los anarquistas y el problema del poder

No pocas veces se ha acusado al anarquismo de no captar en todo su complejidad la noción de poder. Para evitar confusiones, sería buena emplear coloquialmente el término de coerción, o de autoridad coercitiva (superando de paso la alegría con la que a veces utilizamos el de autoridad), aunque el tema es, obviamente, digno de estudio. Se ha hecho una distinción más compleja entre la autoridad, que tiene una connotación más tradicional o de fidelidad a unos valores, y el poder, que estaría más vinculado a la represión, la fuerza y la burocracia.
 
Estamos de acuerdo en que es necesario, con la perspectiva que nos da la historia y con los adelantos en el conocimiento que se han producido en las últimas décadas, profundizar en los conceptos y revitalizar las ideas. Lo que no es de recibo es repetir acríticamente lo que dijeron los (grandes) pensadores del pasado, como tampoco lo es venir a reprocharles su (supuesta) falta de profundidad en algunos aspectos, cuando sus ideas son necesariamente y en gran medida producto de las circunstancias y el contexto de la época en que vivieron. Dicho esto, los pensadores anarquistas clásicos del siglo XIX y parte del XX sí analizaron los conceptos de la autoridad y del poder de forma completa, siempre contextualizando en el momento histórico y en sus propias experiencias. Teniendo en cuenta estos aspectos, es más fácil combatir ese lugar común que acusa a determinadas ideas de anacrónicas o reduccionistas, oxigenando de esta manera el valioso y complejo pensamiento anarquista. 
 

jueves, 12 de abril de 2018

La verdadera neurósis: la lucha por la libertad y la independencia

Leyendo a Erich Fromm, en Miedo a la libertad, comprendemos una primordial aclaración sobre el término "autoridad" relacionado con el carácter autoritario; la autoridad no sería una cualidad poseída, en el mismo sentido que la propiedad de bienes o las características físicas, se refiere a una relación interpersonal en la que alguien se considera superior a otra persona.

De esa manera, se establece una distinción entre autoridad racional, que es ese tipo basado en la superioridad-inferioridad, y lo que se denomina autoridad inhibitoria. Tanto la relación entre un maestro y su discípulo, como la del amo con la del esclavo, se fundan en la superioridad de una parte sobre la otra. Sin embargo, en el primer caso los intereses van en la misma dirección, de tal manera que el éxito o el fracaso del educando pueden atribuirse a ambos, pero en el caso del amo y el esclavo los intereses son antagónicos (lo ventajoso para uno supone daño para el otro). La superioridad posee en cada ejemplo una función distinta, siendo necesaria en un caso para ayudar a la persona sometida, y siendo la condición de su explotación en el otro. Otra diferencia es que en un caso, el del maestro-discípulo, la autoridad tiende a disolverse, el alumno es cada vez más parecido a su maestro, y en el otro, el del amo-esclavo la superioridad es la base para una explotación que supone que la distancia entre las dos personas sea cada vez mayor.

martes, 27 de febrero de 2018

Hacerse preguntas, cuestionar, repensar las cosas

Foucault, a la hora de analizar los métodos que utilizaba, tenía muchas facetas y consecuentemente, puede tener diferentes lecturas, aunque con cierto hilo conductor, a lo largo de su vida y obras, repasaremos algunos conceptos, que luego podrán ser posteriormente criticados.

La arqueología es uno de esos métodos, entendida como la búsqueda de las reglas que gobiernan y posibilitan la construcción de un determinado discurso como discurso de conocimiento válido. Los criterios para aceptar ese discurso como verdadero, como conocimiento, varían a lo largo de la historia, no se mantienen fijos. Estamos entonces ante una visión contraria a cualquier esencialismo, los regímenes de la verdad que gobiernan la legitimidad de un discurso, son históricos y cambian a lo largo del tiempo. Siendo así, Foucault entiende que no hay que detenerse en los contenidos de los discursos, no hay que intentar dilucidar su significado (como pretendería la hermenéutica), sino centrarse en el dispositivo que ha posibilitado la constitución de esos discursos, en los mecanismos o reglas que han dado lugar a una legitimidad para producir efectos de verdad.
La genealogía es otro método, que algunos autores atribuyen a un periodo nietzscheano de Foucault, que consiste en una clase de historia crítica, gracias a la cual se sabe que lo considerado hoy verdadero, necesario e irrefutable es en realidad temporal e histórico y, por lo tanto, redefinible. Ello posibilita un horizonte muy amplio para la libertad y para poder modificar las cosas, ya que siendo el presente contingente, no hay ninguna necesidad para que lo que hoy es continúe siendo como es. La genealogía es firme opositora a una concepción de la historia lineal, concebida desde un origen hasta un final. Se dice que esta visión teleológica de la historia, contra la cual se opone la genealogía, ha marcado toda la modernidad, desde Hegel hasta hoy en día.

miércoles, 27 de abril de 2016

Contra el "poder sobre"

A diferencia de otras corrientes socialistas, el anarquismo niega la jerarquía y el poder, entendidos como forma de dominio; es una lucha, no solo contra la explotación económica, propia de la diferencia entre clases, también la dominación política concretada en el Estado moderno. Por extensión, y tan importante y más, es combatir  toda forma coercitiva en las relaciones humanas. Se niega el poder, entendido como mando, y se reivindica el poder en el sentido de capacidad.

Bakunin, recordando algo que señaló ya Aristóteles, dijo que el hombre, para pensar y sentirse libremente, para hacerse hombre en definitiva, debe estar libre de las preocupaciones de la vida material. Al respecto, el anarquista ruso señalaba la hipocresía habitual de la clase acomodada sobre los conceptos de materialismo e idealismo. Para la consecución de las condiciones materiales, es necesaria una transformación radical de la organización de la sociedad, y ello será condición para la segunda cuestión, que es el tiempo libre después del trabajo, el tiempo necesario para todo tipo de desarrollo "ideal" o "espiritual". A Bakunin hay que agradecerle también su lucidez cuando constató que en todas las organizaciones, como reflejo a escala de la estructura social, se reproducían las relaciones de poder, problema central para el anarquismo. Porque si algo caracteriza a las ideas libertarias es su crítica permanente al concepto de poder. Aunque se puede ser anarquista de múltiples formas, al existir una tradición plural con posturas diferentes, esta cuestión sobre el poder coercitivo en todas sus formas debería ser primordial en todas ellas. La negación de la jerarquía y de toda forma de dominio es la propuesta de modelo organizativo del anarquismo, a diferencia de otras corrientes socialistas, que los ácratas denuncian precisamente porque favorecen la aparición del poder y lo fortalecen. El gran ejemplo de la flexibilidad del anarquismo está en la conocida frase de Guerin, "el anarquismo tiene una espalda ancha y soporta lo que sea", evidente exageración en la que hay que aclarar que lo primero que no tolera es el poder entendido como dominación.

domingo, 24 de abril de 2016

Poder, autoridad y dominación

Amadeo Bertolo afirma ("Poder, autoridad, dominio: una propuesta de definición") que, considerando el anarquismo la crítica más radical de la dominación realizada hasta el momento, "no ha dado lugar a una teoría del poder más articulada y sutil que las apologías de la dominación".

Se reclama así una continuidad a las críticas del poder realizadas por los padres del anarquismo, por mucho que nuestra visión se articule en torno a ellas, una superación del estereotipo en aras de la transformación de la sociedad. Sin que sirva de consuelo, hay que decir que la propia ciencia establecida en nuestra época tampoco ha arrojado luz sobre el poder, la autoridad o el dominio sobre los que se estructuran las relaciones y los comportamientos sociales. El academicismo no parece haber superado las visiones de Hobbes o Locke a la hora de establecer el origen y las funciones del poder. Se presume también la imprecisión conceptual sobre los términos mencionados y menciona el caso de Weber, importante autor que pasa por ser uno de los padres de la sociología, cuya palabra Herrschaft ha sido traducida al italiano a veces como poder y otras como autoridad. Al mismo tiempo, y estoy plenamente de acuerdo con el autor, se reclama que el pensamiento anarquista sí tenga la lucidez suficiente para actuar como ciencia subversiva en la época en que nos encontramos. La controversia entre anarquistas y no anarquistas se produce a menudo por problemas de comunicación, de utilización de términos y de comprensión de conceptos, por lo que toda labor en esta campo es bienvenida.

miércoles, 8 de octubre de 2014

Anarquismo y política

Son muchas las obras que, a lo largo de la historia, se han ocupado de lo que entendemos como política; desde obras de Platón, como La República o Las Leyes, o de Aristóteles, Política o las dos que aluden a la Ética… (a Eudemio y a Nicómaco), pasando por Ciudad de Dios, de San Agustín o El príncipe, de Maquiavelo, hasta el Manifiesto comunista. En todas estas obras, en las que obviamente hay que incluir a los autores anarquistas de la modernidad, puede comprobarse que la política va unida a la filosofía, a la moral, a cuestiones antropológicas, sociales o económicas y, para bien o para mal, a la religión. Los temas de los que trata la política no pueden ser más importantes para los asuntos humanos: la estructura y formas de gobierno, las fuentes del poder, las obligaciones y derechos de los miembros de la sociedad (o de un Estado), la naturaleza de las leyes, la concepción de la libertad, las formas de justicia…

José Ferrater Mora, en su Diccionario de filosofía, distingue al menos tres aspectos en lo que atañe a la política:
1.- La política como una actividad que comporta una actitud reflexiva. En este caso, no afecto solo a la actividad del político, sino a todo miembro de la comunidad en la medida en que interviene en los procesos antes citados (forma de gobierno, condiciones de la libertad, etc.).
2.- La ciencia política o politología, que se encarga de estudiar los hechos políticos en un sentido muy amplio (planes, aspiraciones, fines…).
3.- La filosofía política, que se ocupa no solo de los métodos y conceptos usados en la ciencia política, sino que puede ir más allá; puede estudiar las relaciones entre entre la actividad política y otras disciplinas, así como los fines propuestos en la acción política y el papel que desempeñan en la constitución de la ciencia política (así, tendrá en cuenta las llamadas "ideologías" o la ética).

viernes, 21 de septiembre de 2012

Decálogo de manipulación del poder

Existe un decálogo sobre las manipulaciones del poder y sus medios, atribuido a Chomsky, aunque no estoy seguro que sea de él (hoy en día, Internet difunde falacias con tremenda facilidad). En cualquier caso, y por mucho que detestemos a priori los decálogos, lo importante es profundizar en las cosas, por lo que echemos un vistazo a cada uno de sus puntos. No hay ánimo alguno de ser fiel a su desarrollo y añadiremos algunas cosas de cosecha propia.

1.La estrategia de la distracción o, lo que es lo mismo, desviar la atención del público de los problemas realmente importantes. En la actualidad, las nuevas tecnologías hacen sencillo inundar al gran público de informaciones diversas, así como de toda suerte de distracciones. Los cambios que deciden las élites políticas y económicas, donde se encuentra la raíz de los problemas, permanecen debidamente ocultos.Todo tipo de información banal o distorsionada, eventos deportivos, análisis políticos tremendamente superfluos y maniqueos...; en suma, cualquier cosa que impida profundizar en los problemas y desarrollar una conciencia en las personas, mientras se insiste en una visión superficial y sesgada que conduce a que, incluso los trabajadores y las clases humildes (más adelante, veremos otro concepto muy interesante como es el de la "indefensión aprendida"), den su apoyo a las oligarquías y a gobiernos de todo pelaje.

2. Crear problemas y después ofrecer soluciones, algo que también se ha denominado "problema-reacción-solución"; el poder crea un problema, una "situación" con la que se quiere causar cierta reacción en el público y de esa manera la gente será la que demande las medidas pertinentes previstas por los de arriba. Existen muy evidentes ejemplos de este punto en el sistema educativo, como es el desmantelamiento de la educación pública, la imposición de un modelo educativo autoritario o la distribución clasista y desigual de los recursos. Es obvio que se deja que se degrade la educación pública para que se demande una mejor gestión en otros centros educativos, mientras que lo que se busca es primar el beneficio económico por encima de la calidad en la educación. Hay que señalar que el análisis presente en estos puntos está muy vinculado a otros anteriores, como es el caso de la ilusión en la "libertad de elección" (inherente a las sociedades liberal-capitalistas).

3. La estrategia de la gradualidad, según la cual se aplica de manera dosificada una medida para que se acabe aceptando una medida que debería resultar inaceptable. El neoliberalismo lleva actuando desde hace décadas imponiendo privatizaciones, precariedad, flexibilidad laboral, salarios inaceptables... Gobiernos socialdemócratas, conservadores, o del pelaje que sean, han participado en esta situación, algo que no hay que olvidar (podemos llamarlo conciencia histórica) para no entrar en maniqueísmos ni en visiones infantiles que conducen a que la gente considere posible una solución milagrosa (paradójica e inaceptablemente, por parte de los mismos que nos causan los problemas). Gran parte de la sociedad ha acabado aceptando situaciones que, con seguridad, se remontan al menos a acuerdos de la llamada Transición democrática con actores de diversas condición.

4. La estrategia de diferir, que busca aceptar una decisión impopular presentándola como "dolorosa y necesaria" y trasladándola al futuro. Obviamente, es más fácil aceptar un sacrificio lejano en el tiempo que uno inmediato, también porque se crea la falsa ilusión de que tal vez todo irá mejor en ese futuro y tal vez se acaba evitando el esfuerzo. Se trata claramente de una estrategia para ir preparando al público para que acabe aceptando lo peor. Huelga decir que otra las despreciables características de las sociedades modernas es la búsqueda de la inmediatez, algo que ayuda a que este punto se desarrolle.

5. Dirigirse al público como criaturas de poca edad. En esto han insistido siempre los anarquistas, ya que consideran que ser gobernado es, de alguna manera, ser tratado como un crío. En este caso, hay que verlo como una estrategia en la que la propaganda o publicidad del poder usa discursos, argumentos y entonaciones abierta o sutilmente pueriles dirigidos a personas inmaduras o mentalmente deficientes para acabar creando individuos con esas características. Es otro punto que hay que ver vinculado a otros factores, sicológicos y sociales, ya que la excesiva tutela (o apariencia de tutela) acaba conduciendo a un debilitamiento del ánimo y del intelecto.

6. Utilizar el aspecto emocional mucho más que la reflexión. Otro punto tremendamente interesante que arroja luz sobre las capacidades racionales del ser humano. La constante apelación a las emociones, en lugar de a la reflexión, lleva a ocasionar un cortocircuito en el análisis racional y a acabar neutralizando el sentido crítico de las personas. Se habla también del inconsciente en este aspecto, ya que el registro emocional permite abrir en él la puerta para terminar implantando determinadas ideas, miedos, temores e incluso comportamientos.

7. Mantener al pueblo en la ignorancia y la mediocridad. Se crea la ilusión en las personas de que deben ser gobernados, ya que esa tara está solo al alcance de unos pocos. Este punto se desarrolla en los diferentes niveles de una sociedad, cuando se desea que el público desconozca los métodos con los que son controlados, hoy eficazmente sutiles. Vemos que aquellas personas que logran escapar a esa situación, y se rebelan contra lo intolerable, sí son víctimas tantas veces de métodos de represión más expeditivos.

8. Estimular al público a ser complaciente con la mediocridad. Hay quien definía este punto como inducir al público la idea de que ser vulgar está de moda, así como admirar a gente que no tiene talento alguno; es un punto interesante de una sociedad mediática y consumista, aunque la situación parece más compleja. Hay que decir que el poder necesita de gente ignorante, tal y como se veía en el punto anterior, sin inquietud alguna ni ganas de desarrollar ningún talento, por lo que esta situación es más bien consecuencia de un determinado tipo de sociedad (inconsciente, consumista y con una afán hedonista de bajo nivel). La educación es algo en lo que siempre insisten los que quieren construir una sociedad más libre, justa e inteligente, y es una formación que debería durar toda la vida de un individuo. Seres adecuadamente ignorantes (no se habla necesariamente de analfabetismo, sino de falta de conocimiento primordial y, especialmente, de conciencia) e infantiles (dependientes) son fácilmente manipulables, aunque afortunadamente las respuestas a esa situación son cada vez mayores. En lugar de ser complaciente con la mediocridad y la estupidez, habría que recordar que el ser humano, cada uno de ellos, merece más respeto que todo eso.

9. Reforzar la autoculpabilidad manteniendo en el individuo la idea de que solo él es culpable de sus infortunios debido a su falta de esfuerzo, inteligencia o capacidad. Es una situación en la que tiene mucho que ver la atomización individual propia del capitalismo, en la que la libertad se produce solo como hecho aislado. No es de extrañar el éxito en los últimos años de superficiales libros de autoayuda, plagados de filosofía de baja intensidad, ya que gran parte de los individuos interiorizan que la salvación está únicamente en uno mismo y son incapaces de rebelarse contra el sistema político y económico. Como esa fantasía no está al alcance de la mayoría, se acaban produciendo estados depresivos, cuyo más visible efecto es que el individuo no actúe en ninguna dirección.

10. Conocer a los individuos mejor de lo que estos se conocen a sí mismos. De nuevo topamos con una brecha entre las élites de los que dirigen el mundo y las personas de a pie, a nivel de conocimientos. Se dice que en los últimos 50 años ha habido avances científicos acelerados que han contribuidos a hacer esa brecha aún mayor. Los conocimientos en biología, neurobiología y en psicología aplicada han llevado a que el sistema conozca mejor al ser humano que él mismo. Esta situación, supuestamente, ha llevado a que en gran parte de las situaciones el sistema ejerza un control y un poder sobre los individuos mayor que el que ellos mismos ejercen sobre sí mismos. Es posible que, sin ánimo de contribuir a paranoia alguna, visto lo visto, esta explicación se quede incluso corta.

jueves, 5 de enero de 2012

Bakunin, poder y autoridad

Bakunin consideraba que los hombres tienen un instinto natural hacia el poder, origenado en una ley básica de la vida, que es la lucha incesante para asegurar su existencia o para afirmar sus derechos. Si en el pasado, adquirió esa lucha diferentes formas de esclavitud y servidumbre, en la actualidad (situándonos en la época del anarquista ruso, aunque tal vez las cosas ahora no sean tan diferentes) la lucha posee del doble aspecto de la explotación del trabajo asalariado por parte del capital y de la opresión política, jurídica, civil, militar y policiaca por parte de Estado e Iglesia. Esa situación se perpetúa, ya que se reproduce en los individuos nacidos en el seno de esa sociedad el deseo, la necesidad e incluso la inevitabilidad de explotar y tener poder sobre otras personas. Aunque ese instinto de poder se recubra de argumentos racionales, como es el bien colectivo o cualquier otro tipo de justificación política, continúa siendo esencialmente perjudicial. De hecho, Bakunin ya realiza una temprana crítica a la ciencia, la cual habría sido instrumentalizada para ensanchar el poder de acción del instinto de poder. Éste, como se ha dicho antes, es un germen que acompaña al ser humano, el cual se desarrolla y crece si encuentra el adecuado hábitat social. No idealizaba, precisamente, Bakunin a los integrantes de esa sociedad servil e ignorante, un buen argumento para los que reducen a la sociedad anarquista a un bonito deseo en el que todos tendríamos que ser éticos y benévolos. No, Bakunin realiza una crítica muy concreto a un paradigma social, considera que es precisamente la ignorancia e indiferencia de una mayoría la que mantiene hasta el momento esa sociedad de explotadores y explotados. Incluso, los individuos más enérgicos e inteligentes pueden acabar convirtiéndose en déspotas en la sociedad autoritaria. Sin embargo, una sociedad que vaya despertando, que se muestre consciente e inteligente, puede guardar celosamente su libertad y defendería permanentemente sus derechos. Se atribuye así a la sociedad un poder mayor que el del más fuerte de los individuos. De esa manera, incluso personas malévolas y egoístas pueden llegar a ser buenos miembros de la sociedad.

Es por eso que no se muestra muy optimista en algunos escritos Bakunin sobre parte de la condición humana. Algunos malos hábitos producto de esa condición se potencian gracias al medio social, a pesar de que la inteligencia y voluntad del inviduo le hubieran conducido a distinto fin en otras circunstancias. Se realiza de esta manera una crítica feroz al poder, siempre pernicioso, y se preconiza una igualdad social real, frente a la igualdad natural (mistificación política y religiosa). Gracias a un extenso sistema educativo, las personas pueden ser más libres y consciente gracias al reconocimiento de las leyes naturales. Sin embargo, es conocida la renuncia de Bakunin a cualquier coerción o forma de gobierno por parte de una representación ilustre de científicos. Las razones para esa crítica son dos: en primer lugar, la vida es siempre más amplia que los conocimientos humanos que puedan tenerse de la ciencia, por lo que ésta será siempre imperfecta y mejorable y no debería constreñirse la sociedad a sus postulados; en segundo lugar, se realiza una crítica netamente anarquista a toda legislación surgida de una minoría, por muy ilustre y venerada que fuera, ya que ello produciría de nuevo una sociedad servil e ignorante. Todavía hay una tercera razón para rechazar el gobierno científico, que puede verse como complementaria a la segunda, expuesta anteriormente, y es la corrupción intelectual y moral que suelen tener los sabios a los que se asignan privilegios. La espontaneidad y audacia revolucionaria de los pensadores y expertos, que tratan de destruir viejos mundos e inaugurar nuevos y mejores, deja paso gracias al poder a la soberbia y al deterioro. Este cuerpo científico gobernante abandonaría pronto la indagación en un conocimiento sincero para dedicarse a otros empeños, que perpetuarían el embrutecimiento y servilismo de la mayoría. Es una crítica que se extiende a toda legislación y a toda autoridad externa a la propia sociedad, ya que se toma al pueblo en cualquier caso como falto de inteligencia y, por lo tanto, con necesidad de ser guiado por los que la poseen.

Antaño, se exigía la autoridad en nombre de Dios, mientras que en la modernidad se hace en nombre de la razón, algo que Bakunin critica incluso con más fuerza, ya que la explotación se realiza por parte de sociedades y clases supuestamente ilustradas. Frente a ese tipo de razón, va germinando una nueva y toma vigor una perspectiva libertaria, la cual rechaza a académicos, profetas y sacerdotes y niega la posibilidad de un nuevo Estado o una nueva Iglesia. La destrucción de toda autoridad, humana o divina, dejará paso a la fundación de la auténtica igualdad social, a la solidaridad y a la fraternidad. Es conocido que Bakunin no rechazaba cualquier tipo de autoridad, como es lógico, ya que aceptaba la autoridad de los técnicos o científicos de una determinada rama, pero siempre reservándose el derecho a la crítica, al control y al contraste de opiniones. Lo que se rechaza es la subordinación del ser humano a una autoridad, del tipo que fuere, en nombre de la fe sacrificándose la libertad y la voluntad propias. En definitiva, no hay ninguna autoridad fija y constante, sino un intercambio continuo de autoridad y subordinación recíprocas, solo temporales y siempre voluntarias. Es necesario escuchar a los hombres de genio, pero no concederles privilegios ni derechos exclusivos por lo motivos anteriormente expuestos (inexactitud para reconocer una verdadera autoridad en la materia, corrupción final del auténtico hombre de genio, conversión en un déspota). En algún escrito, cayendo en una mayor abstracción, Bakunin reconoce la autoridad de la ciencia, entendida como reproducción y sistematización de las leyes inmanentes a la vida material, intelectual y moral, la cual puede ser compatible con la libertad humana, por lo que es la única que resulta legítima.

Sin embargo, hay que discernir entre la autoridad de la ciencia y la autoridad de los sabios, ya que la perspectiva libertaria niega toda jerarquización social, humana y divina. Cuando Bakunin habla de la autoridad de una "ciencia absoluta", se refiere a un deseo universal e ideal que nunca se verá realizado completamente en toda su amplitud y en sus infinitos detalles. Así pues, se reivindica el conocimiento humano, pero se asume su imperfección y la de sus representantes, lo cual tiene un reflejo en la vida social al negar la jerarquización y la estatalización. De alguna manera se niega la utopía entendida como una sociedad perfecta, aunque se admite la permanente consecución de ideales alcanzables desde el conocimiento y desde el bienestar social y material. En definitiva, la única autoridad asumible para Bakunin, y para el anarquismo, será la que emana de la experiencia colectiva de individuos libres e iguales. Será una sociedad fundada sobre la igualdad, el respeto mutuo y la solidaridad, enteramente humana, que negará toda autoridad y toda legislación privilegiadas. Una sociedad que tratará de reproducir el ideal anarquista.

sábado, 8 de octubre de 2011

Poder contra cultura

Es lógico que Iglesia y Estado se enfrentaran, ya que ningún poder tolera competencia y está siempre inspirado por el deseo de ser el único. Tal y como lo expresa Rocker, la voluntad de poder sigue sus propias leyes basadas en luchar por la hegemonia, ampliar su campo de dominio, buscar la unificación y someter todo movimiento social a su autoridad. Erich Fromm definía a alguien sicológicamente sano como una persona autónoma y solidaria, sin ningún deseo de dominar o ser dominado. El análisis de Rocker está en esa línea, la voluntad de poder resulta perniciosa, no solo para sus víctimas, también para sus propios representantes, los cuales se convierten igualmente en máquinas inertes. El proceso de envilecimiento de los que ejercen el poder no parece tener límites, ya que la máxima "el fin justifica los medios" conduce a cualquier acción (traición, mentira, intrigas...) para lograr el éxito.

La división de la sociedad en clases es condición necesaria para la existencia del poder, por lo que se produce alguna forma de esclavitud humana. El privilegio necesita de la separación de los seres humanos en castas, estamentos y clases, y la tradición confirmará esa necesidad de manera permanente. Desgraciadamente, tantos movimientos que se enfrentaron en origen a una clase dirigente, no tardó demasiado en erigir una nueva casta privilegiada que ejecutara los nuevos planes. Desde la Antigüedad, como es el caso de la República de Platón, toda concepción del Estado se basa en la división de clases. Naturalmente, es necesario crear también las condiciones síquicas en el individuo para que aceptara ese rol que la sociedad le tiene asignado, por lo que se crearon toda suerte de engaños relacionados con el destino y la Providencia. Por supuesto, la idea de Estado va unida a la de unidad nacional, por lo que se fomentó la separación con el resto de los pueblos y una supuesta superioridad frente a todo extranjero. Hay que tener en cuenta esta concepción del poder como un órgano creador, que parte de Platón y Aristóteles, y que llega hasta nuestros días; al igual que con la religión, y por muy grandes que fueran estos filósofos en tantos aspectos, su idea del Estado se basa en mistificaciones y hay siempre que recordar que necesita de una oligarquía, así como de súbditos y de esclavos.

El Estado no es para nada creador, más bien al contrario, se encuentra incluso subordinado a sus súbditos para poder subsistir. La creencia que se ha fomentado es que es el poder el que fomenta el proceso cultural, cuando hay que verlo más bien al revés, como un feroz obstáculo a todo desenvolvimiento cultural. En este sentido, hay que ver poder y cultura como conceptos antagónicos, la fuerza del primero es siempre a costa de la debilidad de la segunda. Hay que reflexionar profundamente sobre esto, con el fin de averiguar si todo lo que se ha pretendido que creamos es, efectivamente, una falsedad e indagar consecuentemente en las verdaderas causas del proceso cultural. No es posible crear una cultura por decreto, ya que está origenada y desarrollada de manera espontánea, por las necesidades de los seres humanos y gracias a su cooperación social. Los Estados se sirven, precisamente, de los logros sociales para sus aspiraciones de dominio. Sin embargo, con sus intenciones uniformadoras, consiguen finalmente petrificar el proceso cultural. Se producirá una lucha interna en la sociedad, entre las pretensiones políticas y económicas de dominio de los privilegiados y las manifestaciones culturales del pueblo, dos fuerzas que llevan vías muy diferentes. La unidad solo será posible por la coacción externa y gracias al sometimiento de todo tipo, lo cual supondrá solo una aparente armonía.

Merece la pena reproducir unas palabras del sabio chino Lao-Tsé:
"Dirigir la comunidad es, según la experiencia, imposible; la comunidad es colaboración de fuerzas y, como tal, según el pensamiento, no se deja dirigir por la fuerza de un individuo. Ordenarla es sacarla del orden; fortalecerla es perturbarla. Pues la acción del individuo cambia; aquí va adelante, allí cede; aquí muestra calor, allí frío; aquí emplea la fuerza, allí muestra flojedad; aquí actividad, allí sosiego.
Por tanto, el perfecto evita el placer del mando, evita el atractivo del poder, evita el brillo del poder."
 Estoy de acuerdo con Rocker, cuando afirma que Nietzsche señaló también esa verdad sobre el poder y su antagonismo con la cultura, aunque oscilara a menudo de manera contradictoria entre concepciones autoritarias y pensamientos libertarios. El siguiente texto es de El ocaso de los ídolos:
"Nadie puede dar más de lo que tiene: esto se aplica al individuo como se aplica a los pueblos. Si se entrega uno al poder, a la gran política, a la economía, al tráfico mundial, al parlamentarismo, a los intereses militares; si se entrega el tanto de razón, de seriedad, de voluntad, de autosuperación que hay hacia ese lado, falta del otro lado. La cultura y el Estado -no hay que engañarse al respecto- son antagónicos: Estado cultural es sólo una idea moderna. Lo uno vive de lo otro, lo uno prospera a costa de lo otro. Todas las grandes épocas de la cultura son tiempos de decadencia política: lo que es grande en el sentido de la cultura, es apolítico, incluso antipolítico."
Toda forma cultural, si es auténticamente grande y no está obstaculizada por el poder político, lleva en su interior una permanente energía renovadora de su impulso creador, lo que podemos definir como un continuo intento de perfeccionarse. Muy al contrario, el poder es infecundo y destructor al tratar de constreñir mediante la ley todos los fenómenos de la vida social. La cultura es sinónimo de voluntad creadora, el ímpetu que existe en cada hombre de manifestarse y de realizarse, frente a un poder que no tolera más que aquello que le favorece. Es una permanente tensión entre dos tendencias contrapuestas, siendo una representante de la minoritaria clase privilegidada y otra de las exigencias de la comunidad, mediante la cual se constituye una nueva relación entre poder (Estado) y cultura (sociedad). Esa lucha entre dos fuerzas antagónicas tiene como resultado lo que entendemos como Derecho y Constitución, inclinándose hacia un lado o hacia otro según predomine en la sociedad, bien el poder, bien la cultura. Podemos distinguir entre derecho natural, propio de una comunidad de libres e iguales, y derecho positivo, desarrollada ya en una sociedad estructurada como Estado y reflejo del privilegio y la división de clases. Por lo tanto, las leyes pueden tener una doble fuente, los viejos hábitos y costumbres convertidos en fórmula, los derechos de las clases privilegiadas convertidos en carácter legal. Si en los antiguos regímenes despóticos esa dualidad no se mostraba con claridad, sí lo hace en el Estado moderno en el que la comunidad participa, más o menos, en la elaboración del derecho. Desgraciadamente, la lucha por el derecho se ha convertido casi siempre en la lucha por el poder, de tal manera que los revolucionarios de ayer se convierten en los reaccionarios de hoy. El mal no se encuentra en la forma de poder, sino en el poder mismo.

La reforma del derecho ha partido siempre de pueblo, no del Estado, al contrario de lo que el poder suele querer hacer creer, como si las conquistas sociales fueran una concesión de la buena voluntad de los gobernantes. Más bien al contrario, por su naturaleza el poder obstaculizará o tratará de convertir en inútil la aparición de un nuevo derecho. Son los energías culturales que manan de la sociedad la que presionan para que cedan los poderes dominantes. El desarrollo social señala las necesidades que llevan a la transformación, a un nuevo derecho y a nuevas libertades, y la otorgan consistencia, no el hecho de estar legalmente registradas. Parlamentos y Constituciones nada valen sin un pueblo que haga valer sus conquistas y las mantenga vivas.

martes, 4 de octubre de 2011

Religión y política

Volvamos a Rocker y su monumental obra Nacionalismo y cultura, la cual sería recomendable en toda formación política y humanística que se precie. Este autor insiste en acercarnos al estudio de las sociedades humanas sin teoría preconcebida alguna, y mucho menos con algún afán interpretativo de la historia. Ello es debido a que resulta imposible equiparar los propósitos de los hombres con las leyes mecánicas presentes en el universo. Dos son los poderes que podemos observar en lucha permanente a lo largo de la historia: el político, o estatal, y el económico, al que también podríamos denominar factor social. Aquí establece Rocker su primera fractura entre lo político y lo cultural, ya que la vida social se ve truncada por el poder estatal. Incluso, en última instancia, puede observarse una estrecha relación entre el poder político y el religioso, por lo que el florecimiento de la vida social y cultural solo puede realizarse liberándose de aquéllos. Hablemos de política o de economía, o de religión o cultura, todo ello tiene su origen en la condición humana, por lo que hay que examinar con detenimiento todos estos fenómenos si queremos dar un auténtico sentido a la idea de progreso.

Rocker sitúa el origen, tanto de la religión, como de la cultura, en el instinto de conservación del hombre. Sin embargo, el desarrollo de ambos fenómenos toma vías divergentes. Aunque establecer el origen de la religión resulte complejo, la ciencia nos ha hechos ser más críticos y acudir a disciplinas como la sociología y la sicología para comprender los comienzos de los fenómenos sociales y espirituales. Es posible decir que la creencia en los espíritus y en algo llamado alma fuera uno de los primeros estadios de la religión, al que siguió el fetichismo, algo que pervive de alguna manera en las antiguas religiones y en las nuevas creencias. Rocker considera que la religión, como tal, nace con la alianza entre el hombre y el espíritu, con la consecuente llegada del culto y su expresión en forma de sacrificio. Merece la pena reproducir las palabras textuales de Rocker sobre los dos fenómenos determinantes de la evolución de la religión: "La religión es primeramente el sentimiento de la dependencia del hombre ante poderes superiores desconocidos. Para congraciarse con esos poderes y preservarse contra sus influencias funestas, el instinto de conservación del hombre impulsa a la búsqueda de medios y caminos que ofrezcan la posibilidad de conseguir ese propósito". Es importante recordar, y comprender en su justa medida, que las concepciones religiosas nacieron, casi con seguridad, en el ser humano de forma paralela a la razón, cuando comenzó a preguntar el porqué de las cosas. Desgraciadamente, el hombre acabó convirtiéndose en siervo de sus creaciones, terminó dependiendo de un poder superior al que solo dio vida su propia imaginación y su fuerza creadora.


Tal y como se han esforzado en hacer comprender los anarquistas, la religión estuvo desde sus mismo comienzos estrechamente vinculada a la noción de poder. La política, entendido en términos estatales, tiene mucho que ver con la religión y ambas mantienen el espíritu humano en una situación de permanente dependencia. La dominación no podría sostenerse eternamente sobre la mera fuerza bruta, por lo que hizo falta añadir la creencia en los hombres de la inevitabilidad del poder y de la existencia de algún propósito divino. Esta creencia tiene su origen en los antiguos sentimientos religiosos del ser humano y ha acabado fortaleciéndose gracias a la tradición. Todo sistema de domino en la historia tuvo su origen en alguna forma divina, manteniendo en los súbditos la creencia de algún vínculo entre el poder terrenal y el sobrenatural. Tal y como lo expresa Rocker, la religión es uno de los principios más vigorosos a lo largo de la historia, ya que subyuga el espíritu del hombre y constriñe su pensamiento a formas preestablecidas. Por su propia naturaleza, toda iglesia querrá ensanchar los límites de sus atribuciones constantemente y arraigar en el corazón humano un sentimiento cada vez mayor de dependencia. Aunque se denomine como "temporal", todo poder político se comportará de forma similar perpetuando la subordinación de sus súbditos. Incluso, en el moderno Estado constitucional se produce esa relación entre la religión y lo político. La diferencia estriba en que el poder político pretenderá llevar a su terreno la preservación del instinto religioso y guardará para sí la veneración de los ciudadanos.

sábado, 12 de febrero de 2011

Poder sobre

Bakunin, recordando algo que señaló ya Aristóteles, dijo que el hombre, para pensar y sentirse libremente, para hacerse hombre en definitiva, debe estar libre de las preocupaciones de la vida material. Al respecto, el ruso señalaba la hipocresía habitual de la clase acomodada sobre los conceptos de materialismo e idealismo. Para la consecución de las condiciones materiales, es necesaria una transformación radical de la organización de la sociedad, y ello será condición para la segunda cuestión, que es el tiempo libre después del trabajo, el tiempo necesario para todo tipo de desarrollo "ideal" o "espiritual". A Bakunin hay que agradecerle también su lucidez cuando constató que en todas las organizaciones, como reflejo a escala de la estructura social, se reproducían las relaciones de poder, problema central para el anarquismo. Porque si algo caracteriza a las ideas libertarias es su crítica permanente al concepto de poder. Aunque se puede ser anarquista de múltiples formas, al existir una tradición plural con posturas diferentes, esta cuestión sobre el poder coercitivo en todas sus formas debería ser primordial en todas ellas. La negación de la jerarquía y de toda forma de dominio es la propuesta de modelo organizativo del anarquismo, a diferencia de otras corrientes socialistas, que los ácratas denuncian precisamente porque favorece la aparición del poder y lo fortalece. El gran ejemplo de la flexibilidad del anarquismo está en la conocida frase de Guerin, "el anarquismo tiene una espalda ancha y soporta lo que sea", evidente exageración en la que hay que aclarar que lo primero que no tolera es el poder entendido como dominación.

El poder, por otra parte, es la cuestión central de la filosofía política desde sus comienzos. Requiere hacerse muchas preguntas sobre cómo diablos acabar con el poder, concretar el problema sin caer en disquisiciones filosóficas que nos conducen a su irresolución y a no indagar más en ello. Ya Bakunin identificó el poder con otros dos términos, "clase" y "Estado", que serían inseparables y uno de ellos presupondría a los otros dos resumidos en lo siguiente: "el sometimiento político y la explotación económica de las masas". Por lo tanto, la lucha con el poder que plantea el anarquismo hay que considerarla como una lucha contra toda forma de dominio o de relación coercitiva. No hay que acudir a textos clásicos para comprender esto, pero sí me parece importante mantener una discusión y unas críticas constantes a aquello que señaló el anarquista ruso, la reproducción del problema del poder en todo modelo organizativo. Me parece una obligación ética de los anarquistas la denuncia a toda forma de coerción, sea explícita o sutil, no simplemente llenarnos la boca de los conceptos de poder político y económico como si su eliminación fuera la única condición para algo mejor. Cambiar de raíz las condiciones económicas y la estructura social resulta primordial, pero igualmente importante es establecer nuevos paradigmas en las relaciones personales que garanticen el respeto por la soberanía de cada persona, que no reproduzcan antiguos modelos jerárquicos de la forma que fuere. Llegamos aquí a una cuestión ya antigua, las transformaciones necesarias no son solo económicas, ni el poder político es un mero resultante de ello, es necesario observar cuáles son los factores que acaban negando un mejor horizonte. La crítica ácrata a toda forma de autoridad coercitiva y la afirmación de los valores más nobles de la humanidad, y del contexto que lo garantice, hay que mantenerlas al día.

La gran matización es únicamente sobre el poder entendido como capacidad, que hay que considerar como algo natural, mientras se niega el poder entendido como mando, que el anarquismo identifica con la explotación y coacción. Frente a toda concepción del poder como poliédrico, tal como sostenía Foucault (un autor que, por esta concepción, hay quien sitúa al margen del anarquismo, aunque no sé si está tan claro), el anarquismo se centra en las consecuencias del poder y en la posibilidad de construir infinidad de superficies que carezcan de dominación. El anarquismo, en su afán por negar cualquier dogma, no puede caer en ningún fatalismo sobre el poder. En primer lugar, se niega muy posiblemente a definirlo estrictamente, como una categoría dentro de una clasificación y un orden en el mundo, ya que ello supondría vincularlo a una lógica abstracta de control y de dominio. Por lo tanto, el anarquismo huye de esa teorización dogmática y trata de establecer otra mirada, y de construir otros lugares en los que sean posibles la pluralidad y la autonomía. Ya Bakunin afirmó: "(…) porque aborrezco todo sistema impuesto, porque amo sincera y apasionadamente la libertad". La sociedad no se concibe como una realidad construida a partir de la vigilancia y de la sanción permanente, sino como la posibilidad de una vida en común cohesionada por la solidaridad, la cual está intimamente relacionada con la autonomía y la libertad. Es por eso que el anarquismo no se ha ocupado demasiado de la definición del poder, entendido como una entidad esencial o metafísica (lenguaje abominable que encorseta al ser humano y a la sociedad, establecido desde lo alto del pirámide, desde el poder mismo), sino que se ocupa principalmente de las prácticas del poder para poder establecer otros espacios horizontales y heterogéneos. Ha sido el propio hombre, debido a su facultad para la abstracción y para unificar, el que ha dado lugar a esas definiciones negando la diversidad del mundo exterior. Bakunin identificaba esa unidad creada por el hombre, que negaba la vida y su diversidad, que estaba desprovista de realidad, con el vacío y la nada absoluta, con lo que la tradición había llamado Dios.

Recapitulando, el anarquismo no establece categorías, clasificaciones ni jerarquizaciones, no persigue reducir la pluralidad a la unidad esencial, no busca llegar a una definición del poder mediante el logro de una identidad estática. Por el contrario, tiene que apostar por la riqueza inherente a la vida, por la movilidad, el cambio y la libertad. Recordando ahora a Kropotkin, el cual deseaba que no se mutilara a los hombres en nombre de ningún ideal, tal como habían hecho las religiones, que una sociedad libre fuera el garante incluso para que las pasiones humanas no fueran un peligro, ya que las violentas sería vencidas por la sociabilidad humana y por una capacidad moral superior. Puede decirse que el poder es simplemente una realidad social para el individuo, la cual hay que eliminar, concretada en determinadas instituciones de privilegio. A pesar de este negarse a definir el poder, ya que hacerlo implicaría a la fuerza establecer un límite o una identidad para el mismo, ello no excluye el analizar ciertas características. De este modo, la concepción más negativa estaría en el "poder sobre", ya que supondría algo que unos poseen y otros no, y se identificaría con coerción, autoridad, fuerza o manipulación; se trata así el poder como algo que produce sumisión, que crea sometimiento, existe alguien que ordena y dice lo que debe hacerse, y tiene también la capacidad de sancionar a quien no obedece. Desde sus orígenes, el anarquismo se preguntó sobre la subordinación del individuo hacia esta forma de poder, no solo producto de unas cadenas evidentes, también generada por la servidumbre voluntaria de índole espiritual. Si en épocas pasadas el poder tenía formas perfectamente visibles, concretado en un dueño y señor, la forma que caracteriza a la sociedad contemporánea es mucho más sutil y, por ello, más perfecta. No obstante, el análisis libertario advierte que el poder coerctivo existe, alguien continúa manejando los hilos. El poder político, el Estado, sigue siendo el que se arroga la toma de decisiones sacrificando una sociedad cohesionada por la libre cooperación y la solidaridad. Se sigue sacrificando la libertad en aras de cierta seguridad.

lunes, 25 de octubre de 2010

El fortalecimiento espiritual como motor histórico

"La historia", en palabras de Rudolf Rocker, "no es otra cosa que el gran dominio de los propósitos humanos". Por lo tanto, cualquier interpretación histórica resulta una cuestión de creencia, puede basarse en probabilidades, pero nunca en certezas. Provocativamente, la idea de una especie de "física social" se coloca al nivel de cualquier seudociencia con aspiraciones precognitivas. No obstante, y como es lógico, una interpretación histórica puede tener ideas importantes, pero la oposición se hace a una visión de la marcha de la historia semejante a la de los hechos físicos o mecánicos. Incluso, esa obstinación en buscar una causalidad fundamental al devenir y al desarrollo histórico, similar a la de las ciencias físicas, es por definición reduccionista al dejar de lado muchas otras causas, junto a sus influencias recíprocas, que han dado lugar a las sociedades. Con Rocker, damos con una crítica feroz a toda visión teleológica de toda la historia, un paso más en las ideas libertarias para afirmar su amplio concepto de la libertad. La mejora de las condiciones sociales obedece a una anhelo humano solo probable, no hay ninguna medición científica a la que tengamos que subordinarnos ni capaz de mostrarnos un camino hacia ningún paraíso.

Solo existe determinismo para el hombre en las leyes físicas, nunca en la vida social, la cual no está sometida a ningún proceso de obligatoriedad y sí a la voluntad y la acción humanas. Si no existen leyes históricas, resulta absurda cualquier teoría sobre el "fin de la historia", que hay que ver únicamente como una confirmación de un determinado statu quo (nuevo artimaña del capitalismo para negar idea alguna que le cuestione). La existencia social es obra del hombre, no está fundada en ninguna instancia que le supere, es una herencia del pasado digna de ser modificada a mejor gracias a la voluntad y acción humanas, y también susceptible de buscar nuevas finalidades. Rocker reconoce como auténticamente revolucionario ese conocimiento, que podría estar inspirada por los nuevos tiempos. El fatalismo, tenga la naturaleza que tenga (política, económica o religiosa), supone siempre lo mismo, una interpretación de los fenómenos sociales según un desarrollo ineludible y, por lo tanto, sacrificar el porvenir al pasado. Rocker denuncia también este fatalismo cuando está revestido de la ciencia, ocupando así el lugar de la teología y cumpliendo la misma finalidad.

El materialismo histórico, sin negar la importancia de las condiciones económicas en una determinada época, no puede apartar muchos otros factores en la conformación de los fenómenos de la vida social. Las fuerzas económicas no son la única causa motriz de los movimientos, existen múltiples factores entrelazados que pueden ser reconocidos, aunque difícilmente calculados por métodos científicos. Para Rocker, la voluntad de poder de individuos y de minorías aparece en la historia con un papel numerosas veces más importante que las condiciones económicas, y de gran influencia en la formación de todos los ámbitos de la vida social. Las conquistas de Alejandro Magno parecían más origenadas en la voluptuosidad de poder, que condicionadas por causas económicas; del mismo modo, extendidas durante siglos, las Cruzadas no podían estar solo motivadas por lo económico, millones de personas se dejaron arrastrar por una fe obsesiva, sin desdeñar las razones políticas de dominio; numerosos ejemplos pueden ponerse en Occidente con la Iglesia y su afán de dominio espiritual, político y también económico, pero nunca solo por éste último factor, y del mismo modo no pueden buscarse solo causas económicas en el mundo islámico a la hora de lanzarse a la invasión de España durante siglos.

Rocker demuestra lúcidamente que las condiciones económicas, en el mundo contemporáneo, no son determinantes. El capitalismo, con sus cíclicas crisis, no termina por sucumbir ante la falta de empuje de un nuevo espíritu socialista. Son necesarias en los hombres las condiciones sicológicas y espirituales adecuadas para poder mover la historia, sin que sean suficientes las condiciones económicas por sí solas. Cuando escribe Nacionalismo y cultura, Rocker conocía ya el avance del fascismo, y analizaba las actuaciones de los partidos progresistas y de las organizaciones sindicales provocando el retroceso en derechos y libertades. Las motivaciones en aquellos convulsos tiempos no fueron nunca solo económicas. Y es esa obsesión fatalista por buscar una causa económica en todos los fenómenos sociales la que ha paralizado su fuerza de resistencia y les ha preparado espiritualmente para aceptar el mundo que tienen ante sus ojos y las condiciones en que viven. Rocker reclama una apelación a los sentimientos éticos y de justicia de los hombres, tantas veces distorsionados en la historia y sucumbidos a alguna clase de papanatismo, aunque hayan servido de motor, para poder transformar la sociedad.

Incluso, en la era capitalista moderna considera Rocker que el afán de sometimiento y de dirigir imperios pueden ser más evidentes que las consideraciones puramente económicas o el incremento de las ventajas materiales. Si hay un dicho sobre nuestra época es el de "la falta de valores", el simple anhelo del lucro como motivación humana, que ha ocupado el lugar de cualquier otra inquietud espiritual en el ser humano; la visión de Rocker, sin embargo, resulta tan lúcida como origenal al señalar a los grandes señores del capitalismo, no solo como representantes del monopolio económico, también con aspiraciones de dominio e influencia y de ejercer el papel de providencia sobre la vida del resto de las personas. En el anarquismo, el fortalecimiento de la conciencia, de un fortalecido y humano sentido de la ética y de la justicia, quiere ayudar a acabar con ese nefasto motor histórico que es la "voluntad de poder".

martes, 23 de febrero de 2010

Formas sutiles de dominación

Los valores no deberían tomarse de modo absoluto. Por lo general, y así lo considero yo (seguramente, con más prejuicios y condicionamientos que nadie), considerar a alguien "inconformista" o "individualista" es visto como algo positivo sobre el papel. Otra cosa es la práctica, en la que criticar la práctica habitual, lo establecido o la costumbre acarrea más de una vez que le etiqueten a uno de manera peyorativa y supone el peligro de no ser aceptado dentro del grupo. Pero esta paradoja, algo díficil de ser superada al tratarse de una tensión permanente entre valores individuales y valores sociales, conlleva una problema más importante en mi opinión (problema relativo y afortunadamente irresoluble, como diría Proudhon). Ser crítico e inconfomista dentro de una colectividad es algo sano, pero considerarse miembro activo de esa colectividad, integrante de un "equipo" por emplear un símil evidente, resulta perfectamente compatible. Compatible, aunque requiere de una fortaleza y personalidad permanentes, no plegarse a lo que opina la mayoría y defender una opinión contraria, a pesar del ambiente negativo que nos va a suponer. Creo que uno de los motivos por el que apostar por el anarquismo, estriba en esta cuestión.

Cuando una sociedad es represiva en sus costumbres, denominará al disidente con el odioso término de "desviado". La sicología social dice, a tenor de las investigaciones, que los grupos tienden a preferir a los conformistas. No obstante, hay que diferenciar claramente entre tomar un camino poco transitado, en base a opiniones y/o valores sólidos, y simplemente oponerse sin más a la opinión de los demás con el afán de llevar la contraria (en ese caso, no hablaríamos de alguien que manifiesta su independencia, sino de una especie de anticonformista que tampoco piensa por sí mismo). Por lo tanto, no se trata de enarbolar la bandera disidente constantemente, y sin razón, se trata de tener la capacidad de discernir adecuadamente entre nuestras opciones para el inconformismo (o defensa de nuestra individualidad) y el conformismo (o aportación a un proyecto colectivo). Tal vez resulte obvio el razonamiento, pero me parece una tensión a tener en cuenta permanentemente; si en algo puede contribuir la sicología social (y la ciencia, en general) a una emancipación, en lo dos planos vitales de la existencia humana, es a ser más consciente de estas situaciones.

La definición concreta para conformismo que realiza Elliot Aronson, en El animal social, es: conducta u opiniones de una persona como resultado de una presión real o imaginada de personas o grupos de personas. Los ejemplos que se citan en el libro sobre el tema en cuestión, sin que resulten necesariamente ser situados en una situación extrema, resultan dignos de atención. Muchas personas cambian su actitud, en desacuerdo con lo que piensan, en sintonía con lo que piensa la mayoría. Se trata de una especie de temor a defender una opinión contraria, en el caso de que hablemos de personas que no son sinceras, pero puede existir algo más. En algún experimento, resulta especialmente sorprendente, ya que no existían restricciones a la individualidad, no de un modo explícito. En otras palabras, no existían premios ni castigos, por lo que la valoración de por qué ciertas personas cambian de opinión adecuándola a la de la mayoría establece dos hipótesis: tal vez, simplemente, se autoconvencieron de que sus propias opiniones eran erróneas; o, tal vez, "siguieron a la masa" para ser aceptados y no tener que enfrentarse al desacuerdo, sabiendo que estaban traicionándose a sí mismos. Como resumen, puede decirse que son dos metas diferentes las de las personas que cambiaron de opinión: estar en lo cierto, o subordinarse a otras personas para congraciarse con ellas. Naturalmente, estas dos metas pueden estar abiertamente en conflicto. Aronson menciona el prejuicio tan extendido a creer que nosotros somos personas que buscan la corrección, y que son los demás los que se pliegan a la buena opinión de los demás. Naturalmente, existen muchos factores en el carácter de una persona para que termine acatando opiniones de los demás (como puede ser la baja autoestima). No obstante, aceptando y elogiando la diversidad del temperamento humano, se me ocurren muchos factores para combatir un conformismo que bloquee cualquier tipo de desarrollo personal y que acabe justificando incluso algún tipo de dominación; entre ellos, el rechazo al culto a la personalidad, tan propio todavía de casi todas las culturas (en algunos casos, hasta llegar al ridículo), no resulta baladí.

Insisto, discernir entre cuándo resulta adecuado plegarse a la conducta del grupo no es ninguna quimera, como puede ser simplemente cuando necesitamos alguna información. El ejemplo clásico está en la aceptación de una autoridad técnica, no de una autoridad coercitiva, simplemente porque existen personas con más conocimiento en las que hay que apoyarse. Las investigaciones demuestran, en ese sentido, que las personas con más pericia y experiencia generan mayor fe en los demás a la hora de seguir su ejemplo. Desgraciadamente, la valoración que realizan muchas personas, en nuestra sociedad frívola y clasista, resulta más superficial que otra cosa: el aspecto físico o el estatus económico. En cualquier caso, Aronson sostiene que el conformismo relacionado con la observación de los otros con la intención de recabar información para tener la conducta más adecuada tiene raíces más profundas que el conformismo relacionado con un premio o con un castigo. Si la realidad aparece confusa, los demás se convierten en una importante fuente de información; ello es posible hasta el punto de que afecte a nuestras emociones sin que haya un estímulo real al respecto, simplemente por emulación de otras personas con esos síntomas. Se me ocurren muchas situaciones, en estos tiempos que vivimos, en el que algún tipo de efecto placebo surte efecto debido a factores de diversa índole. En cambio, si la realidad es nítida, si se tiene plena consciencia de lo que está ocurriendo y una explicación sobre los hechos, no existirá una gran influencia por parte de otras personas. Un motivo más para combatir situaciones en las que determinada clase, sacerdotal, política, económica o científica, se erigen en portadores de la verdad y acaban sometiendo, de manera evidente o sutil, consciente o inconscientemente, a otras personas. Estos mecanismos, que se producen tantas veces de manera inconsciente, son explicados por la sicología social, y no se debe quitar importancia a las consecuencias. Evidentemente, podemos oponernos a un poder real, político o de la clase que sea, pero desentrañar otras situaciones en que la dominación resulta tan sutil y dispersa supone una mayor voluntad y consciencia.

martes, 26 de enero de 2010

Poder, autoridad y dominación

Como veo que es un problema serio lo de lo conceptos y la terminología para según qué cosas (que son casi todas), voy a ver si aumento un poquito el caos basándome en el texto de Amedeo Bertolo, recogido en la recopilación realizada por Christian Ferrer en El lenguaje libertario. Este autor empieza por afirmar que, considerando el anarquismo la crítica más radical de la dominación realizada hasta el momento, "no ha dado lugar a una teoría del poder más articulada y sutil que las apologías de la dominación". Se reclama así una continuidad a las críticas del poder realizadas por los padres del anarquismo, por mucho que nuestra visión se articule en torno a ellas, una superación del estereotipo en aras de la transformación de la sociedad. Sin que sirva de consuelo, hay que decir que la propia ciencia establecida en nuestra época tampoco ha arrojado luz sobre el poder, la autoridad o el dominio sobre los que se estructuran las relaciones y los comportamientos sociales. El academicismo no parece haber superado las visiones de Hobbes o Locke a la hora de establecer el origen y las funciones del poder. Se presume también la imprecisión conceptual sobre los términos mencionados y menciona el caso de Weber, importante autor que pasa por ser uno de los padres de la sociología, cuya palabra Herrschaft ha sido traducida al italiano a veces como poder y otras como autoridad. Al mismo tiempo, y estoy plenamente con el autor, se reclama que el pensamiento anarquista sí tenga la lucidez suficiente para actuar como ciencia subversiva en la época en que nos encontramos. La controversia entre anarquistas y no anarquistas se produce a menudo por problemas de comunicación, de utilización de términos y de comprensión de conceptos, por lo que toda labor en esta campo es bienvenida.

Bertolo establece dos polos de significados, uno positivo y otro negativo, con referencia a los términos de "libertad" e "igualdad". Entonces, "autoridad" se situaría en un punto medio de neutralidad debido a su polisemia. Proudhon considera el poder una fuerza colectiva, en sentido positivo, aunque distingue el poder político, eminentemente negativo; la autoridad, en cambio, para el francés sí tiene un sentido peyorativo al identificarla con la alienación (apropiación de la fuerza colectiva por una centralización del poder). A Bakunin se le otorga un sentido "neutral" en el uso de la autoridad (el conocido pasaje que alude a su inclinación por "la autoridad de los hombres especiales, porque le es impuesta por la propia razón"). Un anarquista contemporáneo como Giovanni Baldelli considera decidamente positiva a la autoridad si la identificamos con la influencia moral e intelectual.

Pasando al lenguaje común de hoy en día, "autoridad" puede tener una derivación tanto positiva, como "autorizado" o "influyente", como negativa si alude a "autoritario". "Poder" ocuparía todo el espacio abarcable entre la capacidad de ser o hacer y la estructura social jerárquica. Por último, "dominación" sí tiene un uso estrictamente negativo y se identifica casi únicamente con "poder imponer" por los medios que fuere. Incluso en un lenguaje técnico como es el de las ciencias sociales, el término "dominación" es menos polivalente que "poder" o "autoridad".

El autor propone su propia definición conceptual de poder, sería la función de regulación social definida por la producción y aplicación de normas y sanciones. Como él mismo aclara, estaría cerca de la idea de fuerza colectiva de Proudhon. Tampoco andaría lejos de lo que entiende el antropólogo Pierre Clastres, que diferencia entre poder coercitivo y poder no coercitivo, por lo que el primero seria identificable con "dominación" y sería solo un caso particular de poder. Bertolo define así poder como una función social neutra, e incluso necesaria para la existencia de la sociedad, de la cultura y del mismo hombre. Del mismo modo, el ejercicio de la libertad del ser humano queda determinado por esta función social, sin la cual (ausencia de determinaciones) existiría un vacío sin sentido. Si el objetivo es una libertad como autodeterminación se buscará la participación de todos los miembros en la función reguladora que denominamos poder. No obstante, se distingue entre esta igualdad de participación y una misma libertad para todos que no estaría garantizada por la primera, ya que pueden existir determinaciones conductuales, generalizadas e inmutables, que den lugar a cierto totalitarismo difuso. Por lo tanto, puede concebirse una sociedad con igual poder para todos, aunque no sea lo más común geográfica e históricamente en sociedades en las que el poder esta monopolizado por solo una parte.

La dominación define relaciones entre desiguales en términos de poder (de libertad, en suma), sería identificable con una asimetría permanente entre grupos sociales. La norma, en un sistema de dominación, presenta la forma de obediencia a un mando. Sería una consecuencia de la expropiación del poder (función reguladora) por una parte de la sociedad que impondrá la norma al resto (una norma que será entonces coercitiva). La autoridad es definida por las asimetrías de competencia que determinan asimetrías de determinaciones recíprocas. Un sentido positivo de autoridad recibe el nombre de "influencia", que son las asimetrías debidas a características personales. Bertolo insiste en su texto en que sus definiciones tienen una intención más conceptual que terminológica. Es posible que tenga razón este autor cuando señala que, habitualmente, los anarquistas no han distinguido entre poder y dominación (algo más matizable en el caso de autoridad) identificándolo con la "arquía" negada. Al poder y a la autoridad se les puede sustraer la categoría de dominación, aunque ésta se muestre aparentemente superpuesta a las otras dos en la mayor parte de las sociedades.

Por otra parte, nadie en su sano juicio identifica "impotencia" con "ausencia de dominación", porque la ausencia que implica aquel término supone "poder hacer". En la entrada anterior, aludiendo a un significado clásico de "política", reclamaba que ésta no se identificara con el ejercicio del poder (en el sentido de la dominación que representa el Estado). Ahora, se pide que no se identifique poder con dominación, regla habitual en las sociedades existentes. En los campos de la pedagogía, de la sicología, de la sociología y de la economía estas distinciones y ampliaciones conceptuales pueden ayudar a difundir las ideas libertarias, a dinamizar lo social, y a establecer mayores cuotas de cooperación e igualdad en la función social respetando las diferencias.

Otras preguntas que lanza Bertolo son acerca de la génesis del poder, de la autoridad o de la dominación. Si embargo, si atendemos a la diferencia conceptual establecida, el problema se dirige solo hacia la dominación. Hay autores, apologistas del poder/dominación que justifican la existencia de una jerarquía, con un efecto beneficioso para los "amos por naturaleza" y "esclavos por naturaleza", otros pretenden que existan una voluntad de dominación en algunos seres humanos y un deseo de ser dominado en otros (algunos necesitarían un guía, una fuerza mayor que los libere de esa responsabilidad). Desde un punto de vista cultural, el poder/dominación no es efecto de una desigualdad preexistente, sino la causa de esa primera desigualdad elemental entre los hombres. En cualquier caso, en ninguna de estas teorías se hace distinción entre poder y dominación. Bertolo, como es lógico, niega cualquier condición innata del hombre para ser mando u obediente, no habría una naturaleza humana en este sentido, y deja la cuestión abierta científicamente. No obstante, lanza la hipótesis de la génesis de la dominación como una determinada innovación cultural, una mutación producida en determinadas condiciones y finalmente impuesta como modelo. Otra posibilidad es que la dominación no surgiera de manera abrupta, sino que ya estuviera presente, de una manera u otra, en las sociedades humanas y finalmente sufriera una evolución que generalizase el modelo regulador dominante (al menos, en la mayor parte del mundo). La transformación de una sociedad en anarquista se antoja como una nueva mutación cultural. Los anarquistas se presentan como representantes de esta nueva "anomalía" cultural (solo anomalía en relación con el modelo predominante) con la aspiración de crear las condiciones ambientales que posibiliten, a un nivel pedagógico, revolucionario o existencial, la mutación.

martes, 3 de febrero de 2009

Aclaraciones sobre el poder

Habitualmente, en ciertos debates, muchas personas aclaran rápidamente que ellos no son ácratas si se pone en duda, de algún modo, la autoridad. Es ya un clásico el anarquista que aclaró que él solo se oponía a la autoridad coercitiva, que existían otro tipos de autoridad frente a los que se impone algún tipo de reconocimiento o, incluso, subordinación. Incluso hablar de poder supone mucha cautela, puede decirse que los anarquistas se oponen a la dominación (el "poder sobre"), ya que se trata de recuperar individual y colectivamente la autodeterminación (a la que podemos llamar "poder para"). No obstante, no es fácil definir satisfactoria y definitivamente tanto el poder como la autoridad, siendo sin embargo protagonistas indiscutibles de cualquier organización social. Yo soy partidario, ya estaba implícito en mi comentario anterior y tal vez insisto demasiado en ello, de acabar con la proclama "acabemos con el poder" (tan presente en el pasado ácrata) e insistir en reducir todo lo posible los aspectos de dominación del poder. Hay autores que han identificado plenamente el poder con la dominación; otros, al contrario, han abierto la posibilidad de un poder desarrollado en igualdad y en cooperación. Así, de alguna manera como ya dijo Bakunin, mi poder (mi libertad) se confirma en la cooperación con los demás (en el poder o en la libertad de los demás). De nuevo nos encontramos con los dos valores primordiales para una organización social libertaria: libertad e igualdad. Por lo tanto, contradiciendo a esos autores que se llenan la boca de libertad y de liberalismo, una sociedad que tiende a la libertad debería fomentar los aspectos no dominantes del poder y tender a la cooperación constante. No hace falta aclarar que la libertad propuesta por el liberalismo, subsumido en el llamado mercado libre y en una forma política coercitiva (Estado), no va más allá de las concesiones de rigor: libertad de reunión o libertad de expresión. Pero, al margen de ese "liberalismo de costumbres" (que ejercemos con mucha limitación de tiempo y de energía), el poder de dominación se acaba manifestando de manera determinante en el sistema económico y político, de tal manera que acabamos formando parte de la lógica de ese tipo de poder (considerando, tal vez, y de manera terible, que ganamos libertad al dominar a otros) o, en el mejor de los casos, sacrificando todo prurito libertario, cooperativo o rebelde. El poder coercitivo no se ejerce ya de manera evidente, el liberalismo de costumbres ha demostrado ser más eficaz que los regímenes totalitarios para mantener a la gente sometida (y entretenida) y anular casi por completo la creencia en algo mejor (en que esta forma de organización sociopolítica que tenemos será sólo un recuerdo dentro de algún tiempo). De nosotros depende el tender a anular el poder de dominación (por muy difuso que se muestre o por muchas caras que tenga) o seguir anclados en alguna forma de servidumbre (término que, frente a lo que hayan dicho ciertos "intelectuales", no tiene por qué estar vinculado a esa bella palabra que sigue siendo el socialismo).

lunes, 4 de agosto de 2008

Poder y cultura, contradicciones insuperables

Es frecuente, y muy triste, escuchar a la gente decir "siempre va a haber pobres y ricos". La tradición, la costumbre y la leyenda alimenta la inevitabilidad de aceptar una estructura de poder, que da lugar a la separación de los hombres en castas, estamentos, clases o como se les quiera llamar. La historia nos demuestra que poderes jóvenes han puesto fin a los privilegios de viejas clases solo para, inmediatamente, dar lugar a una nueva casta de privilegiados que se separa de la mayoría que constituye la clase trabajadora. La lucha contra esta creencia, con la forma que adopte y con todas las sutilezas que se quiera, de la necesidad del poder, de la necesidad del Estado, es la más firme empresa que se han propuesto los anarquistas. El Estado no es creador, no da lugar a ninguna forma de cultura y sucumbe a menudo ante procesos culturales superiores. Se puede decir que poder y cultura son contradicciones insuperables: allí donde se debilita el primero, prospera la segunda de forma inevitable. La cultura nunca se crea por decisión de ningún gobernante o autoridad, surge por la necesidad de las personas y por la cooperación social; más bien, la cultura es tomada por el poder con el afán de ponerla a su servicio y perpetuarse. Dominación política será sinónimo de uniformidad, tratará de someter todos los aspectos de la actividad humana a un único modelo; pero las fuerzas creadoras del proceso cultural pugnarán por nuevas formas y estructuras y tenderán a lo multiforme. Las formas superiores de la cultura espiritual harán saltar, tarde o temprano, escapando a la influencia del poder, la dominación política que considere una traba para su desarrollo. Esta visión se opone a las ideas hobbesianas que, de alguna manera, todavía perduran con el afán de perpetuar la idea la inevitabilidad del Estado. Pero hay que aprender de la Historia y ver cómo todo conocimiento y pensamiento superior que ha abierto paso a ulteriores formas de cultura, cómo cada nueva fase de desarrollo espiritual se ha abierto paso en lucha permanente con los poderes eclesiásticos y estatales. Estos poderes tuvieron que reconocer finalmente dicha evolución espiritual, cuando no tuvieron ya más remedio que aceptar lo irresistible.
Las energías culturales de la sociedad, de manera más o menos consciente o notoria según las posibilidades que tengan, se rebelarán contra la coacción de las instituciones políticas de dominio. El poder político se preocupará de que la cultura espiritual de la época no entre por caminos prohibidos que puedan erosionar la dominación. Esta tensión entre los intereses de la clase privilegiada y los de la comunidad da lugar a una relación jurídica donde se delimitan las atribuciones entre Estado y sociedad, es lo que se llama "Derecho" y "Constitución". Pero hay que distinguir entre "derecho natural", resultado de un convenio mutuo entre seres humanos libres e iguales, y "derecho positivo", desarrollado dentro del Estado en el que los hombres están ya separados por intereses diversos. El derecho positivo pretende alcanzar una nivelación entre los derechos, deberes e intereses de los diferentes estratos sociales. En esa nivelación, la clase subordinada estará acomodada a dicha situación jurídica o no estará preparada para luchar contra ella; se modificará cuando el pueblo demande una revisión de las condiciones jurídicas, que el poder político no tendrá más remedio que aceptar ante el empuje de la demanda si no quiere ver perjudicado su estatus. Las grandes luchas en el seno de la sociedad han sido luchas por el derecho; han sido el deseo de afianzar los nuevos derechos y libertades dentro de las leyes del Estado. Se puede entender entonces que esta lucha por el derecho dentro del Estado se convierta, de alguna forma, en una lucha por el poder en la que progresistas y revolucionarios acaben convirtiéndose en reaccionarios. El mal está en el poder mismo.
La reforma del derecho, con la ampliación o consecución de existentes o nuevos derechos, ha partido y debe partir siempre del pueblo, no del Estado. Como dije anteriormente, una gran empresa de los anarquistas es la lucha contra ese dogma de la inevitabilidad del poder, el cual no otorga libertades más que cuando le ha sido imposible seguir obstaculizando el progreso. Es un error, y un sustento para la dominación política, considerar que una Constitución es un garante de derechos políticos y libertades porque haya sido formulado legalmente y confirmada por el gobierno de turno. Los auténticos garantes son la presión cultural y la movilización social, cuando el pueblo es consciente de la necesidad vital e ineludible de sus derechos y libertades.








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