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Reflexiones desde Anarres: Autoritarismo
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domingo, 12 de noviembre de 2023

Rocker y la tradición socialista autoritaria

Ya Rudolf Rocker, en 1925, denunciaba esa distinción entre socialismo utópico, supuestamente todo el anterior a Marx, y socialismo científico, resultado de las ideas de Marx y Engels. Después de la consolidación del totalitarismo, fascista y comunista, Rocker no podía por menos de realizar una enorme crítica al socialismo autoritario con el título de "La influencia de las ideas absolutistas en el socialismo".

La supuesta "misión histórica del proletariado" solo podía ser ya puesta en entredicho; a una clase social, además de ser imposible establecer los límites para dicho concepto, no puede atribuírsele ciertas tareas históricas ni convertirla en representante de determinadas corrientes ideológicas. Como es lógico, pertenecer a un determinado estrato social no garantiza el pensamiento y la acción de los individuos. Se critica así desde el anarquismo el determinismo económico e histórico, cualquier tipo de proceso natural que se desarrolle al margen de la voluntad humana. Rocker se atreve incluso de acusar al marxismo de absolutista y de hacer un daño irreparable al socialismo al confiar en un desarrollo mecánico y prescindir de las premisas éticas. No puede más que reivindicar a Proudhon, entre los antiguos socialistas, ya que fue el que más insistió en negar una panacea universal que solucionara todos los problemas sociales; encontramos en el francés, aunque existan como es lógico aspectos de sus propuestas que hayan sido superados con el tiempo, una critica feroz a cualquier tendencia absolutista y a todo sistema cerrado. Es un legado incuestionable para el anarquismo, la negación de todo dogmatismo y sectarismo, y la confianza plena en la pluralidad social.

jueves, 22 de diciembre de 2022

Fascismo y derivados

No es fácil dar una definición de fascismo, al menos como fenómeno general, y sin embargo es una palabra de uso común en los movimientos sociales (no tanto en el mundo político, seguramente por la herencia que sigue existiendo en España). Como a mí me gusta mucho concretar, sin ánimo de ser demasiado riguroso y aceptando la dificultad de hilar muy fino al respecto, veamos si podemos lanzar unas cuantas reflexiones.

Con la palabra en cuestión, se alude a los fascismos europeos de la primera mitad del siglo XX, pero también a todo movimiento de ultraderecha y, tantas veces, descubrimos el fascismo en otros movimientos. A nivel personal, la indudable predisposición sicológica de algunos individuos al autoritarismo hace que le cataloguemos rápidamente con la palabreja. Determinados intereses políticos llevan a que se reduzca el fenómeno a otra manifestación totalitaria, cosa que conduce a equipararlo con cualquier otro régimen de esas características, como es el caso de los países llamados socialistas (pueden encontrarse puntos en común en un primer vistazo, pero no es posible meterlo todo en el mismo saco de manera simplista). Los fascismos supusieron un retorno a la tiranía en Europa después de los movimientos democráticos del siglo XIX, y de alguna manera beben en parte de esa misma democracia al igual que de los movimientos obreros de izquierda (recordemos que, a pesar de que se reduce el nombre a nazismo, en Alemania adoptó el nombre de nacional-socialismo).

sábado, 16 de noviembre de 2019

El ateísmo en el pensamiento antiautoritario

Realizamos un somero repaso al ateísmo moderno, vinculado inevitablemente con la tradición antiautoritaria. Desde las sorprendentes memorias del párroco Meslier hasta la apuesta radical por el conocimiento de un Bertrand Russell, pasando por los anarquistas, incapaces de compatibilizar a Dios con la emancipación humana, o por un Stirner, que no concibe a ninguna abstracción que doblegue al individuo, tenga el nombre que tenga

lunes, 2 de mayo de 2011

La cultura religiosa, beneficiosa o no

En el sitio web www.ateismopositivo.com.ar, donde se pueden encontrar uno textos muy interesantes bien argumentados, se cuestiona si es sostenible intelectualmente una posición atea, se realiza un análisis de la religiosidad como parte de una cultura autoritaria, y se evalúa si la religión beneficia a la sociedad. En primer lugar, algo obvio, reside en el creyente la llamada "carga de prueba", es decir, tiene la obligación de estar dispuesto a demostrar la veracidad de su proposición (naturalmente, cuanto más insólita es la proposición, más pesada resulta la carga de prueba, ya que el que recibe la propuesta necesitará un mayor esfuezo). La persona crítica que recibe la proposición del creyente tendrá que realizar en primer lugar una suspensión de juicio, deberá indagar, examinar los hechos concretos del caso, la claridad del razonamiento, las consecuencias derivadas de la razón, las evidencias a favor o en contra de una u otra postura, los motivos de la persona que propone... Lo que se dice es que la proposición de que el "concepto clásico de Dios" (y aquí se enumeran una serie de atributos, como el hecho de una cosmovisión basada en la creación de este supuesto ser) sea real resulta extraordinaria, por lo que el proponente debe valorar la veracidad y objetividad como en el caso de cualquier otra propuesta de ese calibre. Por supuesto, si una posición resulta insostenible o infundada, es mejor abandonarla antes de que se convierta en incongruente. Desde este punto de vista intelectual, un universo sin dioses resulta teóricamente más eficiente y más probable en la práctica, por lo que la posición atea es claramente sostenible. Incluso, si se pretende justificar la creencia debilitando los criterios hasta un punto que resulta impráctico, es posible así justificar cualquier creencia mística. Desde este punto de vista, y para ser consecuente, habría que creer en todos los dioses (y en conceptos similares no sujetos a examen crítico, ya que el asunto se extiende a otros ámbitos) o en ninguno.

Imprescindible resulta también someter a juicio crítico lo favorable o no de una cultura religiosa (no es casualidad, y me agrada mucho viendo lo que se dice a veces en nombre del ateísmo, que el sitio se llame "ateísmo positivo"). Los valores pueden definirse como una propiedad relacional entre deseo y situación, nacen en el ámbito de la experiencia humana como consecuencia de la interacción social. Naturalmente, los creyentes consideran que los valores parten de una tercera instancia, de naturaleza sobrenatural. En cualquier caso, aunque nos resulte inaceptable esa propuesta divina, se mantiene la pregunta sobre si resulta socialmente beneficiosa la creencia en Dios. Podemos ver la creencia como un tipo de idealismo en el que se produce la consagración de los valores. Al consagrar los valores, se convierten en una referencia intocable, separada de su contexto situacional, para evaluar situaciones futuras. Separar el pensamiento de la acción lo aísla de la prueba de experiencia, y de su perfeccionamiento posible gracias a la libre investigación y a la evaluación crítica. Se trata de una posición antiautoritaria (que recuerda mucho a la postura de Tomás Ibáñez sobre el anarquismo), ya que se pretende justificar autoritariamente los valores, en lugar de verlos como contingentes  o provisorios según su justificación práctica. Aunque se observe la idea de Dios como símbolo de la máxima bondad, su implementación autoritaria dificulta su aceptación, ya que puede que se acate temporalmente, pero difícilmente producirá la internalización de una norma y valor subyacente. En lugar de por obedecer a una autoridad externa, es más eficaz y sólido un cumplimiento basado en hechos concretos y en la consciencia social. Es éste un análisis primordial, consagrar los valores y convertirlos en irrefutables, al considerar que parten de una autoridad divina, es contraproducente, terminan dificultando la internalización e implementación de normas.

En cuanto a la cohesión social, a la que tanto se alude desde el punto de vista religioso, ocurre algo similar. Efectivamente, se logra una unión por subordinación irreflexiva, pero también se produce por el debate crítico y la búsqueda de consenso. Los valores e ideales no religiosos también producen la cohesión, y de manera más solida, ya que el beneficio social se evidencia directamente en sus consecuencias (como puede ser la justicia o la solidaridad). En cualquier caso, no es necesaria la creencia en Dios, ni el dogmatismo, ni la consagración de valores, para la vida social. En el caso de la "fe", hay que decir que es un término ambiguo, no necesariamente de índole religiosa. En un sentido no religioso, la fe puede definirse por la evaluación crítica de los hechos con el fin de una mejor vida social (la confianza que podemos tener en el otro, justificada en el análisis de su conducta). En un sentido religioso, podemos hablar de fe como aceptación irreflexiva, no se tienen en cuenta los hechos y se justifica por la fe. Hay que decir que, efectivamente, la confianza entre individuos favorece la interacción social, pero solo si el material de cohesión es sólido (como es la evalución crítica de los hechos relevantes) puede mantenerse en pie el edificio social de manera permanente. De nuevo se considera que la aceptación irreflexiva conduce al papanatismo y propone un contexto social frágil, mientras que una política general de confianza por evaluación crítica de los hechos favorece la objetividad y, al mismo tiempo, la autonomía y juicio crítico de cada individuo. En el caso de los valores de altruismo, solidaridad o apoyo mutuo, tampoco pueden producirse de manera permanente por subordinación irreflexiva (en este caso, puede decirse que la fe es un instrumento, que se dirige hacia un lado o hacia otro, pero siempre de manera externa al individuo). La mejor base para la solidaridad es la empatía, ponerse en el lugar del otro, y no es necesaria la obediencia a una autoridad para ello.

La cultura religiosa promoverá la tranquilidad existencial del individuo en base a sentirse parte de algo superior, se idealiza una forma de vida externamente dirigida y se buscará la recompensa en un supuesto más allá. La iniciativa y responsabilidad individuales quedan ahogadas gracias a este control externo, y repercute así en una sociedad menos productiva e innovadora. Esta visión religiosa del individuo subordinado a una instancia superior tiene que ser enfrentada a nuevas experiencias que fomenten la iniciativa y el esfuerzo individuales, alimentados por la igualdad social. Este experiencia histórica, junto al conocimiento científico, pueden convertirse en un fuerte apoyo no irreflexivo, con una búsqueda de autonomía consciente, para el ser humano. Existen otros mucho factores en la cultura religiosa, en la misma línea de subordinación irreflexiva: el caso de la confianza infantil propia de la cultura religiosa, otra parte de una cultura autoritaria que ordena subordinar el juicio propio; la confianza en la acción supersticiosa en lugar de la acción inteligente, y la justificación final de una autoridad también terrenal (abuso de poder y corrupción en una clase mediadora). Los factores sociales negativos de una cultura religiosa, estrechamente vinculada a una cultura autoritaria, tienen un gran peso y es conveniente abandonarlos para una vida social más fructífera.








miércoles, 19 de mayo de 2010

Deseos teóricos y prácticas transformadoras

La jerarquización y la familia nuclear son consideradas ya un obstáculo para unas mejores condiciones educativas. Tanto la autoridad del profesor como la del patriarcado son puestas en cuestión por los estudios sociales en la actualidad. Frente a ello, una activa participación de los estudiantes y una íntima colaboración de la escuela con el conjunto de la sociedad. Lo que se demanda es que no haya participantes en el proceso educativo, incluidos los padres, que se encuentren aislados del mundo exterior, para así obtener una mayor responsabilidad y fortaleza sicológica para asumir y resolver problemas. Estas investigaciones demuestran la eficacia de la colaboración entre profesores y alumnos, así como entre la escuela y los movimientos sociales. Hay que observar la gran cantidad de estímulos que reciben los educandos en nuestra sociedad actual, que tantas veces les llevan a actuar de forma violenta y autoritaria. Estos riesgos, al menos en parte, son señalados constantemente, pero pocos cuestionan en profundidad la constante apología de la violencia y de la autoridad coercitiva (ambas cosas, se hara de manera explícita o de forma más sutil) que se da en los medios de comunicación y que está presente en las instituciones y en la sociedad. Los anarquistas siempre han apostando por educar y dialogar, para el enriquecimiento de diversas posturas, frente a imponer (insisto, de manera más sutil o no).

Frente a los numerosos problemas que sufre el sistema educativo actual, tantas veces se alude a la necesidad de elementos propios de una educación "tradicional" con una autoridad más fuerte, algo demostrado pernicioso. Es indisociable la educación con la sociedad de la que forma parte, y con los valores que en ella se encuentran, de tal manera que resulta inasumible para casi nadie, excepto en esos impulsos circunstanciales que demanda cierta regresión, una vuelta al aislamiento autoritario. Del mismo modo que, frente a los grandes problemas de la democracia representativa, no se pide un retorno a formas sociopolíticas autárquicas y/o autoritarias. Al igual que en el resto de la sociedad, se desea una pluralidad, una absoluta falta de exclusión y una implicación total de todas las personas que intervienen en el proceso productivo (en este caso, la educación con sus programas). Lo que demuestran numerosos estudios es que esto, no es solo una demanda moral y política por sí sola legítima, sino que las ciencias sociales demuestran que resulta también eficaz y es impensable ya recurrir a modelos autoritarios. La marginación, en cualquier ámbito, está siempre relacionada con las actitudes violentas y con un pensamiento más absolutista y egocéntrico. Profundizar en los problemas, con la paciencia y lucidez que ello requiere, y la insistencia en valores de cooperación y respeto mutuo son la características de un modelo social y educativo libertario; la tendencia es a que se mencionen estas características como las más justas y eficaces, sin que después exista una aplicación radical en la práctica. El sistema estatista y capitalista, con su jerarquización y con sus numerosos intereses económicos, hace que resulte imposible esa transformación.

Hace poco leí una entrevista en la que un filósofo, especulando sobre la noción de emancipación, hablaba de nuestra recurrente crítica a los constantes estímulos informativos que, supuestamente, mantienen alienadas a las personas. De esta reflexión se deduce que existiría una discurso verdadero, que la gente desatendería debido a todo ese ruido banal y distorsionador. Según este autor, esta visión supone una falta de respeto hacia las personas y una presunción de su autoalienación. De acuerdo en parte, no deseamos sostener ningún "discurso verdadero", pero todos esos estímulos son dignos de ser cuestionados, así como el contexto en que se producen. Tal vez nuestra emancipación o verdadera identidad no está esperando a ser descubierta debajo de numerosos bloques impuestos, pero exigimos poder edificar nuestra vida y la sociedad tal y como deseemos, y para ello no existe más camino que demoler esos bloques para posteriormente ejercer ese derecho. Si la inmensa mayoría de las representaciones sociales abundan en modelos de jerarquía y violencia, las respuestas reales van a ser en gran medida acordes con ello, difícilmente podemos contraponer un mundo basado en la cooperación y la solidaridad. Resulta peculiar establecer de raíz un sistema con los medios productivos concentrados en pocas manos, subordinado a intereses privados y con la violencia institucionalizada, que da lugar a notables problemas, con numerosos excluidos y víctimas, para luega tratar de atender únicamente esos síntomas con medidas que rechazan la violencia "en todas sus formas y representaciones". Estas afirmaciones de los profesionales de las ciencias sociales son, seguramente, sinceras mayoritariamente, pero hay que acudir también a la raíz de la enfermedad y no solo a sus manifestaciones.

El modelo de dominio-sumisión es la base para la violencia, o en otras palabras la violencia engendra violencia. Romper con esa cadena implica, en mi opinión una transformación radical de la sociedad. Por muy loable que resulten los esfuerzos familiares y educativos en ese sentido, en contexto global en que se producen es, tantas veces, determinante. La confianza en uno mismo y en los demás, los mecanismos sicosociales que ayudan a fortalecerla, solo parece posible en una educación auténticamente transformadora subsumida en una sociedad en la predominen esos valores. De lo contrario, la amenaza de problemas relacionados con la violencia se convierten en una realidad más tarde o más temprano. Espero que se me entienda bien, la violencia es siempre reprobable, pero existe la tendencia a condenar solo una parte implicada que, demasiadas veces, es la más débil y evidente dentro de una sociedad clasista. Este análisis, no solo no supone que no se reconozca las personas víctimas de esa violencia, sino que pretende sentar las bases para que no exista ningún tipo de abuso en nuestra sociedad. Hablar de igualdad a nivel local, algo que tampoco adquiere un reconocimiento en la práctica por otra parte, mientras en el conjunto del planeta es evidente que hay una mayoría que no disfruta de los más elementales derechos es, cuanto menos, peculiar. Esta reflexión sobre los derechos humanos, con el reconocimiento apriorístico de que el racismo o el sexismo son algo inasumible, no puede abstraerse de un mundo dividido en naciones/Estado, con mayor o menor grado de autoritarismo, y dominado por un sistema económico basado en la explotación y el saqueo. No obstante, es de agradecer que la ciencias sociales demuestren lo necesario de la cooperación, de la igualdad y erradicación de toda discriminación, de una activa lucha por los derechos humanos y de la erradicación de raíz de las bases para el abuso y la violencia. Todo ello puede ser apoyado por el anarquismo y los anarquistas, como base para una auténtica emancipación social, pero solo adquiriendo sentido en la práctica transformadora del conjunto de la sociedad.

domingo, 16 de mayo de 2010

Violencia y educación

Como sigo recopilando textos sobre sicología social, de cara a algún improbable artículo futuro, doy con un libro compuesto por una serie de estudios sobre la violencia en la sociedad, Los escenerarios de la violencia, de José Manuel Sabucedo y José Sanmartín. Es habitual que la gente recurra al vulgar axioma de que llevamos en nuestra naturaleza el actuar violentamente y acabamos enfrentándonos unos con otros si no existe una autoridad fuerte que lo impida. Afortunadamente, la historia y el progreso juegan a favor de los que consideramos que no existe determinismo biológico alguno, y mucho menos de ningún otro tipo, y que el principio de autoridad (violencia institucionalizada) es pernicioso. De esa manera, se abren las posibilidades para el ser humano y la sociedad, creando las bases sólidas para erradicar la violencia, no tanto de uno como sí de la otra. Las propuestas que se dan en estos estudios están muy cerca de la visión educativa libertaria, algo que debería abrir los ojos sobre la idea que se suele tener del anarquismo.

La educación tradicional, creada a partir de la Revolución Industrial, se basaba en una fuerte jerarquía, en la obediencia ciega y en apartar a los que no se ajustaran a este modelo. En la actualidad, con lo que la tecnología ha transformado la sociedad, el sistema educativo sufre una evidente crisis que, desgraciadamente, lleva a la reacción a intentar potenciar los elementos autoritarios. El acceso a la información es más sencillo que nunca, los estímulos en ese sentido son continuos, y parece claro que esa voragine ayuda también a preparar actitudes violentas. El profesor, como ha propuesto la pedagogía libertaria, nunca debió limitarse a aportar una información y sí a ayudar al educando a que construya su propia interpretación del mundo, a que adquiera las habilidades al respecto y que se muestre tan crítico como creativo. En el libro mencionado se habla de "educar para la ciudadanía democrática". Bien, no nos enfrentemos de momento a un problema de terminología, hablando de anarquismo (aunque, a mí no me disgusta hablar de la profundización en la democracia que supone una sociedad libertaria, desprendiendo, claro está, al término de todo carácter representativo) y dejemos a un lado, de momento, el contexto global de una instancia jerarquizada que monopoliza la violencia (algo que algo ayudará, también, digo yo, a crear un escenario de violencia). Dejando a un lado esto, los profesionales de la ciencia sociales parecen de acuerdo en considerar el absolutismo un lastre del pasado muy negativo, resulta ya ridículo insistir en certezas absolutas (propias de clases sacerdotales o mediadoras de algún tipo), y en lo importante de que aceptemos la pluralidad. El autoritarismo debe ser definitivamente superado, y solo el anarquismo irá ten lejos al respecto en sus propuestas, no solo en la escuela, también en el ámbito familiar. La escuela no es más que un microcosmos de la sociedad, por lo que no se puede separar rígidamente de ella. Por lo tanto, la insistencia en la educación es primordial para erradicar la violencia en la sociedad y ello solo es posible con una auténtica igualdad, sin exclusiones de ningún tipo; por otra parte, la educación no se limita al centro escolar, puede existir una colaboración íntima con el resto de la sociedad.

La multiculturalidad es una realidad en las sociedades posmodernas, algo que puede estar en consonancia con un pensamiento libre y con la erradicación del absolutismo, y no con caer en el relativismo más vulgar. Frente a los reaccionarios, que enfatizan los problemas que supone ese crisol de culturas, hay que insistir en utilizarla de base para una educación en la que la libertad e igualdad no sea un mero derecho establecido en un papel sin reflejo en la práctica. Los derechos humanos deben ser una conquista universal de la humanidad, y no son admisibles los aspectos de una cultura que los transgreda, la multiculturalidad junto a una educación libertaria (no se me ocurre otra palabra que aúne la erradicación del dogma y del autoritarismo) son la base para que ello sea una realidad en la práctica. Otro gran problema sigue siendo la llamada violencia de género, y de nuevo hay que insistir en una profundización en la verdadera igualdad de hombres y mujeres, el esquema de dominación sigue permaneciendo intacto (no importan quien se sitúe en lo más alto) con la apariencia de algún avance en los derechos de personas tradicionalmente marginadas. La escuela ha sido, y sigue siendo no pocas veces, habitual escenario de situaciones humillantes y excluyentes, por lo que erradicar definitivamente esas situaciones, crear la verdadera igualdad en definitiva es uno de los principales objetivos para prevenir la violencia. Porque los numerosos estudios demuestran que los agresores, en el ámbito que fuere, tienden a identificarse con un modelo social basado en el dominio y la subordinación; del mismo modo, las personas violentas suelen tener la incapacidad de empatizar con los demás y tienden a volcar en los demás las situaciones que han sufrido en sus vidas (humillaciones, exclusiones, frustaciones...), con una evidente falta de habilidad para emplear otras estrategias que no sean la de la violencia. Desde temprana edad, y para prevenir futuras situaciones violentas, es importante acabar con la marginación y favorecer en los chavales los valores de empatía y apoyo mutuo.

La sicología demuestra que existe cierta necesidad en el ser humano a creer que "el mundo es justo", lo que también conduce a pensar que los peores males nunca se producen en nuestras vidas (puede ser algo parecido a la "tranquilidad existencial" de otros ámbitos humanos, que impide que el ser humano se haga preguntas). Esta tendencia conduce no pocas veces a distorsionar nuestra percepción del mundo y a inhibirse a la hora de ayudar a las víctimas de situaciones graves. Es primordial sacar a la luz estos mecanismos, de cara a mostrarnos más lúcidos y solidarios, profundizando en los problemas sociales y tratando subsanarlos de raíz. Es frecuente la actitud conformista, a la que aludía al comienzo, que está detrás de expresiones como "las cosas siempre han sido así", la cual lleva a la inacción y falta de compromiso, y la tendencia a minimizar situaciones graves, en la escuela y en la sociedad, de marginación y agresiones (en las que el autoritarismo suele ser el protagonista). Desgraciadamente, existen pautas profundamente arraigadas en el sistema educativo y en la sociedad y solo con transformaciones radicales, extendidas también a lo político y económico, parece posible acabar con la violencia y el autoritarismo. En futuras entradas de este blog, seguiré hablando de las propuestas más progresistas dentro de ciertos estudios y de cómo el concepto de pedagogía libertaria puede adaptarse a la revolución tecnológica está cambiando el mundo que conocemos (y no siempre para bien.








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