En el Antiguo Testamento, que en buena parte es una historia del pueblo judío, hay pocos personajes femeninos que gocen de protagonismo. Las escasas mujeres que tuvieron un papel destacado en la escena política fueron esposas o bien madres de monarcas. Estas últimas tuvieron especial relieve, dado que el papel fundamental asignado a las mujeres en la sociedad israelita era la maternidad. Es significativo que en los libros de Reyes (una crónica de Israel desde la muerte de David hasta la conquista de Jerusalén por los babilonios en 586 a.C.), al presentar al nuevo rey cuando subía al trono se incluyera en la fórmula el nombre de su madre. Asimismo, cuando su hijo era designado sucesor o bien al convertirse en rey, la madre alcanzaba la condición de gebirá («grande, poderosa»). Estas madres de reyes tuvieron una posición destacada en la corte e intervinieron en cuestiones de estado, como puede verse en la historia de Betsabé.
Cronología
Reyes y asesinatos
961 a.C.
Justo antes de morir David, su esposa Betsabé hace que ratifique la sucesión del hijo de ambos, Salomón.
842 a.C.
Jezabel, reina de Israel, muere a manos del general Jehú, acusada de introducir el culto al dios Baal.
835 a.C.
Atalía, reina de Judá, es asesinada en el exterior del templo de Jerusalén tras la coronación de su nieto Joás.
486-465 a.c.
Reinado del rey persa Jerjes I, modelo del bíblico Asuero, al que Ester convence para salvar a los judíos del exterminio.

El dios Baal
En la mitología de Canaán, cuando Baal vencía a Mot, el dios de la muerte, seguía un ciclo de siete años de fertilidad. En la imagen, Baal en una estela de Ugarit. Museo del Louvre.
Foto: Franck Raux - RMN - Grand Palais
David y Betsabé
Este personaje aparece en dos episodios de la Biblia. En el primero, David quedó prendado de su belleza y, a pesar de que estaba casada con el soldado Urías, logró seducirla y la dejó embarazada. Luego envió al marido a primera línea de batalla con la intención de provocar su muerte, como en efecto sucedió, y a continuación se casó con Betsabé, matrimonio del que nació Salomón.
En este relato, Betsabé es un personaje plano que no interviene y del que apenas sabemos nada. En cambio, en el segundo episodio se muestra mucho más activa como madre de Salomón. David había tenido varios hijos con distintas mujeres. Dos de ellos, Amón y Absalón, habían muerto, pero aún quedaba Adonías, hijo de Jaguit, que como primogénito tenía prioridad en la línea sucesoria, pese a que David había prometido a Betsabé que el hijo de ambos, Salomón, sería el futuro rey. Cuando David agonizaba en su lecho, el profeta Natán tuvo conocimiento de que Adonías ya actuaba como si fuera el rey. Por ello, apremió a Betsabé para que interviniera ante David. Sus súplicas dieron fruto y, a la muerte de David, Salomón fue coronado, anulando las aspiraciones dinásticas del primogénito.

La súplica de Ester
La bella Ester intercede ante el rey persa Asuero en favor de su pueblo. Panel central de un tríptico realizado por un pintor de Amberes a principios del siglo XVI. Pinacoteca Nacional, Bolonia.
Foto: Mauro Magliani / RMN - Grand Palais
Poco después, Adonías quiso casarse con Abisag, la concubina que había cuidado de David en su vejez, y le pidió a Betsabé que expusiera su petición ante el nuevo rey. Salomón recibió a su madre con deferencia, se levantó del trono, se inclinó ante ella y la sentó a su derecha. No podemos saber si Betsabé quiso de verdad ayudar a Adonías o si, por el contrario, intuyó la terrible reacción de Salomón, quien consideró esta petición como un desafío a su poder y ordenó la muerte de su hermanastro. Sea como fuere, este episodio muestra la capacidad de persuasión e influencia de Betsabé.
La malvada Jezabel
Tras la muerte de Salomón, el reino judío se dividió en dos: el reino del Norte (Israel) y el del Sur (Judá). La casa de Omrí dirigió los destinos del reino del Norte entre 884 y 852 a.C. Esta dinastía tuvo un gran peso en la escena internacional, como atestiguan fuentes asirias, y, dado que comprendía una población heterogénea, sus reyes impulsaron una política de tolerancia religiosa, que aceptaba tanto el culto al Dios de Israel como a Baal, el dios cananeo de la fertilidad. Pero la Biblia deja a un lado los éxitos de la dinastía en política económica e internacional y la valora de forma muy negativa, precisamente por no prohibir los cultos cananeos. Dos miembros de este linaje que resultaron especialmente maltratados en el relato bíblico fueron Jezabel y su hija Atalía.

El rollo de Ester
El rollo de Ester se lee cada año en la fiesta judía de Purim. Siglo XIX. Colección privada.
Foto: Bridgeman / ACI
Jezabel era hija de Etbaal, rey fenicio de Tiro, y esposa de Ajab, rey de Israel. Como reina consorte se implicó en las tareas de gobierno de su marido, aunque según la Biblia lo hizo mostrando un carácter cruel y vengativo. Así lo ilustra la historia de Nabot. Ajab deseaba comprar una viña colindante con su palacio para convertirla en huerto. Nabot, el propietario, se negó, dado que el terreno formaba parte de la heredad familiar y el derecho israelita prohibía su venta fuera de la familia. Contrariado, el rey se sumió en un estado de apatía, pero Jezabel urdió un plan para conseguir la viña. Escribió cartas –lo que demuestra que era una mujer culta– y ordenó un juicio con testigos falsos que acusaron a Nabot de maldecir a Dios, pecado castigado con la lapidación. El episodio viene a demostrar que en Israel tanto el rey como sus súbditos estaban sometidos a las leyes promulgadas por la divinidad, a diferencia de las monarquías del Próximo Oriente, donde el poder real era ilimitado.
Jezabel ordenó un juicio con testigos falsos para conseguir unos terrenos.
En cualquier caso, lo que más censura la Biblia es la intervención de Jezabel en los asuntos religiosos. La protección que ofreció al culto a Baal provocó la cólera de los profetas hebreos, como Elías, que propugnaban proscribir todos los cultos extranjeros. La tensión estalló tras la muerte de Ajab en el campo de batalla y el acceso al trono de su hijo Jorán. Eliseo, sucesor de Elías, eligió a un comandante militar, Jehú, para acabar con la familia de Ajab, símbolo de perversidad e idolatría. En 842 a.C. Jehú mató a Jorán y a continuación se dirigió a la localidad de Yezrael para acabar con Jezabel.

Estatua de David
Estatua de David en Jerusalén. Siglo XIX.
Foto: Bridgeman / ACI
En una de las escenas más dramáticas de la Biblia, al verse asediada en su palacio por los soldados de Jehú, Jezabel se asomó a la ventana y le provocó diciéndole: «¿Qué tal, Zimrí, asesino de su señor?», comparando a Jehú con un alto oficial del ejército que unas décadas antes usurpó brevemente el trono de Israel tras matar al rey. Jezabel se había adornado para recibir a su enemigo, mostrando su orgullo y dignidad hasta el final. Jehú ordenó que la arrojaran por la ventana.
El trágico fin de Atalía
Antes de estos sucesos Atalía, la hija de Ajab y Jezabel, se había casado con Jorán, rey de Judá (no confundir con el propio hermano de Atalía), estableciendo así una alianza entre ambos reinos. A la muerte de Jorán le sucedió su hijo Ocozías, que solo reinó un año pues fue asesinado por Jehú durante la revuelta de 842 a.C. Entonces Atalía eliminó a todos los posibles aspirantes al trono de Judá y se hizo con el poder. Tan solo escapó su nieto Joás, hijo de Ocozías, que fue ocultado en el templo de Jerusalén. Es posible que la vida del niño corriera peligro y que, para salvarlo, la propia Atalía lo hubiera dejado en el templo a cargo del sacerdote Yehoyadá, legitimando de paso su reinado.

La mujer en la ventana
El tema de esta placa de marfil del palacio asirio de Nimrud se ha hallado también en un marfil de Samaria y se ha relacionado con Jezabel. Museo Británico, Londres.
Foto: AKG - Album
Única mujer que, en rigor, ejerció el poder como reina, Atalía gobernó el país favoreciendo el culto a Baal, aunque no llegó a suprimir el culto al Dios de Israel. Sin embargo, los sacerdotes de Jerusalén la consideraban una ursurpadora que se había hecho con el trono ilegítimamente. Ello hizo que unos años más tarde, en 835 a.C., el sacerdote Yehoyadá encabezara una insurrección en la que Joás fue coronado en el templo en presencia de Atalía, la cual murió asesinada en las caballerizas del palacio.
El final sangriento e ignominioso de Jezabel y Atalía está en consonancia con la valoración que la Biblia hace de ellas. No podemos olvidar que uno de los ejes temáticos que vertebran la historia del pueblo de Israel en los libros de Josué a Reyes es la creencia de que el contacto con los extranjeros introducía los cultos a otros dioses. Como mujeres extranjeras y adoradoras de Baal, Jezabel y Atalía aparecen como prototipos de maldad y pecado, pese a que en realidad fueron mujeres poderosas y muy activas en la vida política de sus reinos.

Jerusalén
Tras conquistar Jerusalén, David la convirtió en capital el reino de Judá. En la imagen, el Muro de las Lamentaciones, antiguo muro exterior del Templo construido por Herodes el Grande en el siglo I a.C.
Foto: Jane Sweeney / AWL Images
La providencial Ester
Uno de los personajes femeninos más famosos de la Biblia es Ester, considerada en el judaísmo como la reina por excelencia. El libro de Ester es en realidad una novela de ficción que pretende pasar por histórica. En él se cuenta cómo en la corte persa de Asuero (posiblemente el rey Jerjes I, 486-465 a.C.) la reina Vashti se niega a obedecer a su marido y éste la repudia. Se convoca entonces un concurso de belleza para que el rey escoja esposa, al que acude Ester sin dar a conocer su condición de judía. Ester agrada tanto al rey que éste la prefiere a todas las demás y la corona reina.
El libro de Ester es una novela de ficción que pretende pasar por histórica.
Mientras tanto, el tío de Ester, Mardoqueo, que es funcionario de la corte, interviene para anular una conjura contra el rey, pero se gana la enemistad del primer ministro Amán por negarse a doblar la rodilla ante él. Cuando Amán convence al rey para que emita un edicto de exterminio de los judíos, Mar-doqueo elabora una estrategia en la que Ester tendrá que interceder por su pueblo ante el rey. «Quizás has subido al trono para esta ocasión», le dice Mardoqueo. Ester sabe que nadie puede presentarse ante el rey sin haber sido convocado y que tendrá que descubrirle su condición de judía. Consciente de los riesgos que asume, decide seguir adelante con el plan. Como preparación antes de acudir a palacio, pide a su tío que reúna a
los judíos de Susa para que ayunen junto a ella durante tres días y tres noches.

Betsabé en el baño
La imagen de Betsabé más frecuente en la pintura es la del momento en que toma un baño y David se enamora de ella. Óleo por Sebastiano Ricci. 1725. Berlín.
Foto: BPK - Scala, Firenze.
Salvadora de los judíos
Ester se presenta ante el rey y le invita a un banquete. Asuero acepta y durante la cena le pregunta qué desea, a lo que responde pidiéndole que asista a otro banquete, esta vez acompañado de Amán. Se trata de una estrategia dilatoria que, junto a su belleza y a la embriaguez que produce el vino, crean una atmósfera favorable a su petición. Durante este segundo banquete, Ester confiesa al monarca su origen judío y le pide que salve a su pueblo. Al conocer Asuero que el causante del decreto ha sido Amán, sale al jardín furioso, momento que su ministro aprovecha para arrojarse a los pies de la reina para solicitar clemencia. Cuando el rey regresa, cree que Amán estaba forzando a su esposa y ordena que sea castigado con la horca. A continuación nombra a Mardoqueo en su lugar y establece un nuevo decreto que autoriza a los judíos a usar la violencia para defenderse. El 13 de adar, fecha en que los judíos debían ser exterminados, se convirtió en el día de la venganza. Los judíos del Imperio persa lograron salvarse.
Como esposas o madres de reyes, Betsabé, Jezabel, Atalía y Ester son descritas en la Biblia como mujeres valerosas y decididas cuya intervención en los acontecimientos históricos fue determinante, si bien cada una es valorada de diferente manera según los parámetros bíblicos. En cualquier caso, todas ellas han pervivido en las manifestaciones culturales de nuestra civilización, inspirando a numerosos pintores, escritores y músicos.
Este artículo pertenece al número 202 de la revista Historia National Geographic.