Ríos y reservas subterráneas contaminados, suelos dañados por la metralla y las minas, nubes tóxicas procedentes de instalaciones industriales bombardeadas, radiactividad, bosques quemados, reservas naturales devastadas... A la tragedia humana que vive Ucrania desde 2022 se suma una catástrofe medioambiental y de salud cuya magnitud y consecuencias aún se desconocen. Como parte de los esfuerzos por comprender mejor esos impactos, un nuevo estudio publicado este jueves en la revista Science ha analizado la destrucción de la presa de Kajovka (Ucrania) en junio de 2023, de la que los gobiernos de Kiev y de Moscú se acusan mutuamente.
El derrumbe de la presa desencadenó una gran crisis medioambiental, que el Gobierno ucraniano calificó de ecocidio. Destruyó gran parte de los ecosistemas de las regiones cercanas y liberó sedimentos contaminados en los sistemas hídricos aguas abajo. Aunque previamente se habían publicado trabajos sobre las repercusiones económicas y sociales de la destrucción de la presa, los efectos medioambientales a largo plazo y sus riesgos para el ser humano siguen sin conocerse en profundidad.
Combinando trabajos de campo, datos de teledetección y modelos hidrodinámicos, científicos del Instituto Leibniz de Ecología y Pesca en Agua Dulce en Berlín han evaluado los riesgos humanos derivados del colapso de esta presa y han señalado las posibilidades de recuperación del ecosistema tras la catástrofe.
"Las consecuencias para las poblaciones civiles son múltiples", explica Alexander Sukhodolov, uno de los autores principales de la investigación. "De entrada, la reducción del suministro de agua para el riego de las tierras de cultivo; además del aumento de los riesgos de acumulación de sustancias tóxicas (metales pesados) en el cuerpo humano a través de las cadenas alimentarias que pueden provocar distintos trastornos de salud. También hay posibles cambios en la composición de las comunidades animales (potencial gran aumento de roedores), además de otros, como cambios en el microclima local y de la pérdida de zonas de recreo".
Los resultados revelan que la destrucción de la presa provocó una erosión considerable, pérdida de suelos y desaparición de la vegetación, con graves consecuencias para los hábitats de las regiones afectadas. Más preocupante aún, el artículo alerta de que la rápida desecación del embalse desencadenó una "bomba de relojería tóxica" al liberar una superficie de 1,7 kilómetros cúbicos de sedimentos contaminados por una serie de sustancias tóxicas, como metales pesados, nitrógeno y fósforo.
Los científicos estiman que en cinco años se habrá recuperado el 80% de las funciones del ecosistema perdidas por el evento y que es probable que la biodiversidad de la llanura aluvial se recupere significativamente en sólo dos años. Sin embargo, aunque existen medios para combatir la contaminación por metales pesados mediante técnicas de biorremediación (utilizando plantas para absorber ciertas sustancias tóxicas), los contaminantes persistentes suponen un motivo de grave preocupación a largo plazo.
Y las posibilidades de trabajo de rehabilitación son inciertas, dado el contexto. "Como las escalas de impacto son muy grandes (van mucho más allá que los proyectos conocidos de eliminación de presas, estamos hablando del tratamiento de unos 1,5 km3 de suelo contaminado) las medidas de rehabilitación serán muy caras", afirma Alexander Sukhodolov. Ahora mismo no hay consenso sobre ningún posible planteamiento, en parte porque de momento la guerra no ha terminado, la zona está dividida entre los dos países.
Los expertos señalan que lo que ocurra y cómo se desarrollen los proyectos dependerá de quién tenga el control del territorio. "En todo caso, cualquier trabajo de reconstrucción necesitará una sólida evaluación científica de diferentes variantes (con y sin una reconstrucción del embalse)", advierte Sukhodolov. "Y cada una de las posibilidades necesita también una perspectiva estratégica sobre el uso de estas instalaciones. Así que, en este momento, es difícil poder afirmar algo en este sentido con total seguridad".
Arma de guerra
Las presas son piezas fundamentales de las infraestructuras hídricas modernas y sirven de apoyo a la agricultura, la producción de energía y el abastecimiento de agua. Aunque la probabilidad de fallo estructural es relativamente baja, el envejecimiento de las instalaciones y las crecientes repercusiones del cambio climático han suscitado inquietud acerca de su estabilidad plasmadas en varios informes de instituciones internacionales.
Sin embargo, los autores subrayan que otro factor de riesgo que a menudo se pasa por alto son los conflictos humanos. Ya que la destrucción deliberada de presas -a pesar de estar prohibida por las Convenciones de Ginebra- se ha utilizado cada vez más como arma de guerra mediante la destrucción intencionada, amplificando las crisis tanto humanitarias como medioambientales.
Los resultados del estudio de Science aportan nueva información sobre los riesgos ecológicos de la destrucción estratégica de presas durante la guerra y los efectos que pueden persistir años después. "Nuestro trabajo pone de relieve las consecuencias medioambientales a largo plazo sobre la destrucción de la presa de Kajovka y eleva la preocupación no sólo por el uso del acceso al agua como arma, sino también por los riesgos que plantean las viejas presas de todo el mundo", advierten los autores.