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Recordando el 14 de julio de 1980
Por Raúl Molina Mejía - Nueva York, 16 de julio de 2007

Hoy que caminaba por la calle, en horas de la mañana, me percaté de que estábamos a 14 de julio. La fecha se celebraba antes en Guatemala como el día de los derechos humanos, al asumir que la Revolución Francesa, justamente, había puesto sobre el tapete político los derechos y libertades fundamentales del ser humano. Esa fecha, sin embargo, desde 1980, ha tenido para mí un significado mucho más profundo, que enfatiza mi compromiso con la causa de los derechos humanos.

Me remonté en la memoria a la mañana del 14 de julio de 1980, cuando llegué, antes de las 7:00 a.m. a la Rectoría de la Universidad de San Carlos de Guatemala (USAC), para cumplir con el mandato del Consejo Superior Universitario de que asumiera, interinamente, como Rector Magnífico. Esa decisión, tomada la semana previa, había sido la culminación de un difícil proceso de discusión al interior de nuestra Alma Mater. Nos encontrábamos en el medio de la más sangrienta represión que universidad alguna en América Latina hubiese sufrido. El año 1980 había sido particularmente violento, al ser marcado por la masacre de la Embajada de España, el 31 de enero de dicho año, y todos los acontecimientos que luego se sucedieron.

Semana a semana, cada miércoles en reunión ordinaria y otros días en reuniones extraordinarias, nos reuníamos la mayoría de los 44 miembros del Consejo Superior Universitario (CSU): el Rector, el Secretario, el Tesorero, los 10 Decanos de Facultades, los 10 representantes de los catedráticos titulares, los 10 representantes estudiantiles de las Facultades y los 11 representantes de los colegios profesionales. En cada reunión, el análisis de la situación nacional era alarmante, ya que no solamente la universidad se encontraba bajo ataque sino también todos los otros sectores contestatarios, entre ellos sectores religiosos, sindicalistas, campesinos, estudiantiles y políticos. No había consenso al interior del CSU sobre las acciones a tomar, con un sector minoritario que sugería que la USAC debía bajar el perfil en su defensa de los sectores oprimidos y reprimidos de la sociedad guatemalteca. En el otro sector, el mayoritario, que consideraba que la universidad nacional debía continuar desempeñando su papel de voz de los excluidos, también habían diferencias, con el segmento en que el Rector se insertaba, que propugnaba la firmeza y la consecuencia, sin llegar a la provocación, y otro, más radical, que consideraba deber de la universidad unirse al proceso revolucionario ya en marcha.

Dentro de este clima de discusión, y contando a diario las víctimas universitarias y no universitarias caídas ante la demencia represiva del régimen de Lucas García, la vida del Rector estuvo en grave riesgo en un par de oportunidades, aparte de que miembros de las fuerzas contrainsurgentes clandestinas se infiltraban y actuaban al interior de la ciudad universitaria en forma constante. Ante nuevas amenazas al Dr. Saúl Osorio Paz, Rector Magnífico de la USAC, los dirigentes de la comunidad universitaria pensamos en la conveniencia de que saliera del país. Era tal el riesgo que a varios miembros del CSU se nos pidió que acompañáramos al Rector al aeropuerto, a fin de evitar que pudiese ser detenido por los grupos del Estado actuando en la clandestinidad. Para tranquilidad de todos, luego de momentos sumamente tensos, el Rector pudo salir y desempeñarse, interinamente, entre México y Costa Rica, siendo reemplazado en sus funciones en Guatemala por el Lic. Leonel Carrillo Reeves, en su condición de Decano de la Facultad de Ciencias Químicas y Farmacia.

Luego de un mes de relativa tranquilidad interna, el CSU se vió emplazado por el sector minoritario, entre cuyos miembros habían algunos universitarios con estrechos contactos con militares de alto rango, para que se le pidiera al Dr. Osorio Paz su renuncia. Los argumentos de algunos de ellos eran que las declaraciones y acciones del Dr. Osorio Paz en el exterior ponían en peligro la integridad física de los universitarios que seguían en sus tareas en la USAC. El Lic. Carrillo Reeves, quien, a mi entender, creía genuinamente en que la furia de los militares en contra de la USAC podía ser aplacada con el desplazamiento de quienes eran tildados de integrantes del PGT (Partido Guatemalteco de los Trabajadores, partido comunista en la clandestinidad desde 1954), planteó que él no seguiría siendo el Rector en funciones para forzar a que el Dr. Osorio Paz renunciara a su condición de Rector o regresara a asumir nuevamente sus funciones.

La mayoría de los miembros del CSU rechazamos el planteamiento de Carrillo Reeves. Para nosotros era inadmisible hacer justamente lo que quería el Alto Mando del Ejército: descabezar a la USAC y, vía nuevas elecciones, someter a la universidad nacional al control militar. Entendíamos, por otro lado, que el Lic. Carrillo Reeves tenía todo el derecho de renunciar a seguir siendo Rector en funciones, si bien su posición no nos parecía justa ni consecuente con los perseguidos de la USAC. Las tensiones eran grandes al interior del CSU, aunque la decisión legal a tomar no constituía problema. El Lic. Carrillo Reeves había asumido por su condición de Decano que más tiempo había estado en el ejercicio de dicho cargo. Al renunciar él a ejercer las funciones, le correspondería asumir la Rectoría al segundo Decano más antiguo en el puesto. Ese Decano era yo, por haber iniciado mi período en julio de 1976. La decisión de darme el mandato se tomó en el CSU con ostensible mayoría. La fecha del traspaso de funciones se estableció para el 14 de julio. Familia y amistades no dudaron ni un momento en que yo asumiera la responsabilidad, si bien todos entendíamos los peligros inherentes al cargo.

El día señalado, me encontré con el Lic. Carrillo antes de las 7:00 horas de la mañana, en la Rectoría. Hubo frialdad en el saludo de su parte, pese a que habíamos desarrollado una respetuosa amistad en el CSU a lo largo de cuatro años de ocupar escaños vecinos en el salón del Consejo. Procedimos a preparar la firma del acta de traspaso de funciones. Justamente, cuando me encontraba a punto de estampar mi firma en una de las copias del acta, escuchamos lo que parecía el estallido de muchísimos cohetes –las famosas “ametralladoras” de los fuegos pirotécnicos guatemaltecos-- en las afueras del Edificio de la Rectoría. En mis adentros pensé que podría ser una forma de celebrar el cambio de rector por parte de los estudiantes afines al Dr. Osorio Paz y no dejé de apenarme por el Lic. Carrillo.

Cual no sería la sorpresa de ambos cuando ingresaron al recinto secretarias con el rostro desencajado para informarnos que “estaban atacando a tiros la universidad”. Durante varios minutos, fuerzas de seguridad del gobierno provenientes de la zona 7 dispararon en contra de todas las personas que ingresaban o circulaban por la parte de enfrente de la ciudad universitaria, muy cerca de la Rectoría. Supimos que hubo docenas de heridos de bala y fuimos informados de que el saldo fatal eran 8 estudiantes muertos, todos ellos estudiantes del curso de vacaciones de la Facultad de Ingeniería. Se trató del primer ataque a mansalva en los recintos universitarios desde 1962, un nuevo giro en la espiral de violencia contra la USAC. Aunque nunca nos quedó muy claro si el ataque fue o no un mensaje directo a la universidad, la “explicación oficial extraoficial” fue que esa mañana un grupo guerrillero había matado al jefe de la estación de policía de la zona 7 y que, en venganza, y en función de la acusación pública de Lucas García de que la universidad era “centro de subversión”, integrantes de ese contingente habían decidido atacar a los universitarios en la ciudad universitaria, en forma inmediata e indiscriminada.

El resto del día fue muy intenso, con las responsabilidades de la universidad recayendo ahora en mis hombros. La primera acción fue salir a evaluar la situación en el lugar principal de los disparos. No llegamos hasta donde estaban los estudiantes muertos, porque se nos alertó que los grupos atacantes podrían tener francotiradores en las proximidades, justamente a la espera de que las autoridades universitarias hiciéramos acto de presencia. Con quien sería mi Secretario, el Ing. Humberto Salazar, procedimos a elaborar un plan para enfrentar el momento. Declaramos tres días de duelo en la USAC, cerrando sus actividades académicas. Sostuvimos una conferencia de prensa para hacer conocer nuestra posición a la opinión pública y convocamos a reunión extraordinaria del CSU para tomar todas las medidas del caso. Cada minuto contaba, ante la gran cantidad de tareas que debíamos realizar; pero había el respaldo completo de las autoridades y del personal administrativo. Sabíamos que, de alguna manera, nos enfrentaríamos al más incierto futuro, en el que la supervivencia misma de la USAC, como universidad nacional y autónoma, estaría en grave riesgo.

Aunque las actividades emprendidas y las energías eran consumidas por las necesidades emanadas de mi condición de funcionario público, en cada uno de esos instantes era importante saber que contaba con todo el apoyo de los seres queridos y las amistades. Mi familia inmediata y mis padres y hermanos estuvieron pendientes e hicieron llegar sus mensajes. Amistades de muy diversos orígenes no solamente se solidarizaron a título personal e institucional sino que ofrecieron su concurso para encontrar una fórmula que detuviera el baño de sangre de la USAC. Desde ésta, planteamos el diálogo nacional y muchas puertas se abrieron en los ámbitos académico, religioso y político. Era un último intento para el país de salir de una situación desesperada, que, a la larga, probó ser una situación sin salida.

Lo que vino después, para mí y para la USAC, fueron lo que he llamado varias veces al hablar de estos hechos “los diecisiete días más largos de mi vida”. Durante ese tiempo pude observar los gestos más sinceros y desinteresados de solidaridad, así como acciones de gran sacrificio personal y entrega de amistades, colegas y seres queridos. Será en otra oportunidad que comentaré sobre el extraordinario equipo de trabajo que acompañó mi gestión, así como las audaces iniciativas de quienes quisieron tender puentes para salvar la crisis, como la del Lic. Mario Illescas, compañero de estudios en la secundaria y catedrático entonces de la Facultad de Ingenería. También señalaré, oportunamente y previa autorización de su parte, a las personas que, corriendo riesgos personales, me abrieron las puertas de sus hogares para pasar cada noche en una casa distinta. Al concluir mi gestión como Rector en funciones de la USAC, el 31 de julio de 1980, mi lista de gratitud se había ampliado considerablemente.

Al rememorar el 14 de julio de 1980, uno de los días más trascendentales de mi vida, no puedo menos que recordar la barbarie que siguió profundizándose en el país. Pasan las imágenes en mi memoria de la gran cantidad de gente, mucha muy valiosa ya entonces para nuestra sociedad y otra muy valiosa en su respectivo espacio vital, universitaria y no universitaria, que siguió cayendo víctima de la ola represiva que el ejército, los grandes ricos y los Estados Unidos lanzaron en contra de amplios sectores de la sociedad guatemalteca. Hoy, 27 años después, siento la necesidad de levantar mi voz y mi pluma: hay que recordar, hay que escribir la memoria histórica y también hay que hacer justicia. El bien de la patria requiere de estos tres pasos fundamentales, si es que más adelante esperamos alcanzar una verdadera reconciliación.

Nueva York, 14 de julio de 2007

Raúl Molina Mejía, Decano de la Facultad de Ingeniería, de 1976 a 1980, y Rector en funciones de la USAC, del 14 al 31 de julio de 1980

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