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Recensiones egiptol�gicas

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Este camino no conduce a nada

Manet�n. Historia de Egipto. Traducci�n, introducci�n y notas de C�sar Vidal Manzanares. Madrid, 1993, Alianza Editorial, 122 pp.// Por Miguel Angel Molinero Polo. Universidad de La Laguna. (Tempus 9, 1995)

Los egipcios cre�an que el paso al M�s All� se realizaba a trav�s de una serie de puertas que abr�an sobre dos caminos, uno de agua y otro de tierra. El difunto no ten�a que elegir entre ellos, sino m�s bien transitar por ambos. La �nica condici�n para hacerlo era tener conocimientos suficientes para poder evitar sus peligros. El peque�o libro que nos ocupa no parece haber sabido eludir ninguna de las acechanzas que depara el transitar por la Historia. 

Los lectores de esta rese�a pueden juzgar que hay desproporci�n entre el tama�o del libro, que apenas supera el centenar de p�ginas, y el extenso comentario que le hago. Entiendan que lo tomo como caso paradigm�tico, y que intento poner de manifiesto la tendencia que se est� estableciendo en la sociedad espa�ola de que al no existir una Egiptolog�a universitaria bien establecida, en este campo todo vale y nadie va a juzgar lo que en �l se haga. Y esto no es una alusi�n a algunas personas que desde otros medios, cursos de instituciones paralelas, asociaciones culturales o incluso estudios hist�ricos de otro periodo, est�n intentando desarrollar con generosidad esta especialidad en nuestro pa�s. 

En la primera p�gina de la introducci�n Vidal Manzanares escribe: "... desde Champollion hasta nuestros d�as. Tal parece que los descubrimientos del mestizo que acompa�� a Napole�n en su aventura egipcia no s�lo dejaron al descubierto buen n�mero de los secretos vinculados a esta civilizaci�n..." (las cursivas son m�as). Por m�s que leo la p. 9 no veo otro personaje a quien puedan referirse tanto el calificativo de "mestizo" (�qu� falta de tacto!) como "que acompa�� a Napole�n" salvo Champollion �Pero J. F. Champollion el Joven (1790-1832) ten�a ocho a�os cuando Napole�n emprendi� su expedici�n a Egipto (1798), y no viaj� al pa�s del Nilo m�s que una �nica vez, en 1828-1829[1]!

 �Un lapsus? Si seguimos la lectura encontraremos "despistes" de este tipo en la mayor parte de las p�ginas. Cito algunos otros ejemplos.

 Al analizar lo que sabemos del historiador egipcio, Vidal comenta que el nombre Manet�n ten�a un significado te�foro "y constitu�a por ello un apelativo adecuado para un sacerdote" (p. 11). Resulta as� evidente que no se ha dado cuenta que la mayor�a de los nombres egipcios son te�foros, independientemente de la profesi�n que alcanzasen sus portadores al llegar a la edad adulta y que en un sistema social tan cerrado como el egipcio, la profesi�n no se elige, ni cuenta la voluntad del individuo ni, sobre todo, el nombre que se le otorga al nacer, pues se suele heredar la del padre.

 Los p�rrafos dedicados a Manet�n y los reyes l�gidas muestran el mismo descuido en la redacci�n. Las fechas de Ptolomeo I en la p. 13 son las del reinado de su hijo, Ptolomeo II Filadelfo. Podr�amos pensar en un error tipogr�fico por el que se ha sido omitido un n�mero, pero el texto no deja dudas: se est� refiriendo al general de Alejandro, al que hace iniciar su reinado cuarenta a�os despu�s de muerto el macedonio. A�n m�s, si en el 241 a.C. Manet�n ten�a ya una edad avanzada (p. 15) �C�mo pudo Ptolomeo V encomendarle la tarea de sentar las bases del culto sincr�tico de Serapis (p. 15) teniendo en cuenta la cronolog�a de este rey que Vidal mismo ha dado dos p�ginas antes (205-181 a.C.)? Habr�a bastado con que el autor repasase sus propias fechas para reconocer el problema. Por otra parte, una investigaci�n bibliogr�fica le habr�a permitido comprobar que la introducci�n del culto de Serapis se atribuye a uno de los tres primeros Ptolomeos[2].

 Pero si hay un ep�grafe que no puede soslayarse es el dedicado a las fuentes de Manet�n para su Historia de Egipto (pp. 30-33). "... las consignadas a continuaci�n, aparte de las obras contenidas en bibliotecas y archivos, formaron con bastante probabilidad parte de las mismas" (p. 31): a) lista real de Sakkara; b) lista real de Abidos (p. 31); c) lista real de Karnak; d) papiro de Tur�n; e) piedra de Palermo (p. 32). Es decir, Vidal confunde las fuentes con las que los egipt�logos contaron para establecer la sucesi�n de reyes de Egipto[3] entre las que hay documentos de fechas muy diversas que han ido recuperando los arque�logos en los �ltimos dos siglos, con los documentos que estuvieran disponibles, es decir, no enterrados todav�a, en el s. III a.C. cuando viv�a Manet�n. Se trata en definitiva de que no entiende la naturaleza diacr�nica de nuestra documentaci�n, pues es evidente que el conjunto de la producci�n de la civilizaci�n egipcia no estaba presente permanentemente, y gran parte de sus creaciones yac�an ya bajo tierra cuando a�n estaba viva, debido a su enorme extensi�n cronol�gica.

 Seg�n D. B. Redford, las fuentes que se reconocen en los Ep�tomes de la Aegyptiaca son: 1) registros o anales; 2) "tablillas sagradas"; 3) cronograf�as cl�sicas y b�blicas; 4) etiolog�as y cuentos populares. De ellas, las terceras no son de origen manetoniano claramente sino de la cultura de sus epitomistas[4]. Se podr� estar de acuerdo o no con Redford, pero la importancia de su obra exige al historiador argumentar las razones por las que no se tiene en cuenta su opini�n, sobre todo cuando, como en este caso, el libro aparece citado en la bibliograf�a de la obra comentada (p. 37).

 Y esto nos hace entrar ya en el problema de las fuentes del propio Vidal Manzanares. Si el lector utiliza este libro con sentido cr�tico se dar� cuenta pronto de que hay una disparidad evidente entre la bibliograf�a que se cita en la p. 37 y la que se menciona en las notas. Mientras que en la primera se incluyen obras de car�cter general y relativamente recientes que muy raramente se reflejan en las notas, las obras que aparecen en �stas son, casi sin excepci�n, de la primera mitad de nuestro siglo �C�mo resolver esa contradicci�n? V�ase la traducci�n de las obras de Manet�n en la prestigiosa The Loeb Classical Library y se encontrar� parte del enigma resuelto. El mismo Vidal Manzanares, al enumerar las ediciones de los ep�tomes griegos y latinos que han conservado las citas del autor egipcio menciona que la edici�n de W. G. Waddell, Manetho, Cambridge, 1940 es la que "hemos utilizado como base para esta versi�n al castellano (...) siguiendo la numeraci�n de los fragmentos que aparece en la misma" (p. 36). Pero en este contexto el lector puede creer que se est� refiriendo s�lo a los textos cl�sicos, cuando en realidad gran parte de su obra depende de la de Waddell. As� comparando ambas introducciones se puede establecer esta correlaci�n: 

Vida de Manet�n (pp. 11-16)

=

Waddell pp. IX-XIV[5].

Obras de Manet�n (pp. 16-18)

=

Waddell pp. XIV-XV[6] y 236-237, n. 1.

La Historia de Egipto (pp. 18-20)

=

Waddell pp. XV-XVI.

Fuentes de la Historia de Egipto (pp. 30-33)

=

Waddell pp. XX-XXIV.

Ediciones del texto griego

=

las mismas que Waddell, lo que es l�gico, pero los comentarios son los mismos que hace este autor en su lista de la p. XXIX.

Esto no significa que los errores que he citado m�s arriba deban atribuirse a Waddell. Vidal Manzanares se ha permitido salpicar las p�ginas del ingl�s con comentarios propios que son reconocibles antes incluso de recurrir al libro de la colecci�n Loeb por su errada intenci�n y falta de sutileza. As�, p.e., donde Waddel habla del inter�s de los historiadores judaicos por Egipto a causa de la relaci�n con este pa�s de sus ancestors (p. XVI), Vidal afirma el "hecho de que la historia patria de Israel hunde sus ra�ces en Egipto" (p. 19) en recuerdo a que algunas de las tribus de Israel salieron de Egipto tras el periodo de trabajos en el Delta que recuerda el libro del �xodo, donde seg�n Vidal los israelitas ya practicaban (�antes de su instalaci�n en Palestina!) un monote�smo iconoclasta (p. 23); o, sobre todo, donde Waddell presenta los documentos de que ahora disponemos para establecer las listas reales como "the kind of monuments which he may have consulted" (p. XXI), Vidal no tiene inconveniente en afirmar que fueron esos mismos "con bastante probabilidad" (p. 31). 

En cuanto a la traducci�n en s� del texto, poco puede decirse. Son bien conocidos los problemas del colectivo de traductores para obtener unos derechos de autor, y lo dif�cil que resulta establecer una verdadera protecci�n de su labor. Es el lector quien debe concluir tras su propia lectura y comparaci�n si lo que se ha traducido es el texto griego y latino o el ingl�s de Waddel -a m� me parece que es �ste �ltimo, pero yo no puedo afirmar aquello que las leyes no regulan-.

Por el contrario, las notas del texto no pueden dejarse sin un comentario. Salvo un reducido n�mero, que no llega a una decena, las 94 notas del tomo I, las 85 notas del tomo II y las 46 notas del tomo III pueden leerse tambi�n en el librito de la Loeb, con una bibliograf�a mucho m�s rica que ha sido en gran parte suprimida en esta edici�n castellana[7] �Tan s�lo una docena de notas ha sido "completada" con alguna obra del propio Vidal Manzanares!

Como conclusi�n, creo que si se quer�a publicar una traducci�n de la Historia de Manet�n, deseo loable pues la inexistencia de esta obra en nuestra lengua es notoria �por qu� no se tradujo directamente la de Waddell? Al menos el lector sabr�a ante lo que se encuentra, y no se le enga�ar�a present�ndole como una aportaci�n reciente de la investigaci�n hist�rica un texto que tiene ya medio siglo.

 Las puertas del M�s All� seg�n las creencias egipcias sol�an estar rodeadas de una zona de fuego y otra de tinieblas. Con obras como la comentada, la naciente egiptolog�a espa�ola corre el riesgo de no aprender a andar, perdida en la oscuridad o consumida en las llamas.

  

Miguel �ngel MOLINERO POLO

Departamento de Prehistoria, Antropolog�a e Historia Antigua

Universidad de La Laguna

Publicado en Tempus 9, 1995, pp. 65-69




[1] Hartleben, H., Jean Fran�ois Champollion. Lettres et Journaux �crits pendant le voyage d'Egypte, sin lugar de edici�n, 1986, XXIII.

[2] Con noticias divergentes en los distintos historiadores cl�sicos que lo recogen, y que muestran que ya en la Antig�edad exist�an versiones contradictorias: T�cito, Hist. IV, 83-84; Plutarco, Isis y Osiris, 28, 361 F; Clemente de Alejandr�a, Prot. IV, 48. Sobre el culto a Este dios v�anse: Vidman, L., Isis und Serapis bei den Griechen und R�mern. Epigraphische Studie zur Verbreitung und zu den Tr�gern des �gyptischen Kultes, Berlin, 1970; y Hornbostel, W. Serapis (EPRO 32), Leiden, 1973.

[3] Redford, en Pharaonic King-Lists, Annals and Day Books. A Contribution to the Study of the Egyptian Sense of History, Mississauga, 1986, 1-64 ha inventariado, aparte del Canon de Tur�n y las dos listas de ancestros reales de Abidos (pues son dos, la de Seti I y la de Rams�s II), una lista de reyes que recoge una tradici�n menfita de la sucesi�n din�stica en siete tumbas privadas, una tradici�n tebana que aparece representada en ocho tumbas reales, en veintiocho documentos privados y en nueve listas de cartuchos reales en tumbas de particulares, aparte de los reyes mencionados en titulaturas privadas y genealog�as, que aparecen ordenados cronol�gicamente al narrar el difunto su vida desde la infancia.

[4] Redford, Pharaonic..., 214.

[5] Cito las p�ginas por la edici�n de Londres, 1956. No tiene por qu� haber variaciones pues se trata de una mera reimpresi�n.

[6] Con la salvedad de que Vidal dice que escribi� nueve obras y Waddell menciona ocho obras en el texto y rechaza los Apotelesmatik� (p. XIV, n. 3). El texto de esa misma nota, Vidal Manzanares lo ha convertido en su propio comentario a la "novena obra", sin dar ninguna raz�n para su inclusi�n.

[7] Se basa tan fielmente en las notas del autor ingl�s que la identificaci�n que hace de los nombres de Manet�n con los que se da a los reyes en la bibliograf�a habitual no coincide ni siquiera con la que �l mismo ha publicado. As�, p.e., los reyes Djer y Uadyi son denominados Atoti (p. 52, n. 34), lo que coincide con la nota 4, p. 27 de Waddell, pero no con su propio Djer en Vidal Manzanares, C., Diccionario hist�rico del Antiguo Egipto, Madrid, 1993, p. 76 (Uadyi no aparece mencionado en este diccionario). Para una discusi�n sobre estos nombres v�ase Drioton, E., Vandier, J., Historia de Egipto, Buenos Aires, 1973, p. 138, obra citada por cierto en la bibliograf�a del Manet�n comentado.


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� Agust�n Barahona Juan 1996 - 125 . Todos los derechos de copia o reproducci�n est�n reservados. Copyright.

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