“El 9 de febrero, al cumplirse un año del operativo represivo del Ejército en la Provincia de Tucumán, el pelotón ‘Pueblo de Tucumán’ del Ejército Montonero intentó ajusticiar por envenenamiento al General Acdel Vilas, durante un almuerzo realizado en el Regimiento I de la Capital Federal, al que asistían altos jefes militares. El objetivo no pudo lograrse por fallas técnicas. El intento sin embargo alcanza para advertir a los miembros del ejército proimperialista que el pueblo está en todas partes. Aún en el casino de oficiales, adonde el General Vilas se hacía preparar sus comidas ‘por razones de seguridad’. El soldado dragoneante clase 1954 Miguel Romero, que logró retirarse del Regimiento I luego del fallido intento, demostró con su ejemplo a todos los soldados conscriptos y al pueblo, que el enemigo es vulnerable aún donde cree estar más seguro”. (“Evita Montonera” N° 12. Febrero-marzo 1976). En la misma nota, ponen en boca de Vilas, durante ese almuerzo, la siguiente aseveración: “Yo sé de guerra revolucionaria, no como ese Bussi. Mi consigna es: muertos y enterrados. Así no joden más. Especialmente a los que hacen agitación. Bussi lo único que sabe hacer es parar autos y allanar pueblos”. Al otro día del atentado se supieron pormenores del mismo: el general Vilas se hallaba almorzando en la sede del Regimiento Patricios acompañado por su hijo y otro oficial, siendo atendido por el soldado dragoneante Romero, quien sirvió a los comensales un plato de sopa, tras lo cual se retiró hacia la la cocina. Vilas y compañía notaron que la sopa tenía un extraño color anaranjado y dudaron en tomarla. A todo esto, el dragoneante Romero, cruzó casi a la carrera el puesto de guardia que lo separaba de la calle diciéndole a los que estaban a su cargo, para justificar su salida, que iba en busca de whisky para el general. Esta afirmación llamó la atención de un suboficial, quien conocía que el general Vilas había sufrido un tiempo atrás una delicada intervención estomacal, a partir de la cual tenía prohibida la ingestión de bebidas alcohólicas blancas. En la sospecha de que algo anormal ocurría, el suboficial se trasladó al comedor, donde refirió lo ocurrido, acentuando la prevención del general y sus acompañantes acerca de la bendita sopa. Para sacarse dudas, dieron un poco de ese alimento a un perro que quedó tieso y duro, por lo que el caldo fue remitido a un análisis químico que confirmó su alto grado de toxicidad. Miguel Romero fue abatido con posterioridad en un enfrentamiento con fuerzas represivas. Eso fue el 3 de mayo de 1977 en Avellaneda, cuando cayó combatiendo conjuntamente con su compañero de organización Isidro Fernández.