A la luz de las estrellas y a la mucho más viva de los millares de cirios de la Basílica iluminada de alto abajo, hecha un ascua de
fuego, adornada como para una fiesta y con las puertas abiertas de par en par, por donde se desliza, apretándose, el gentío ansioso por contemplar al Pontífice, se ve, destacándose de la roja muceta orlada de armiño que flota sobre la nívea túnica, la cabeza hermosísima del Papa, el puro diseño de medalla de sus facciones, la forma artística de su blanco pelo, dispuesto como el de los bustos de rancio mármol que pueblan el Museo degli Anticchi.
Emilia Pardo Bazán
¡Si supierais con qué afanes los he ganado! ¡Todo un verano segando bajo el
fuego del sol!... ¡Todo un verano lejos de mi pueblo, de mi mujer y de mis hijos!
Pedro Antonio de Alarcón
¡Ramón llevaba ya las insignias de Comandante y la boina blanca de carlista!... Yo mandé hacer
fuego contra Ramón, y Ramón contra mí: es decir, que su gente y mi batallón lucharon cuerpo a cuerpo.
Pedro Antonio de Alarcón
Poco a poco, la embriaguez se apoderaba de nuestro pavo. Sus pasos eran vacilantes, su cresta despedía
fuego. Un vértigo le confundía.
Emilia Pardo Bazán
Y desde entonces tuvo siempre presente este engaño y no dio la infatigable llama del fuego a los fresnos, los hombres mortales que habitan sobre la tierra.
En esto inundaron la estancia más de cincuenta hombres y mujeres, armados con palos, puñales y pistolas, dando tremendos alaridos y lanzando
fuego por los ojos.
Pedro Antonio de Alarcón
o frío, o... ¡Jesús, no quiero pensarlo!, le pegaba
fuego a Madrid, o me saltaba la tapa de los sesos! ¡Transija usted, pues, y, ya que no acepta que vivamos juntos como dos hermanos (porque el mundo lo mancha todo con sus ruines pensamientos), consienta que le señale una pensión anual, como la señalan los reyes o los ricos a las personas dignas de protección y ayuda...
Pedro Antonio de Alarcón
Pero sobre aquellas piedras había sangre: los heridos menos graves las habían maculado al pasar. Gracias a ellas, también, el niño cruzó el arroyo a paso rápido; iba hacia el fuego.
Cuando Dios enciende en un alma el
fuego sagrado del genio, no es para que esa alma se consuma en la soledad, sino para que cumpla su misión sublime de iluminar el alma de los demás hombres.
Pedro Antonio de Alarcón
Para distraer el temor, dirigióse a la cocina, a cuidar del puchero. Recebó el
fuego del hogar con leña menuda, y destapó y espumó la olla, lentamente.
Emilia Pardo Bazán
Arrastraron fácilmente al anciano hacia el
fuego que acababa de recebar, y que ardía restallando, enrojeciendo la oscura panza del pote y las trébedes en que descansaban las ollas.
Emilia Pardo Bazán
En una de esas asomadas, peligrosas por todo extremo, vio que las tropas habían ya avanzado hasta la puerta de aquella casa, mientras que los sediciosos retrocedían hacia la plaza de Santo Domingo, no sin continuar haciendo
fuego por escalones, con admirable serenidad y bravura.
Pedro Antonio de Alarcón