¡Cuán bella destacábase, como arropada por algunos árboles, la huerta del Breñas, con sus arriates cubiertos de flores, con el parral que sombreaba la planicie!
En ellos se aprende cuán perniciosa cosa es que el ministro se junte con su señor en un propio grado, y cuánto quita a todos quien se le pone delante.
Cuando pensaba esto, un sudor frío y angustioso empapaba su frente y sus cabellos. ¡Dios santo, cuán hondas eran sus angustias, sus temores, su desesperación!
¿Por qué ocultas ahora la cabeza en el rincón del ala entumecida? ¡Oh, cuán solos estamos! Vé, ya empieza a anochecer: ¡Qué igual es nuestra vida!...
Del resto callaré, pues dicho dejo cuán larga, si hablo, fuera al fin mi historia, aunque toda merezca en su festejo que heroica trompa cante su memoria.
Oh, cama que, de todos lecho con el cándido pie; los que para tu amo vienen, cuán grandes goces, que en la errante 110 noche, que en el medio del día él goce.
¡
Cuán poco se necesita a veces para decidir de un destino: a la altura henchida, tranquila y eficiente, o a ras del suelo como un gas!
Horacio Quiroga
—Eso es —dijo Dupin—; y después de preguntar al niño cómo efectuaba esa completa identificación en que residía su éxito, recibí la siguiente respuesta: «Cuando deseo saber cuán sabio o cuán estúpido...
En cuanto se mejorara era preciso que se fuesen a vivir al valle, en una casita como aquella, hasta tanto que ambos se afirmaran, podrían ir tirando con sus escasas rentas. ¡Y cuán felices podrían ser, y lo serían seguramente!
¡Cuán grande varón fue el que admiró al varón que a su mismo Catón fue admirable! El autor del Diálogo de los oradores, que, con nombre de Quintillano, abulta las obras de Tácito, cap.
Esta consideración me detuvo el juicio precipitado en la mala vislumbre de traición que contra su general le acusaba de chismoso. ¡Oh cuán sólidamente obra quien es sólidamente bueno!
Homero habla de estos objetos en muchos pasajes de su Odisea, por ejemplo, en aquel en que el divino Teoclimenes, nacido de la raza de Melampe, dirige estas palabras a los amantes de Penélope: «¡Desgraciados, cuán horrible suerte os espera!