Ejemplos ?
La espera no fue de mucha duración; pronto el rápido galopar de sus caballos anunció la llegada del enemigo...
El tiempo apremiaba; decidí resguardarme bajo el tejadillo de un portal desde donde me sería más cómodo parar algún coche de caballos.
¿Quieres que te enseñe a cambiar burros muertos por burros vivos? ¿Quieres vender como potros tus caballos viejos? ¿Quieres que le enseñe el francés a una mula?
Al escuchar el ruido de los grifos de cobre sellados contra el muro y destinados al riego cotidiano de aquellos restos mortales, oí el rodar de un coche de caballos.
Cuarenta y tantas carretas toldadas con negruzco y pelado cuero se escalonaban irregularmente a lo largo de la playa y algunos jinetes con el poncho calado y el lazo prendido al tiento cruzaban por entre ellas al tranco o reclinados sobre el pescuezo de los caballos echaban ojo indolente sobre uno de aquellos animados grupos, al paso que más arriba, en el aire, un enjambre de gaviotas blanquiazules que habían vuelto de la emigración al olor de carne, revoloteaban cubriendo con su disonante graznido todos lo ruidos y voces del matadero y proyectando una sombra clara sobre aquel campo de horrible carnicería.
En todos lados, junto al arroyo, bordeado en aquel sitio por tierras bajas, el suelo había sido hollado y transformado en lodo por los pies de los hombres y los cascos de los caballos.
Este accidente, sin embargo, no detuvo ni refrenó la carrera de los perseguidores del toro, antes al contrario, soltando carcajadas sarcásticas: —Se amoló el gringo; levántate, gringo —exclamaron, y cruzando el pantano amasando con barro bajo las patas de sus caballos, su miserable cuerpo.
El Horqueta, que corta el camino hacia la costa del Paraná, no ofrecía entonces puente alguno y sólo daba paso en el vado carretero, donde el agua caía en espumoso rápido sobre piedras redondas y movedizas, que los caballos pisaban estremecidos.
Hemos cogido el camino más largo, pero el más seguro, volveremos por otro mañana por la mañana. Los caballos se detuvieron, y De Jacquels me soltaba para abrir la puerta y tenderme la mano.
-Güeno -exclamó el Petaquero, sentándose a la sombra de un nogal, en tanto Joseíto elegía sitio también cómodo junto a él, y los caballos despuntaban algunos tiernos matujos-, vamos a ver pa qué es pa lo que necesitas tú de mi presona gitana.
La luna plateaba el paisaje hermosamente bravío; mansa brisa hacia ondular las ramas de los nogales y quejigos; de vez en cuando cruzaba el espacio con vuelo blando y silencioso alguna que otra ave agorera proyectando en las riscosas faldas su fantástica silueta fugitiva; el silencio de la noche era turbado únicamente por el sonoro latir de los mastines, que velaban en los blancos caseríos y por el lento caminar de los contrabandistas que, jinetes en caballos enjutos y voladores, precedían y escoltaban las poderosas acémilas por las más ocultas veredas.
Aquellos arbolitos -y eran siempre los más hermosos- conservaban todo su ramaje; los cargaban en carros tirados por caballos y se los llevaban del bosque.