Muchas personas se hicieron o se están haciendo a sí mismos, con penas y glorias, visión y esfuerzo. ¿Cuáles instituciones allanan el camino de los guatemaltecos soñadores?
Sueño con una Guatemala en la cual cada persona tiene la oportunidad para prosperar o florecer. Ese florecimiento requiere hacerse uno mismo, con esfuerzo, emprendiendo un proyecto de vida que nos potencia. Aunque contemos con escasos recursos, nos toque enfrentar tremendos obstáculos o equivoquemos el camino, nada se asemeja a la posibilidad de trazar responsablemente nuestra ruta única e irrepetible.
El concepto es ilustrado por el politólogo australiano Kenneth Minogue (1930-2013), recordado por su libro La mente liberal, publicado en 1963. Minogue explica que “jamás podríamos producir un cristal si colocamos mecánicamente las moléculas individuales del cual está compuesto. Pero podemos crear las condiciones bajo las cuales el cristal se formará a si mismo…Similarmente, podemos crear las condiciones bajo las cuales un organismo biológico crecerá y se desarrollará.” Ciertas instituciones políticas, económicas y sociales inhiben el desarrollo personal y otras lo desencadenan. Algunos han tenido que migrar hacia arreglos institucionales menos restrictivos para poder conquistar sus metas. Otros sortean complejas barreras.
De allí que la principal condición para que se produzca el florecimiento humano es la libertad personal. Las instituciones sociales, económicas y políticas deben reconocer que somos agentes morales capaces de entrar en relaciones voluntarias, responsables y productivas; de formar familias, asociaciones y negocios. En las sociedades libres es imposible predeterminar los resultados o garantizar ingresos equiparables; sin embargo la evidencia muestra que a mayor libertad, mayor creatividad y bienestar.
Esta visión contrasta con la visión redistributiva que apunta a imponer resultados desde arriba. La ingeniería social, que dicho sea de paso es utópica, reduce nuestra dignidad en lugar de valorizarla, porque nos trata como algo menos que agentes morales. Sin mérito de nuestra parte, ofrece dotarnos de educación, salud, vivienda, trabajo y más. Todo en idénticas cantidades y calidades, todo dispuesto por benefactores en ejercicio del poder. Suena justo…y cómodo. ¡Qué tentador es dejarnos ir, extendiendo una mano dependiente! Pero ello nos roba la satisfacción de elegir y pilotear nuestra nave; de crear valor y cosechar frutos merecidos. Por otra parte, previo a repartir bienes y servicios, el ingeniero social tuvo que confiscar recursos, incluso para suministrar aquello que rotula como “gratuito”.
¿Por qué es más popular la visión redistributiva que la visión del florecimiento humano? Saltan a luz por lo menos cuatro razones. Primero, los políticos prefieren los modelos que aumentan su poder, y bajo este esquema, los planificadores incluso fijan nuestras preferencias. Segundo, le creímos a quienes nos prometieron que la ayuda externa nos sacaría de pobres. No recapacitamos que el desarrollo no brotará espontáneamente de las dádivas mientras las instituciones domésticas sean defectuosas. Tercero, inventamos que los servicios estatales asociados con el Estado Benefactor son precursores o precondiciones para el progreso. Pero los países desarrollados empezaron a crecer antes de contar con masivos sistemas de educación, salud, previsión social y más; de hecho, demandamos estos servicios luego de experimentar una mejora en nuestros niveles de vida. Finalmente, tenemos prejuicios pesimistas respecto del talento y empuje del guatemalteco, creyéndonos demasiado ineptos o mediocres como para asumir la responsabilidad que conlleva la libertad. Los ejemplos de éxito en diferentes campos y niveles sociales nos tendría que dentro de cada guatemalteco yace un potencial a punto de manifestarse.
Este artículo se publicó el 12 de septiembre del 2014 en la Revista Contra Poder y en el CEES.
La foto es mía, tomada en el Museo de Arqueologuía en La Aurora, Guatemala.