Nuevos proyectos, nuevo curso
Decir que agosto se acaba un 25 de agosto como hoy es tan obvio como asegurar que en Madrid en verano hace calor y en invierno hace frío. Pero ahí estamos, a una semana de volver a la universidad y dos de empezar las clases en la Universidad CEU-San Pablo.
Después de un año difícil por motivos de salud, de exceso de trabajo, de aprender a frenar sin abandonar ni un proyecto, este curso empieza cumpliendo un sueño. El 14 de octubre se publica mi primer libro Las Tribus Liberales. Una reconstrucción de la mitología liberal. No es perfecto. Pero es mío. Y es el primero. Y me siento como si fuera a mi fiesta de puesta de largo. El rey mago se llama Roger Domingo, el mejor editor de la galaxia, de cuyo brazo bajaré las escaleras del salón de baile y me presentaré en sociedad.
Pero habrá más. Un curso online en el Master in Political Economy del Swiss Management Center University. Mi asignatura también es nueva para mí: International Economics. El osado que ha apostado por mí es Juan Carlos Cachanosky, un maestro.
Vuelvo a loff.it con #CienciaHumana y #ArteHumano que tanto echaba de menos. Y con novedades ilusionantes que me tienen con los dedos cruzados. Proyectos que saldrán porque los comparto con Ricardo Basurto &friends, los surferos de la ilusión.
Todo eso y mis artículos en Voz Pópuli (los martes), la tertulia con Luis Herrero (los viernes) no me dejan escribir aquí todo lo que me gustaría. Pero espero enmendarme y recuperar buenas costumbres.
La lengua muerta
El pasado miércoles, la revista cómico-satírica El Jueves, cambiaba su portada. De un dibujo en el que el aún rey Juan Carlos entregaba una pestilente corona al aún príncipe Felipe, a otro en el que el protagonista es el nuevo showman de la política, Pablo Iglesias.
Por activa y por pasiva la editorial RBA ha levantado la mano, sacado pecho y repetido “¡He sido yo! ¡He sido yo!”. La cúpula de la revista ha dimitido, lo cual dice mucho a su favor. Y al parecer, todo el mundo, se ha creído que ni Felipe, ni Zarzuela han tenido nada que ver. Como me decían en Twitter: “Felipe no ha movido un dedo”. Yo matizaría.
Felipe no ha tenido que mover un dedo. No le ha hecho falta. Ya censuraron otra portada en la que los protagonistas eran él y Letizia. Ya se han censurado suficientes fotos, noticias, asuntos turbios de la monarquía como para necesitar ni siquiera levantar una ceja. Ha sido la editorial. ¿En serio? La editorial ha respondido como el perro de Pavlov, salivando al oir la campanita. Y los españoles crédulos como lo que son… súbditos dispuestos a creer cualquier mentira y a escandalizarse ante cualquier Corinna, hipócritamente.
Y no importa el mal gusto de la revista. No importa si uno es monárquico o republicano. No importa si el argumento de fondo está equivocado. La libertad de prensa es incuestionable. Y si no estás de acuerdo, rebátelo. Si hay un delito, denúncialo. Pero esta censura silenciosa, esta lengua muerta y este mirar al techo, hiede.
El que resiste, gana
Esta frase la oí por primera vez mientras preparaba mi tesis y mis cursos de doctorado. La persona que la pronunció era mi director de tesis entonces y actualmente es mi amigo y mi maestro. Mi manera de ser impulsiva, ansiosa de resultados inminentes hizo que me cayera fatal el consejo. ¡Pues vaya una manera de conseguir las cosas! ¡Por agotamiento!
Pero lo cierto es que es uno de esos consejos que vas asimilando cuando pasan los años y la realidad lima las aristas de la impaciencia. Hoy es el lema que podría definir la situación en Venezuela.
Ya sé que llevo unas dos semanas como obsesionada con el tema y que no hago más que escribir y comentar las novedades que nos llegan de ese país. Pero estamos ante un caso que puede marcar un sendero, una encrucijada, para la política latinoamericana. Gana la Democracia con D mayúscula o gana la manipulación y la perversión del sistema democrático. Una vez que los venezolanos deciden seguir los pasos de los estudiantes, a pesar de las bandas de boicoteadores, los que se aprovechan de la situación para robar y matar, y ese tipo de situaciones que lamentablemente se dan en cada revuelta política, exigen a Maduro que se vaya por conducir al colapso la economía del país. Podemos analizar si Maduro es la culminación del régimen chavista o su caricatura, pero lo importante es que la gente se ha lanzado a las calles y está siento reprimida con violencia oficial. ¿Eso es legítimo?
Al lado de ese fenómeno nos encontramos las reacciones de los países vecinos, menos vecinos, compañeros de lengua, amigos, y simplemente observadores distantes. Y lo más grande de todo es que no hay respuestas contundentes y claras, ninguna misiva llamativa. La tibieza con la que pronuncian ante los micrófonos mirando al papel escrito “Pedimos que acabe la violencia” suena en el aire de las calles de Tachira como el deseo de paz en el mundo de una miss regional de tres al cuarto. Son palabras vacías, dichas por compromiso, por no mojarse. Es la elocuencia de la cobardía emitida en los informativos de televisión. En resumen: un asco.
“Dejen de matar civiles” en un tono imperativo habría sido una buena manera de definir la posición de cualquier persona con cierta humanidad. Los líderes de derecha y de izquierda en España se miran unos a otros y ponen excusas del tipo “Te están manipulando, no lo sabes, pero hay intereses americanos detrás de los estudiantes” o bien “¡Pero si los venezolanos llevan protestando así por años!“. Ah, bien. Qué tranquila me quedo. Debe ser que no hay intereses cubanos detrás de Maduro. O que nadie sabe que hay petróleo en Venezuela, monopolizado por el Estado y utilizado como silenciador. ¡Y funciona! Todos callan o hacen declaraciones blandengues, porque todos temen qué pueda hacer Maduro con los contratos que se están firmando mientras caen los estudiantes. Y luego están la derecha más radical y la izquierda más radical posicionándose una frente a la otra, más pendientes de estar bien enfrentados que de analizar qué pasa en Venezuela. Les da igual los excelentes análisis de Juan Ramón Rallo y Manuel Llamas acerca de las causas y consecuencias económicas de lo que sucede, les interesa saber dónde está su oponente para ponerse al otro lado. Y esa actitud me cansa mucho.
A mí me preocupa cuándo van a recuperar la libertad (tal vez entregada en forma de votos) los venezolanos. Me interesa saber si quienes dicen aquí “ellos votaron” creen que nosotros nos merecemos, por tanto, la corrupción y la degradación política que tenemos en España porque, queridos, “ustedes también votaron“. Me pregunto si ese clamor en forma de susurro, ese grito en voz baja, de los líderes internacionales pidiendo el fin de la violencia no significa más bien: “Ay, dejen ya de pelearse que me van a obligar a cuestionarme mi propia hipocresía. Pacten, por favor”. Yo estoy en contra de la violencia y a favor de los venezolanos. A favor de quienes piden por twitter que abran los wi-fi para que los manifestantes puedan comunicarse, quienes nos enseñan la sangre derramada, quienes tratan de organizar un poquito el caos, que intentan saltarse de alguna manera la censura informativa, y que luchan, nada más que reclamando seguridad, abastecimiento, y libertad.
El fin del régimen de Maduro implicaría que hay una esperanza para la libertad. El triunfo de Maduro mostraría de qué somos capaces los arrogantes países democráticos por nuestros semejantes, nosotros a quienes nos están pidiendo ayuda explícitamente los venezolanos, por no mover un dedo amparándonos en la constitucionalidad, y de ese modo putrefactando ese mismo concepto, tan importante para el desarrollo político de nuestra civilización.
Y para que gane la libertad, es imprescindible que los venezolanos se crean ese consejo tan simple que me dio Carlos Rodriguez Braun hace ya mucho tiempo: El que resiste, gana.
#VenezuelaResiste #Venezuelanoestasola
Por una Venezuela libre, yo acuso.
Acuso a Jorge Verstrynge, a Pablo Iglesias, a Juan Carlos Monedero, a Luis Alegre Zahonero, Carlos Fernández Liria y a todos aquellos españoles que están jaleando al dictador liberticida, Nicolás Maduro, como ya hicieron con su predecesor, el asesino dictador Hugo Chávez.
Les acuso de ser instigadores intelectuales y responsables ante la sociedad, no solamente española o venezolana, sino ante la sociedad libre, de la represión y los asesinatos de anoche en la manifestación estudiantil, y también de los anteriores, promovidos directa o indirectamente por Hugo Chavez.
Los crímenes chavistas pudieron ser omitidos por los medios europeos, pero la agresión estatal liberticida de anoche incendió Twitter en la madrugada española y, por más que Maduro trató (y trata) de secuestrar los medios informativos, por más que la intelligentsia oficialista liberticida de allí y de aquí está intentando manchar el nombre de quienes se tiraron a la calle a defender la libertad, los estudiantes, sus familiares, los vecinos, dieron cuenta con palabras e imágenes de cómo bolivarianos a sueldo de Maduro, armados y en motocicletas disparaban a la cabeza de tres estudiantes. No fue una pelota de goma extraviada. Fueron tres ejecuciones, tres asesinatos.
Y yo me pregunto si en este mundo civilizado, estos antisistema de iPhone y redes sociales, profesores universitarios pagados con los impuestos de los españoles, con la tripa llena y ensalzados por sus grupies, tendrían el coraje de irse allí, sin privilegios, a vivir la tortura diaria, a cámara lenta, que están viviendo los venezolanos, en general, y en particular aquellos que defienden abiertamente la libertad. Si no mojarían sus pantalones de pana progre al ver morir a sus alumnos en las calles defendiendo la libertad.
Y me respondo en silencio: “Arde Venezuela”.
Meterse con Papá Noel
El sábado por la noche, a diferencia de los demás sábados vi un debate político-económico en La Sexta. Daniel Lacalle se ocupaba de explicar una pizarra económica y quería ver qué tal le iba. Entre los tertulianos encargados de darle la razón, rebatirle o, simplemente preguntarle, estaban Pablo Iglesias, a la izquierda de la izquierda con su nuevo partido político; Antonio Miguel Carmona, profesor en mi universidad, compañero de despacho, amigo del trabajo, socialista convencido, miembro del PSOE desde siempre, Nativel Preciados, Paco Marhuenda… y sinceramente, no me acuerdo del resto. Tampoco son relevantes para este breve comentario.
Daniel empezó a explicar los datos del paro, sus previsiones, sus razones para afirmar lo que afirmaba, y se abrió el debate en el plató y en Twitter. Yo me lo pasé como una niña chica en un circo, la verdad. Ver un evento en la televisión y “radiarlo” en Twitter es de las cosas que más me divierten del mundo. Y si encima hay discusión, pues entonces ya es lo más de lo más.
Sinceramente, a mí me parece que la defensa que hizo Daniel de sus ideas fue insuperable, yo me habría alejado de la postura “oficial” desde el principio, no habría dado fecha para la creación de empleo… matices. Pero en general, y probablemente porque en lo básico coincidimos bastante, me pareció que las críticas fueron rebatidas y contestadas.
Antonio me sorprendió porque se puso el gorro de político en vez de ponerse el de economista. Ya sé que muchos pensarán que mi capacidad de asombro es ilimitada. Y así es. Pero creo que se equivocó y que debería haber aportado argumentos económicos (con los que Daniel estaría de acuerdo o discreparía, pero estarían en el mismo plano). Sin embargo, se descolgó con mensajes populistas y slogans propios de una campaña electoral. Para mí un error.
Y entonces es cuando llega la realidad y te despierta. Y el dinosaurio aún sigue allí. Hablando con un amigo, me decía que la gente de la calle, del pueblo, había comprado toda la burra a Carmona. ¿Pero cómo es posible? Pues porque el populismo es como Papá Noel. El populismo es Carmona, o Soraya, o el que usted quiera, sonrientes besando niños, y prometiendo lo que usted necesita: aliento, esperanza, una voz que exprese su frustración, que se meta con los ricos, con los poderosos, con quien sea que haya provocado que no le llegue el sueldo, que su hijo está en paro, que la pensión no llega, que se hace cargo de los nietos, que vuelve a subir la luz, y los impuestos, y estamos hartos…. Y claro, usted, agotada, mira a la pantalla y ve a Papá Noel, repartiendo calor, sonrisas y juguetes, y al lado un tipo rubio, sonriente, con un rotulador naranja en la mano, metiéndose con Papá Noel. ¿A quién compra la burra? A Papá Noel. ¿Quién va a la hoguera? El rubio. Que además vive en Londres. Y es rubio.
Incluso si la realidad nos ofrece datos que corroboran lo que decía Daniel, a rasgos generales. Incluso si sabemos que el sistema político está sembrado de incentivos para no hacerlo bien, en el gobierno o en la oposición. Incluso si sabemos que necesitamos hacerlo de otra manera a como se hizo en la era Zapatero. No hay neurona que se resista a la sonrisa preñada de promesas falsas y de magia hueca de Papá Noel.
Daniel el Travieso puede estar orgulloso. Ha sembrado una semilla de realidad en las mentes de los televidentes.
La onda portadora
Dice Giancarlo Ibarguen en una nota de Facebook que los empresarios necesitan un ambiente jurídico estable y predecible igual que la señal de radio necesita una onda portadora.
Y esto de la “onda portadora” me hace pensar más allá del empresario. O, mejor dicho, me hace pensar en esta idea de Mises de que todos somos en cierto sentido empresarios, en la medida que nos marcamos unos fines, unos medios adecuados y buscamos la oportunidad de alcanzar nuestras metas en un ambiente de incertidumbre.
A nosotros, humanos, imperfectos, limitados, que no tenemos un oído superdotado, ni una vista privilegiada, ni un olfato hiper desarrollado, nos resulta prácticamente imposible imaginar la luz, o el sonido sin un “soporte”, sin esa “onda portadora” de la que habla Giancarlo. Él alude al sistema jurídico pero también a la familia, el tejido moral de la sociedad y la existencia de un estado limitado.
Con permiso de Giancarlo, me gustaría poner algo encima de la mesa: no está todo fuera, hay algo más que la onda portadora, está la luz o el sonido mismos, está cada uno de nosotros, además del entorno. La familia, el tejido moral de la sociedad, un sistema jurídico adecuado, un Estado de derecho, el mejor de los entornos, faltos de una persona consciente, se pudre a la mínima ocasión. Nos falta consciencia y reflexión personal acerca de quienes somos, más allá de lo que nuestro entorno nos induce a pensar. Nos falta voluntad de emprender el camino de la excelencia como algo irrenunciable en cada cosa que hacemos. Nos falta humildad para reconocer nuestras carencias más allá de las excusas (cada vez más y más sofisticadas). Las leyes no eran las adecuadas, las instituciones eran corruptas, el sistema educativo era horroroso, mi familia no me incentivó, la sociedad era frívola y superficial… ¿dónde quedan mi consciencia, mi voluntad y mi humildad en ese ramillete de causas ajenas a mí?
Y con todo y con eso, querido Giancarlo, como muy bien dices ¿dónde vamos sin la onda portadora?