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t=() Dina Fernandez

Claudia quiso asegurarse antes de aceptar la invitación. “Prometeme una cosa”, le advirtió a su esposo. “Que esa cena donde Dina no va a ser una emboscada donde a puro tubo te quieren convertir a otra religión”.

Mi amigo me lo contó muerto de la risa antes de venir a mi casa el sábado por la noche a compartir una comida de pastas en la víspera de los 21k de la ciudad. Quienes estamos en esto sabemos que nos ven como adictos, gente que sucumbió a una enfermedad psiquiátrica. Pero pasar a categoría de secta, eso sí ya es otro nivel y lo celebramos.

Intentamos portamos bien con Claudia y los no corredores. Nos abstuvimos de ponerles sombreros raros y de ofrecerles Kool Aid. Si acaso, nuestro pecado fue aburrirlos con las conversaciones bizantinas que a nosotros nos devoran el coco, como las especificaciones de los zapatos o el doping de analgésicos.

En cualquier caso, lo que demostramos una vez más es que estamos fuera de la desviación estándar, a pesar de que somos una manada en expansión. El esposo de Claudia es uno de los fundadores del grupo de los 4×4. Hace unos cinco años, eran menos de diez. Hoy, los seguidores de Chofo Santizo, el entrenador, se cuentan por decenas.

Hace poco más de un año, mi hermana y yo nos asomamos por primera vez a un entreno de Run Guate en Antigua. En ese entonces, los pupilos de Guayo Barillas no pasaban de 20. Ahora el grupo que él y Chofo juntan en Europlaza los miércoles por la noche sobrepasa rutinariamente las 500 personas.

Este es el tercer año que mi clan participa en los 21k de la ciudad. La primera vez que corrimos, lo hicimos en medio de un mar de 7 mil personas. Ayer ese mar se convirtió en un auténtico tsunami de casi 20 mil almas.

No sé si esto de la corredera será una novelería más de los guatemaltecos y en algunos meses –o en algunos años– veremos la ola decrecer. Yo espero que así como los aficionados al atletismo hemos desafiado ya una larga lista de prejuicios sobre el carácter de esta sociedad, sigamos con la misma necedad de cambiarnos a nosotros mismos y transformar los espacios públicos de la ciudad.

Yo ya perdí la cuenta de las innumerables veces en que he escuchado –¡y hasta he dicho!—que los guatemaltecos vivimos en guetos, amurallados y encerrados, que no nos mezclamos ni nos ayudamos, que somos haraganes, miedosos y tristes. ¿Entonces de dónde salen esos ríos de gente que quiere vivir de otra manera, aunque para eso haya que darle matraca a las piernas por dos horas seguidas o más?

Cierto, a veces cuando corro pienso cosas que jamás se le ocurrirían a una finlandesa. Fantaseo que me persiguen los malandrines y los dejo tirados en la acera de puro cansancio. O imagino las escenas de Tarantino que ven esas mismas calles que son nuestras cuando nos protege la manada, en la penumbra del amanecer o del ocaso, pero que a otras horas se convierten en escenario de guerra.

Cada quien corre por diferentes motivos, pero en el vértice del tropel humano que se lanza a los 21k de la ciudad hay un mismo impulso que nos arroja hacia adelante: la certeza de que la vida es una prueba de resistencia, una maratón.

Y no, no hay nada que se parezca a la religión en ello. Correr así es un acto de fe. En medio de la masa, lo que se siente es un instinto, una pulsación, la fuerza de millones de mitocondrias que saben que desde que el mundo era un océano de plancton, hemos sobrevivido.

Hambre de ganar

August 20, 2013 | 5 Comments

Bañado en sudor y con el rostro acongojado, nuestro medallista olímpico pidió perdón. “Quizás arriesgué demasiado al pasar de segundo a primero”, afirmó Erick Bernabé Barrondo, sin poder disimular la frustración, después de ser descalificado a las puertas de la meta, en el Campeonato Mundial de Atletismo celebrado en Moscú.

Nuestro atleta de San Cristóbal Verapaz había dejado atrás al competidor ruso y buscaba rematar con paso galopante, pero quizá sí, intentar ganarle a los rusos en su casa, después de que en Londres uno de ellos colapsara por la competencia que Barrondo les montó en el circuito de The Mall, fue exagerar la osadía.

Aunque regresan de Moscú sin medallas, Barrondo y sus compañeros del equipo de marcha cumplieron su misión. Nos llevaron a una competencia mundial de primer nivel y se dejaron la piel en la pista por superar los logros obtenidos. Las marcas de Mayra Herrera y Jaime Quijuch, quienes se coronaron como los mejores de América Latina, dan testimonio de ello.

A Barrondo y Mirna Ortiz los descalificaron a pocos metros de la meta, pero su pecado, si así se le puede llamar, fue ir con todo, a arrebatar la victoria. Así vale la pena caer.

Nuestro medallista tiene razón: arriesgó demasiado y perdió. Pero sólo quien se sobrepone a sus miedos y se atreve tiene derecho al triunfo. Cierto, Barrondo podría haberse conformado con otro segundo lugar pero tendría que haberse quedado atrás, cediéndole el paso al rival, sabiendo que podía adelantarlo. No se resignó a ser el número dos y ese era su deber. ¿No salió? Pues a la próxima será.

Hay muchas lecciones que los marchistas podrán sacar de esta experiencia, pero lo que no pueden perder bajo ningún pretexto es el arrojo y la audacia de quien sabe que lleva adentro un campeón.

Ahora habrá que apostarle a la tecnología para entrenar con controles biométricos, como hace el resto de la elite mundial de ese deporte. También urge que Guatemala se lance con fuerza a entrenar jueces de marcha, pues nuestro atletas se han ganado ya un lugar en el deporte pero se encuentran en una desventaja colosal.

Cuando tengamos jueces guatemaltecos apostados a lo largo del recorrido de las pruebas de 20k y 50k, con sus tarjetas amarillas listas en la mano, los rusos, los chinos y los italianos tendrán incentivos para ser más justos con los nuestros. Ese proceso debió iniciarse hace años y no se hizo. Lo que no se vale es persistir en el error. Hay que empezar con una primera camada, para que los atletas que vienen atrás, como el sobrino de Barrondo, un adolescente que ya demostró capacidad, puedan cosechar los frutos en las Olimpiadas de 2020.

El mejor marchista de América Latina, el ecuatoriano Jefferson Pérez, ganó el oro olímpico en Atlanta 1996, cuando tenía 22 años. En 2003, en el Campeonato Mundial de París, se llevó de nuevo el oro y estableció la mejor marca del mundo en 20k, que estuvo vigente por cinco años. Volvió a subir al podio en Beijing 2008, cuando tenía 34 años y se colgó la plata. Sin embargo, antes de ello, regresó sin medallas de las Olimpiadas de Sydney y de Atenas.

Nuestro equipo de marcha es joven. Barrondo, por ejemplo, tiene 22 años. Estos atletas cuentan con 15 años de carrera deportiva por delante. Las próximas citas importantes son los Panamericanos de Toronto y el Mundial de Beijing, ambos en 2015, antes de llegar a las Olimpiadas de Río de Janeiro en 2016.

Con el trabajo adecuado, veremos de nuevo a nuestros marchistas en el podio. Pero para eso, dirigencia y atletas deben perseverar en la disciplina y el rigor, y sobre todo, en el hambre de ganar.

Otra tontería

August 20, 2013 | 13 Comments

Recuerdo que me reí muy fuerte, a carcajadas. Hace algunos años, anunciaron que para evitar los accidentes en la bajada de las Cañas, rumbo a la Antigua, construirían rampas a la orilla de la carretera para hacer paradas de emergencia.

La idea me pareció estúpida y escribí una columna burlona al respecto. Pero debo admitir que las rampas funcionaron y gracias a ellas, disminuyó el número de accidentes. Si hoy anunciaran que van a replicar la idea, me quito la gorra, saludo con respeto y si me dan piocha, los ayudo a construir la rampa.

Lo digo porque ahora el Ministerio de Gobernación ha informado que para atajar la delincuencia, van a obligar a los motoristas a usar un chaleco naranja. En este caso, no voy a correr a sentarme en la máquina de coser y pedir que me pasen la tela color chiltote.

Por el contrario, dan ganas de agarrar un trapo anaranjado y perseguir a los autores de esa genialidad para darles un buen chicotazo. En el gobierno anterior, se aprobó la ley que obliga a los motoristas a portar chaleco numerado y les prohíbe andar dos en la misma moto.

En ese entonces, consideré que debíamos darle una oportunidad a la propuesta. No sonaba brillante pero se podía probar. De eso han pasado cuatro años y la ley ha demostrado ser un rotundo fracaso.

Para comenzar, nadie la aplica: abundan los pilotos sin chaleco y las motos que llevan hasta cuatro tripulantes. Además, tampoco hemos sabido de un solo caso donde el chaleco numerado haya servido para atrapar delincuentes o evitar crímenes.

Por razones de seguridad vial, sería bueno obligar a los motoristas a seguir normas básicas. Pero no veo cómo los chalecos anaranjados, por arte de magia, vayan a asustar a los asaltantes y quitarles las ganas de delinquir. Aparte de eso ¿anaranjados, como el Partido Patriota? Tengan al menos un poco de vergüenza.

Gaby y Cristina

August 12, 2013 | 4 Comments

Hasta físicamente se parecen. Las fotografías publicadas de Gabriela Conedera Vargas, la secretaria de la Procuraduría General de la Nación que fue asesinada en la mañana del 25 de julio bajo el puente de la Asunción, guardan una asombrosa semejanza con las de Cristina Siekavizza.

Ambas tienen rasgos fuertes, como los pómulos marcados o la quijada angulosa, pero lucen bonitas –muy bonitas– con el pelo castaño a ras de los hombros, ojos verdes y una sonrisa dulce. Ambas se encuentran en los tempranos treintas, cuando todavía sobra frescura pero ya se sabe qué se quiere, a veces a costa de los errores cometidos.

Las dos, Gabriela y Cristina están muertas hoy y los indicios de los dos asesinatos apuntan hacia el hombre de quien se enamoraron. Cristina no quiso, no pudo o quizá no tuvo tiempo de separarse del monstruo que se convirtió en su marido y el padre de sus hijos, desaparecidos a la fecha.

Gabriela sí dio el paso, aunque su cuenta de Twitter revela que en el proceso la pasó muy mal. “No sé por qué pero hoy todo el día me sentí triste”, publica, o “aprender a perder significa que cuando lo bueno se acabó, se acabó”.

No sé si los hombres con quienes se casaron las víctimas se parecían también, pero es evidente que ambos se creían amos y señores del corazón y del cuerpo de “sus mujeres”, como si ellas hubieran sido objetos, no personas. Así como el propietario de un cacharro piensa que tiene el legítimo derecho de tirarlo o destruirlo a voluntad, estos señores decidieron suprimirlas, eliminar la molestia que les causaba su existencia.

Los dos tipos calcularon que podían actuar con impunidad. Roberto Barreda, el esposo de Cristina, confió en la influencia que podían ejercer sus padres en el sistema de justicia para evitar una persecución criminal. Otto Alejandro Pivaral Dardón, ex marido de Gabriela, fue más allá: utilizó a su propia empresa de seguridad para cometer el asesinato.

Según la acusación enderezada por el Ministerio Público, Pivaral Dardón le ordenó la ejecución a una de sus empleadas. Esta mujer, quien al parecer trabajaba como guardia de seguridad en jornadas laborales y “gatillera” en sus ratos libres, utilizó los servicios de un motorista contratado por internet para seguir por las calles del centro histórico a Gaby Conedera, hasta encontrar el lugar propicio y abatirla a tiros. Por el “trabajito” cobraron Q20 mil, dicen los reportes de los diarios.

Para que los sicarios ni siquiera se molestaran en ocultarse el rostro, me imagino que no fue este su primer asesinato. Ni ellos ni quien les pagó pueden presumir de virginidad criminal. ¿Cuántas veces habrán repetido esta rutina para operar con semejante frialdad –y sobre todo—con un descuido insolente? ¿Cuánta sangre habrá en sus manos para que se creyeran capaces de salir indemnes de nuevo?

Por fortuna, la diferencia entre ambos crímenes es que Pivaral Dardón se encuentra ya bajo arresto y procesado, mientras que Barreda aún está prófugo. En medio de la tragedia, al menos la familia Conedera tiene respuestas. Los Siekavizza, en cambio, deben cargar con una cruz de incertidumbre: no saben en dónde está enterrada su hija ni dónde han escondido a sus nietos, si acaso viven aún.

Ambos casos deberían servir para motivar una reflexión profunda acerca de las familias que conforman nuestra sociedad, los roles y las relaciones de poder que se tejen dentro de ellas. Quizá no es por casualidad que las fotos de Gaby y Cristina parecen fundirse en un mismo rostro, el de un sufrimiento escondido que es demasiado común en Guatemala y que deberíamos erradicar todos.

Es tradición que al iniciar su práctica profesional, los médicos repitan el juramento atribuido a Hipócrates de Cos, un texto de pocas líneas que data del siglo V antes de Cristo y aún se considera el fundamento ético del oficio.

Yo creía que el primer punto del juramento hipocrático era un compromiso del médico frente a los pacientes –“no hacer daño”— pero acabo de descubrir que no es así. El primer punto, tal y como lo ha traducido la Universidad de Navarra, es un mandato del graduando hacia el maestro: “Tendré a quien me enseñó este arte en la misma estimación que a mi padres, compartiré mis bienes con él y si lo necesitara, le ayudaré con mis bienes”.

Que el juramento hipocrático empiece por ordenar respeto y auxilio a los decanos de la profesión hace aún más grave lo que voy a contarles.

Desde el año pasado, los directivos del Colegio de Médicos decidieron cesar los pagos del plan de pensiones de la institución. Lo hicieron argumentando, con razón, que dicho programa está mal diseñado y destinado a la quiebra.

Esto último no es un problema exclusivo del plan de pensiones del Colegio de Médicos. De hecho, se duda de la sostenibilidad de los planes de retiro a nivel global: en Guatemala como en Estados Unidos y Europa.

El Colegio de Médicos, tanto como el IGSS, debe rediseñar su plan de pensiones de manera realista, pero no lo puede hacer a lo bestia, cesando de tajo los beneficios a unos 600 médicos de la tercera edad, entre los cuales hay muchos que trabajaron ya toda su vida, que lo dieron todo y dependen de ese estipendio para sobrevivir.

Ilustra mucho saber que para congelar los pagos del plan de pensiones, las autoridades del Colegio de Médicos se valieron de un amparo plagado de mentiras, interpuesto por el doctor Guillermo Leonel Sánchez, quien argumentó que nunca le avisaron de la vigencia del programa.

En el litigio se demostró que este señor no sólo conocía del programa, sino que además recibió sus beneficios varios años, cobrando cheques por los que firmó de recibido.

El mes pasado, la Sala Segunda de Apelaciones resolvió en definitiva este amparo a favor de los jubilados. Como consecuencia, el Colegio de Médicos debe ahora reanudar los pagos suspendidos desde septiembre de 2012, que han formado ya un apetecible pozo de Q6 millones.

Lejos de acatar la sentencia, los directivos del Colegio de Médicos han amenazado con responder con una nueva avalancha de recursos para salirse con la suya.

Lo más acuciante es que el actual presidente del Colegio de Médicos, Byron Arana González, acaba de ser nombrado como encargado de Prestaciones en Salud en el IGSS, por el nuevo presidente de esa entidad, Juan de Dios Rodríguez, quien sigue jurando desconocer cómo se difundió el material pornográfico que aseguró la salida de su antecesor.

Para más señas, Arana González está vinculado a una empresa farmacéutica, Agefinsa, que según consta en Guatecompras, ha recibido contratos del Estado por más de Q700 millones desde 2011 y ha sido cuestionada por la diputada Nineth Montenegro por sobrevaloración de medicinas. Según publicaciones de este diario, el representante legal de esa empresa, Fernando Jarquín, es uno de los principales financistas del Partido Patriota y amigo cercano de la vicepresidenta Roxana Baldetti (él le habría “regalado” una finca en Tecpán).

Así que ya saben: en esas manos están 600 viejitos del Colegio de Médicos y las Prestaciones de Salud del IGSS. Tengo serias sospechas de lo que puedan estar rascando esas manos con sus dedos y uñas, pero de lo que no tengo duda es de lo que hicieron ya con el juramento hipocrático.

El pedo químico

July 23, 2013 | 14 Comments

Fitch, la agencia calificadora de riesgo financiero, reprobó a Guatemala la semana pasada. A pesar de que el país mantuvo su calificación en BBB +, a diferencia de El Salvador que bajó a BBB -, la perspectiva a futuro ya no se considera “estable” sino “negativa”.

Ese descenso en la consideración internacional es grave. Es como si las autoridades financieras del país se hubieran puesto de acuerdo para tirar un pedo químico en una reunión de inversionistas: hay estampida hacia la salida más cercana.

En otras partes del mundo, esta clase de descensos en las calificaciones internacionales de riesgo, han provocado intensas discusiones. Aquí, en cambio, ha habido un silencio sepulcral en torno al asunto, el cual podría confirmar dos cosas: uno, que las circunstancias son de verdad críticas y dos, que a los encartados les importa un rábano (es decir, están orgullosos de su travesura y se jactan, a risotadas, de quién de entre ellos produce las flatulencias más radioactivas).

El país se encuentra en aprietos económicos mayores y nada lo ejemplifica de manera tan reveladora como las protestas –y justificaciones– que han rodeado el debate por la emisión de Q3.5 millardos de bonos.

Si el gobierno se queda con su gusto y se emite esa deuda –ilegal e ilegítima—el liderazgo político de nuestro país estará demostrando que los técnicos de Fitch se quedaron cortos y que aquí vale madres la estabilidad macroeconómica.

Lo malo es que la macroeconomía se parece a la salud de las personas: mientras se tiene nadie se acuerda de ella pero el día que falta, provoca gemidos. Nos aburre hablar de recaudación fiscal, déficit, tasas de interés, pero pegamos de gritos al comprobar que se ha disparado la inflación.

Los economistas más reconocidos del país, el famoso G-40, emitieron un comunicado la semana pasada advirtiendo que de aprobarse estos bonos, la deuda del país estaría alcanzando el 3% del PIB, una hazaña que no lográbamos así de manera tan magna, desde tiempos de Vinicio Cerezo, haca casi 25 años.

La explicación es tan compleja o tan simple como ustedes quieran. El gobierno de Pérez Molina aprobó desde el primer año un presupuesto inflado con el que calcularon, podrían operar los cuatro años si se les trababan las carretas en el Congreso. La recaudación tributaria se hizo ceviche en el segundo trimestre, que va 10% por debajo de la meta.

La famosa “reforma tributaria” ha sido fuente de abortos legales y despropósitos, como hemos podido comprobar recientemente con el impuesto de circulación de vehículos.

A pesar de esas circunstancias, es el apetito por dinero se mantiene y de hecho se intensifica. Esa voracidad se magnifica en el agujero negro de la “deuda flotante” que motivó, en un principio, la “necesidad” de los Q3.5 millardos de bonos. Esta deuda es comparable a una serie de “pagarés” emitidos caótica y mañosamente en tiempos de crisis, cuando se encuentran vigentes estados de excepción.

Cierto, puede haber deuda que sirvió para financiar trabajos urgentes que sí se ejecutaron pero puede haber muchas “obras” que sólo existen en las fantasías animadas de la corrupción.

Y como guinda del pastel, el mandatario anuncia que en la emisión de los bonos de la discordia, Q2 mil millones servirán para cubrir deuda y el resto va para “obra nueva”. ¿Cuál obra nueva? Eso es lo interesante de la transa: quien consigue invitación para la danza de millones.

Según las cuentas de mis amigos economistas, en 18 meses de gobierno estos señores han generado un déficit que podría llegar a los Q20 mil millones. Al parecer, ese será el legado naranja en el mundo financiero. Los números apestan y la pregunta es: ¿quién logra que se tomen el Imodium?

Dejé a Alba Pérez en una calle de Boston hace diez años. Era primavera y la calle estaba rodeada de árboles arrebatados de flores rosas. La recuerdo ahí, diciendo adiós desde la acera, con una falda larga de lona y el pelo negro recogido hacia atrás.

Las dos estábamos llorando.

Yo, porque la dejaba ahí, sola, con unos dólares que no le alcanzarían para mucho. Y ella porque al soltar mi mano perdía su último vínculo con Guatemala. Había llegado con visa pero decidió quedarse a probar suerte y hacerse una nueva vida.

Transgredir no era fácil para Alba, hija de pastor y una de las mujeres más íntegras que he conocido. Pero las oportunidades que le ofrecía el Norte para superarse eran demasiado buenas como para dejarlas ir.

Se quedó en Boston porque ahí podía aspirar a vivir mejor y a ayudar a su familia, aunque eso significara no volver a verlos. Eso me dolía a mí: saber que quizá Alba nunca volvería a abrazar a su viejita de trenza blanca. No puedo siquiera imaginar cómo quemaba ese punzada en su corazón.

La semana pasada, cuando el Senado de los Estados Unidos aprobó la propuesta para una Reforma Migratoria, inmediatamente pensé en ella con una enorme alegría. Si esos cambios pasan en la Cámara de Representantes y se convierten en ley, se abrirá un camino para que decenas de miles de compatriotas como ella puedan regularizar su situación y apegarse a la ley, como siempre quisieron hacerlo porque son personas trabajadoras y honestas, no criminales.

Llegará el día en que Alba regrese a Guatemala y salga del aeropuerto para abrazar a su viejita. Y le llevará, en cada mano, a las hijas que tuvo allá, esas nietas que conocen la nieve y hablan inglés, pero que tienen su misma piel canela y sus ojos de almendra.

Uno de los errores más comunes de los guatemaltecos consiste en atribuirle la autoría de nuestros males a un gremio en particular –los militares, los políticos, los abogados—sin darnos cuenta que nuestro problema es la corrupción generalizada.

Los podridos no son “otros”, pertenecientes a una casta aparte. Los podridos están por doquier, igual que las personas decentes. Lo malo es que muchos de los impresentables se las hayan arreglado para colarse en las posiciones de poder, en donde se lucen con el toque de Midas versión biogas: lo que tocan no lo convierten en oro sino en desecho orgánico combustible.

El ejemplo más reciente lo tenemos en el Colegio de Arquitectos. Desde hace algunos años, algunas “joyas” de esa profesión lograron enquistarse como autoridad gremial y desde ahí han dado cátedra de marrullería.

Hace cerca de cuatro años, cuando ostentaban la Presidencia de la Asamblea de Colegios Profesionales, el Colegio de Arquitectos fue cuestionado por los miembros honorables de esa entidad, por la opacidad con la que manejaron la remodelación de dos salones de su edificio.

En ese lío terminé yo metida de revirón, por mencionar dichas anomalías en esta columna. De esa cuenta saqué cupón con una demanda penal que me sacó canas verdes pero que sentó un importante precedente: quedó claro que los directivos de los Colegios Profesionales deben considerarse funcionarios pues recaudan y administran impuestos (los famosos timbres).

Gracias a ese fallo constitucional, después de meses de exigir el expediente que debía documentar la cuestionada remodelación, un grupo de valientes arquitectos logró obtenerlo. Constataron así que para vergüenza absoluta de ese gremio, las autoridades del Colegio de Arquitectos contrataron a una empresa dedicada a la PIROTECNIA para ejecutar las obras.

Mi sospecha es que eso fue solo una fachada: los chulos, y lo digo aquí en sentido castizo, muy probablemente, se contrataron a sí mismos para sobrevalorar, mal construir y cobrar la remodelación. Eso está pendiente de comprobarse pero yo apuesto cien a uno que así fue.

Los discípulos de esos doctos personajes que emplean pirotécnicos para encargarse de una construcción, encontraron que eso de encaramarse en el púlpito del Colegio resulta sumamente atractivo y ahora, cual dictadores bananeros de ínfima categoría, se rehúsan a entregar el poder.

Presididos por un señor que se llama Gerson Ruiz, suspendieron los reglamentos internos del Colegio, se negaron a convocar elecciones o a realizarlas en el tiempo estipulado, en este mes de junio, y ahora pretenden apoltronarse en sus oficinas de la Colonia del Maestro, por los siglos de los siglos.

El objetivo, claro está, es seguir haciendo de las suyas. Hay denuncias de que estaban colegiando gente sin la documentación completa y quejas de que engavetan expedientes que sí cumplen con todos los requisitos para marginar a quienes consideran rivales o enemigos.

Iniciaron la construcción de una nueva planta en el edificio de la Asamblea de Colegios sin contar con la correspondiente licencia y por eso les fue suspendida la obra hace unos días. ¿La estarán levantando con pirotécnicos o saltimbanquis?

Para colmo, no me extrañaría nada que si alguien se mete a contarles las costillas encontrará señas de “mano peluda” en tesorería. Lo supongo porque otra de sus “gracias” fue mandar a la chirola a la Junta Directiva que supervisaba el manejo del timbre –un fondo que según los agremiados debe rondar los Q40 millones—y ahora ese patrimonio se maneja con el criterio superior del dedazo.

Si así son “los profesionales” a quienes se les encargan tantas funciones públicas para no delegarlas en los “políticos”, aliviados estamos ante el imperio omnímodo del patrimonialismo corporativo en estado puro.

René Huertas tiene muchas razones para atesorar la medalla que se colgó del cuello al terminar la media maratón de Cobán.

Corrió sus primeros 21 kilómetros; entró a la meta de la mano de su esposa; completó la carrera acompañado de sus hijos; y todo ello lo logró con una cicatriz de 30 centímetros en la pierna derecha que da testimonio de otra hazaña: la de su propia supervivencia.

Hace 14 meses, el 31 de marzo de 2012, René, un destacado auditor, salió a correr cerca de su casa en Carretera a El Salvador. “Desde que tenía 15 años me ha gustado ponerme los tenis”, dice, reconociendo que prefiere los recorridos de 10 ó 12 kilómetros.

Iba trotando sobre la carretera, cuando vio un BMW viejo y empolvado. Quiso cruzar la calle frente a él, pero al voltear alcanzó a distinguir que un hombre le apuntaba con una pistola. Escuchó un estruendo y se desplomó. “Supe que me habían dado en la femoral por los borbotones de sangre”, recuerda.

El asaltante, que parecía borracho o drogado, le arrancó la cadena de un tirón. Luego alzó el brazo y le apuntó de nuevo. René se prendió entonces de las piernas del delincuente, quien perdió el equilibrio y botó la pistola. Forcejearon. El tipo se levantó dando traspiés y huyó.

René clamaba por auxilio y el cielo lo escuchó. “En la esquina estaba mi primer ángel, entre los muchos que me salvaron la vida ese día”, dice René. Otro corredor, veterano de dos maratones, Arturo Stein, presenció la escena desde su carro. Para asustar al criminal sonó la bocina y luego voló a socorrer a la víctima.

“Tranquilo, ya llamé a los bomberos ”, dijo para calmar a René. Mientras lo recostaba en su hombro le siguió hablando para evitar que perdiera la consciencia. René no sabe qué le dio más esperanza: si la voz de Arturo o la sirena de la ambulancia.

Esa mañana, René pasó cinco horas en el quirófano, en manos del doctor Rudolf García Gallont, quien terminó de sellar el milagro.

Gracias a la buena condición física de René, su recuperación fue asombrosa. A los tres días salió del hospital, al mes ya estaba caminando y en mayo acompañó a su familia a Cobán. Su esposa, recién iniciada en el atletismo de fondo, le entregó su medalla. “Lo hice por ti”, le dijo al deslizarla entre sus dedos.

René se propuso entonces enfrentar el desafío: correr en Cobán su primera media maratón. Cuando empezó a entrenar, sentía que mil espinas se le clavaban en la pierna pero no desistió. “Para mí significaba mucho cruzar esa meta”, afirma.

Lo consiguió en el estadio José Ángel Rossi, henchido de gozo y gratitud, en 2 horas con 36 minutos. Ahora René tiene tres medallas: la que lleva en la pierna, la que le dio su esposa y la que se ganó él mismo. Las primeras dos hablan por sí mismas. La tercera tiene atrás esta leyenda: “Al concluir una carrera, tu esfuerzo, dedicación y perseverancia te habrán transformado. Lo importante será en quién te has convertido”.

Después del balazo, René lo tiene claro: renunció a su trabajo para dedicarle más tiempo a su familia y servir a la comunidad. “Cualquier día se acaba todo y nos vamos a preguntar ¿valió la pena?” reflexiona.

Cerca de 10,000 personas participamos en la media maratón de Cobán este año. Muchos lo hacemos para buscar, o proclamar, eso que René ha encontrado: las razones para gritar con fuerza que estamos vivos, que no nos rendimos y que por ese propósito que hemos puesto en nuestro corazón, vamos a darlo todo, hasta la última gota.

A veces algunos diputados sí se ganan el salario. Es el caso de los congresistas de Encuentro por Guatemala quienes acaban de denunciar ante la Fiscalía las abundantes irregularidades cometidas en los trabajos de reconstrucción después del terremoto de San Marcos.

Algunos de los datos que han salido a flote luego de que la congresista Nineth Montenegro investigara el tema dan mucha rabia. Por ejemplo, que hay 1075 casas que fueron demolidas sin necesidad. Por la incompetencia y la avaricia de una empresa y las autoridades locales, más de un millar de familias se quedaron sin vivienda y no existe ni un pinche documento que respalde técnicamente las razones del destrozo.

Se entiende que después del sismo fuera necesario abatir algunas residencias que se encontraban en mal estado para evitar tragedias mayores. Lo que no es tolerable es que por cobrar el trabajito, existan profesionales que se hayan prestado a botar casas que quizá sólo necesitaban algún refuerzo.

Cuando escucho barbaridades como esa me quedo muda de la indignación. ¿Qué clase de idiotas sin escrúpulos ha formado esta sociedad para que no les importe despojar a una familia de su principal patrimonio?

Como ya se imaginarán, ahora nadie quiere responderle a los perjudicados. El Estado se lava las manos y los supuestos profesionales que les destruyeron la casa se hacen los locos.

Levantar una casa significa para la mayoría de hogares el esfuerzo de toda una vida. Si la naturaleza lo echa por tierra, sólo queda resignarse, recoger los escombros y empezar de nuevo.

Pero si los culpables son personas incapaces y negligentes, la única salida aceptable es buscar el reembolso del bien destruido más daños y perjuicios. Es lo mínimo con lo que debería responder la empresa responsable y el Estado que la contrató.










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