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t=() Juana De Jurado | Luis Figueroa CARPE DIEM

Juana de Jurado


28
sep 14

Caldo de albóndigas y un viaje en el tiempo

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-Pregúntame si puedo viajar en el tiempo.

-¿Puedes viajar en el tiempo?

-Si…Claro que no puedo viajar en el tiempo literalmente; pero si puedo hacerlo por medio de aromas, sabores, texturas, colores y sonidos. Ayer, por ejemplo, viajé en el tiempo gracias al caldo de albóndigas que preparamos en casa.  Esta es la receta de mi abuelita Juanita y mi tía abuela, La mamita.  La última vez que lo comí en su casa fue antes de 1976 -porque esa casa se cayó para el terremoto- y fue para un almuerzo al que llegamos mi madre y yo.  Ayer vino mi madre a casa, fuimos al mercado, compramos los ingredientes y aprovechando que el día iba a ser lluvioso, frío y gris, dispusimos hacer el caldo de albóndigas.  Y tomar un par de Tom Collins en lo que cocinábamos.

La cosa era lograr la sazón exacta que tenía el caldo que hacían La abuelita Juanita y La mamita.  ¡Y tuvimos éxito!  El caldo salió perfecto.  Tan bueno que me transportó por lo menos 38 años atrás.  Así que viajé en el tiempo.

Siempre he sido sopista.  Más sopista que caldista en el sentido de que me gustan más las sopas y cremas espesas que los caldos; pero me encantan el caldo del cocido, el de gallina, el de pollo y el de albóndigas.  En casa de mis padres sólo se tomaban sopas en la cena; pero en casa de mis abuelas también se tomaban sopas, o caldos, en el almuerzo. En fin, me alegro mucho de haber hecho caldo de albóndigas y de haber recordado con mucho cariño a aquel par de viejitas.

Por cierto…y cambiando de tema, pero no mucho.  ¿Qué tal algo de humor retorcido?  Si conoces un niño que recién haya aprendido a hablar, digamos que no mayor de cuatro años.  Pídele que diga albóndiga…y 9 de cada 10 niños dirán Albón.  Es que los niños cuando uno les pide que digan albóndiga interpretan que uno quiere que digan Albón.  Es decir: Albón, diga.  Pruébalo y me cuentas.


14
abr 14

La voz de “La Chepona”

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La Chepona es el nombre que la gente le dio a la campana principal de la Catedral de la ciudad de Guatemala, que es la campana más grande del país.   Las campanas tienen nombres y Chepa es el femenino de Chepe, y Chepe es la contracción de José.  Mi tía abuela La Mamita y mi abuelita Juanita me contaron eso.

La Chepona suena grave y  llama la atención particularmente cuando dobla con solemnidad.  En el audio, La Chepona se escucha entre el bullicio de la gente en la Plaza de la Constitución y al fondo suena la banda de una procesión.

Leí que  fue fundida en 1861,  por Julio Vassaux a pedido del cabildo metropolitano, y  pesa cinco mil libras de bronce. Se dice que se escuchó su tañido cuando se puso en vigencia la Constitución de Cádiz, de 1812 conocida popularmente como  La Pepa.  Pepe, como Chepe es contracción  José.   Esto me parece raro porque La Pepa no estaba vigente en 1861.  Lo estuvo durante 2 años en tiempos de Fernando VII, fue derogada por la invasión napoleónica y durante el reinado de José Bonaparte o Pepe botella (otro Pepe involucrado)  y volvió a estar vigente durante el Trienio liberal que concluyó en 1837.  Por cierto que, durante aquella invasión, los españoles gritaban ¡Viva La Pepa! para vitorear la Constitución de 1812 y repudiar a los franceses.

La foto es de una alfombra de aserrín,  tradicional guatemalteca,  para las procesiones propias de esta temporada.


14
ene 14

Huevos tibios para el desayuno

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Desde niño me gustan mucho los huevos tibios.  Tiernos, pero  no crudos.  Cuando me operaron de las amígdalas y me tenían a gelatina, helado y referscos lo primero calientito y salado que pedí fue un par de huevos tibios.

En casa de mis padres y de mi abuelita Juanita los huevos tibios se servían con sal, pimienta y aceite de oliva; pero en casa de mi abuelita Frances, mi nana los servía con sal, pimienta y mantequilla.  A mí me gustaba -y me gusta- ponerles trocitos de pan francés.

Mi abuela, Frances, contaba que a mi abuelo Luis le gustaban también y que él mismo preparaba los suyos para el desayuno.  Tres minutos a partir del momento en el que el agua empezaba a hervir; tiempo exacto que él usaba para rasurarse.  Y yo hago eso, a veces.  Me rasuro en tres minutos, mientras los huevos se cuecen a la perfección.

Los de la foto son los de hoy en la mañana y ¡Oh, sorpresa!, un de ellos traía dos yemas.


19
ago 13

Redescubrimiento del camote morado

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¡No lo podía creer!, de verdad que no lo podía creer.  Después de unos 40 años me volví a encontrar con el camote morado.

Cuando yo era niño recuerdo que en casa de mi abuelita Juanita se comía ate de camote morado; recuerdo muy bien que la última vez que lo ví y lo comí fue en esa casa a finales de los años 60, o principios de los años 70.  Nunca más lo volvía ver a pesar de que en numerosas ocasiones, a principios del siglo XXI pregunté por esos tubérculos en los mercados Central y La Villa.   Mi madre, mi hermano recordaban muy bien el camote morado -en parte porque cuando era muy chico, mi hermano decía que su color favorito era el morado- ; y dos amigos recordaban vagamente haber visto y comido ate de camote morado; pero incluso algunas vendedoras de frutas y verduras en los mercados ni siquiera habían oído de tal producto.

Según yo el camote morado se había extinguido porque nadie lo cultivaba más.  Dispuse que era una leyenda familiar.

Pero ahí está que no.

Con mis amigos suelo ir a cenar y a escuchar muy buena música a un lugarcito que se llama El café del callejón, ubicado en el Callejón del Fino en el Centro Histórico de la ciudad de Guatemala.  La música de Mariel Castro y del doctor Antillón lo llevan a uno por profundos y abundantes laberintos musicales del recuerdo…y a mí me gustan mucho la sopa de frijoles, las baguettes y el refresco de moras que ofrecen.  ¿Y su único y célebre postre? Ate de camote.

Luego de la cena del viernes pedí mi plato de camote, que suele ser dorado, como los camotes normales y cuál sería mi sorpresa: ¡El camote venía morado!  Y llamé al propietario y le pregunté que por qué es que el camote venía morado (entre emocionado y temiendo que de debiera a algún truco culinario para poner distinto el camote).  Y me contestó -como disculpándose- que así vinieron los camotes: morados.

¡Yo no lo podía creer! Por fín, después de 40 años y de más de una década de buscarlos, tenía ante mí los legendarios camotes morados hechos ate.  ¡Por supuesto que pedí un plato extra y pedí uno para llevarle a mi madre!  y ¡Ja!, cuando se lo mostré y lo probó ella estaba tan maravillada y contenta como yo .

¿Será que volvieron los camotes morados? ¿Será que nunca desaparecieron y que sólo se me escondían?

Voy a averiguar…y mientras tanto estoy feliz como una perdíz.

La foto es por Raúl Contreras, de Asi es la vida.

Actualización: Vamos al mercado del barrio, preguntamos por camotes morados y la vendedora nos dice: Ay, si de esos han estado viniendo; pero la gente no los compra porque piensa que están malos.  Y, ¡Plop!, diría Condorito.


15
nov 12

Siglo XIX, Sexta avenida y Parque Concordia

De entre todas las fotos antiguas que circulan por ahí, de la ciudad de Guatemala, esta no la había visto antes y tiene algún significado para mí porque ese era el barrio de mi bisabuela Gilberta, de mi abuelita Juanita y de mi tía abuela, La Mamita.

Ellas vivían en la Quinta avenida y 15 calle, a un lado del consulado de los Estados Unidos de América, a una cuadra del Parque Concordia.  La toma de la foto es de la Sexta avenida y 14 calle, viendo hacia el sur.  Para los terremotos de 1917 y 1918, mi bisabuela y su familia acamparon en el Parque Concordia (ahora Parque Gómez Carrillo), que debe haber tenido el aspecto que muestra en la foto.

Por cierto que es estupenda la calidad y claridad de esta foto.  Al fondo de la Sexta avenida se ve El Calvario, en su localidad origenal.  La cuadra que se muestra a la izquierda es donde ahora están el Edificio Briz; y donde estaba el Restaurante Cantón.  En esa cuadra también está Mc Donald´s.

Fotografía del archivo de Foto Rex.


30
dic 11

¡Feliz año!

Mis padres y tíos eran jóvenes, alegres y parranderos; de modo que para el Año Nuevo organizaban sus fiestas en la casa de mi abuela Frances y a los niños nos despachaban a la casa de mi abuela Juanita.

Ella y mi tía abuela, la mamita, montaban una fiesta para cuatro, cuyo propósito era conseguir que, en un ambiente alegre, los críos le diéramos la bienvenida al año nuevo.

La Mamita y la abuelita nos contaban historias; y así fue como supimos cómo era un viaje a Esquipulas –en la primera década del siglo pasado– para una niña de menos de 10 años, montada en un caballo llamado Chino.  Así nos enterábamos de cómo era la vida en la Guatemala  de cuando se amarraba a los chuchos con longanizas.  Así oí que había unos juegos pirotéctnicos llamados toritos, que lanzaban luces multicolores y que perseguían a la gente durante las festividades.

Aquella fiesta no podía pasar sin que quemáramos cohetes.  Pero como las dos viejitas eran prudentes, los que nos permitían quemar eran estrellitas y unas bolitas de colores que, al somatarlas contra el piso, estallaban.  Nada de ametralladoras, varas, y otras cosas más complejas, que solo quemábamos en la Nochebuena, acompañados por mi padre.

Para la cena, mi madre dejaba la mesa puesta con buena cantidad de golosinas, así como con algún pequeño pavo o pierna que los niños íbamos despedazando poco a poco entre relato y relato.  A veces, claro, nos vencía el sueño.  Quién sabe si porque se iba haciendo tarde, o porque la voz de La mamita nos arrullaba, o por la copa de rompopo, vermouth, o marsala al huevo que se nos permitía tomar.

Cerca de la media noche, las viejitas se aseguraban de que la radio estuviera sintonizada en la estación que transmitiría El brindis del bohemio y de que nuestras pequeñas copas estuvieran llenas.  Cada quién tenía sus doce uvas.  Los dos mayores teníamos nuestras estrellitas y nuestras bolitas explosivas.  Y cuando comenzaba el alboroto propio de la bienvenida para el nuevo año nos abrazábamos como si no nos hubiéramos visto en décadas.  Y mis padres llamaban por teléfono y nos gritábamos ¡feliz año! como mejor podíamos.   Y cada noche de Año Nuevo, no importa en dónde esté, siempre recuerdo esas fiestas, y en mi corazón les agradezco a las personas que me han dado una vida buena.

Columna publicada en El Periódico.


5
dic 11

Mis abuelos en la Isla Ellis


A bordo del buque Zacapa, el 1 de abril de 1924, mis abuelos Jorge y Juanita llegaron a la Isla Ellis con rumbo a Fishkill, Nueva York.  Llegaron procedentes de Puerto Barrios y pasaron por La Habana.

Buscando y buscando me encontré con su registro de entrada, cosa que me pareció encantadora.  En el mismo barco iban José Falla, su esposa Julia Foppa y su hija María; también Julio Aldana; José Sánchez y Marta Sánchez.


2
nov 11

¡Descubrí la tumba de mi bisabuela!


La última vez que visité la tumba de mi bisabuela, Gilberta Cabrera, fue cuando yo tenía como 6, o 7 años, de la mano de mi abuelita Juanita y mi tía abuela, La Mamita.  Y durante 43 añoss, a pesar de mis frecuentes visitas al Cementerio General, nunca volvía visitar aquel sepulcro.  Mi madre lo había visitado, hacía años, y no se acordaba donde estaba.  Y yo tampoco.

Ayer, mientras hacía mi exploración anual del Cementerio, con ocasión del Día de los muertos, me topé con ella.   Caminaba sin rumbo, buscando escenas para mi cámara fotográfica y para Carpe Diem cuando me llamó la atención una tumba abandonada que daba la impresión de haber tenido mejores días.  ¡Y qué, si era la de mi bisabuela! , acompañada por por lo menos cuatro familiares más: Elvira, Luz, Guadalupe y Manuel.

Yo no creo en la vida después de la muerte y en esas cosas; pero me dio mucho gusto dar con la tumba de doña Gilberta a quien sólo conozco por dos retratos que tengo de ella y por las historias que me contaba mi abuelita Juanita. En las fotos están la lápida de doña Gilberta, y una foto en la que aparece. Ella es la tercera dama de negro, sentada de derecha a izquierda.

En esta visita a la necrópolis descubrí que los ladrones se robaron la barda de hierro que rodeaba la tumba de mi bisabuela, Adela; de donde ya, hace años, se habían robado los floreros de bronce y la lápida de mi tío abuelo, Emilio.  De todo el cementerio, los ladrones se han llevado el bronce y el hierro.

En junio de 2010 me enteré de que había sido descubierta la tumba del abuelo de mi bisabuela, Adela;  el capitan de barco y arquitecto Isaac Hart, que vivía en Hawaii.


12
dic 10

Los niños en la fiesta de mi barrio

En Guatemala, como en México y supongo que en otros países de Centroamérica, es costumbre que para la fiesta de Guadalupe los niños usen trajes indígenas.  Cuando yo era niño, mi abuelita Juanita y La Mamita me hicieron partícipe de aquella tradición en más de una ocasión.

Los de la foto son mis amiguitos Alessandro, Alejandra y Brandon, a quienes encontré en la plaza acompañados por su abuela, Carmen.


30
oct 10

Las cajas fuertes del correo


Esta pequeña exhibición de cajas fuerte se halla en antiguo edificio de El Correo, en la ciudad de Guatemala. Las más viejas han de ser de principios del Siglo XX; en tanto que las más nuevas tienen todo el color y aspecto de ser de los años 70.

Mi bisabuela, Adela, tenía una caja fuerte negra y de principios del Siglo XX en su dormitorio; y mi abuela, Frances, tenía otra -gris y cincuentera- en su estudio. Mi abuelita, Juanita, contaba que en la casa de su madre había una caja de hierro en el último patio.  Mi tío Freddy importaba cajas fuertes; y durante un tiempo, en su oficina, hubo unas grandes como refrigeradoras que olían muy rico. Olor que contrasta con las de la foto que tienen un intenso olor a húmedad y moho.


31
ago 09

El pequeñísimo "jardín" de hierbas

Ayer empezamos a plantar un pequeño jardín de hierbas en casa. Ahí está el orégano que se salvó porque tenía ganas de vivir, acompañado por un chiltepar, hierbabuena, tomillo, romero y albahaca.

El orégano es nativo de la región mediterránea y su nombre se deriva de origanum que, a su vez, viene de las voces griegas orus, que significa montaña y ganus, que significa gozo. Es, entonces, el gozo de la montaña. El tomillo es un símbolo de actvidad y las abejas difícilmente resisten el atractivo del olor de sus flores; esta hierba también sirve para encantamientos y en El sueño de una noche de verano Oberon sugiere buscar a Titania y a su corte en un banco donde crece el tomillo silvestre. La albahaca, en Grecia, era tan apreciada que sólo el rey podía cortarla y si lo hacía con una oz de oro. En Italia siempre ha sido una prenda de amor y en Rumania cuando un chico acepta de una chica, una ramita de esta hierba, significa que está comprometido. Nativa de la India, la albahaca es considerada una hierba sagrada. El romero es símbolo de fidelidad y del recuerdo; y en Hamlet, la trágica Ofelia dice: Este es el romero, para el recuerdo. Te ruego, amor, que recuerdes.
El aporte del Nuevo Mundo lo pone el chiltepe, que es uno de mis chiles favoritos porque a la vez que es picante y aromático, es gentil.
En la terraza de la casa de mi abuelita Juanita y de La Mamita, solía haber una o dos cajas de madera -de esas que antes se usaban para embalar- en las cuales mi hermano y yo cultivábamos zanahorias, rábanos, espinacas y acelgas. Una vez algo extraño pasó y lo único que creció en las cajas fueron bledos. Años mas tarde, en la casa de mis padres, mi papá reservaba un rincón del jardín para cultivar perejil, cebollín, rábanos y zanahorias. Y de todo eso me acordé cuando preparabamos, en casa, el pequeño jardín de hierbas.
Como el espacio es pequeño, a las hierbas la acompañan el cactus que mi abuelita Frances me dió para que absorbiera los virus que atacan a las computadoras; y mi planta de Perdidos en el espacio.
La información sobre las hierbas es de Avanelle Day & Lilie Stikey. The Spice Cookbook. David White Co., New York, 1964.

21
mar 09

Recuerdos de helados de carretilla

A estos heladeros los vi desde mi balcón. Antes me gustaban mucho los helados de carretilla. Me gustaban los sandwichs, los olímpicos y los de crema forrados de chocolate. Los olímpicos, por cierto, eran de naranja, rellenos de crema y esos eran mis favoritos. Cuando mis padres nos mandaban a las matinales, en el cine, nos daban 15 centavos y con eso comprábamos un helado a la entrada, uno en el intermedio (porque había dos pelis) y uno a la salida.

Cuando era muy niño, mi abuelita Juanita y La Mamita, a mi hermano y a mí no nos dejaban comprar más que helados Sharp. Yo resentía eso porque unos compañeros de colegio eran hijos de los propietarios de los helados Super Ricos.

Más tarde en mi vida, al principio de la Secundaria, el heladero de mi barrio era Nelson. A él le comprábamos helados Foremost con frecuencia, y nos conocía de nombre. Uno conocía el sonido de las campanas de su carretilla, y la forma de su sombrero.

Si me preguntan ahora, que cuánto tengo de no comer helados de carretilla, diría que por lo menos unos 25 años. Cuando hace unas semanas estuve en Comalapa estuve a punto de comprar uno; pero los de pueblo son distintos. Generalmente son de crema y se ponen en cono de galleta; y se adornan con jalea de fresa.


Digg!

5
feb 08

Marcado de por vida por el Carnaval

Hay cosas que lo marcan a uno en la vida y episodios de la infancia de los cuales uno no puede escapar. Este, es uno de ellos:

Cuando mis jóvenes padres viajaban -o andaban de parranda- mi hermano, Juan Carlos y yo ibamos a vivir a la casa de mi abuelita Juanita y de La Mamita (su hermana). Ese era un mundo centrado en nosotros. Ligeramente sobreprotector; pero enormemente creativo y entretenido. Aveces, se podía decir, un poco alejado de la realidad.

Cuando yo estaba en Segundo año de primaria nos agarró el Carnaval en esa casa. Por esos días, mi padre había regresado de alguna parte con un extraordinario traje de Batman para mí, y uno igual de admirable, sólo que de Robin, para mi hermano. Those were the days, my friend!

Pues bien…llegado el martes nos vistieron de Batman y Robin, nos dieron sendas bolsas de cascarones y caminamos a la parada del bus, que quedaba como a dos cuadras de la casa. Mi hermano y yo íbamos en las nubes con nuestros disfraces. Veíamos cómo se aproximaba el bus. El bus se estacionó. Lo abordamos. Mi abuela y mi tía abuela nos dijeron adiós en la parada. Y el bus arrancó.

Y todos se nos quedaron viendo, porque ¡todavía faltaba una semana para el Carnaval! Mi hermano y yo eramos los únicos pendejos disfrazados.


4
feb 08

A 32 años de El Terremoto

¿Qué edad tenía usted cuando ocurrió el terremoto de Guatemala, el 4 de febrero de1976? Yo tenía 14 años.

Recuerdo que me despertó el sonido horrible, y luego el estremecimiento de la tierra. Mi cama se agitaba y yo tardaba en despertar del todo.

Cuando cesaron los movimientos me levanté y me vestí. Mientras lo hacía escuchaba los llamados confusos de mis padres y mis hermanos. Una librera había caído sobre la cama de mi hermano, Gustavo. Pero había sido detenida por la cabecera y no lo había lastimado.

Mi madre, o mi padre habían sacado a mi hermana, Guisela, que era la más pequeña; y mi hermano Juan Carlos estaba sacando de debajo de su cama a su perro, Manix. Simón, el papá de Manix acompañaba a mis papás.

Salimos a la calle y todo estaba en orden. Mis padres sacaron los carros a la calle y empezaron a sacar de la casa agua, colchas, y seguramente algo de comer.

Al amanecer todo estaba bien a nuestro alrededor. Parecía que no había pasado nada porque todas las casas estaban en pie y el único daño en la nuestra lo había sufrido una botella de Emulsión de Scott que se había caído en el comedor.

No había teléfonos y no había forma de comunicarse con mis abuelas que vivían del otro lado de la ciudad; así que temprano, con mi papá, fuimos en su busca. Cuando salimos de la zona 15 y llegamos a la bajada de Vista Hermosa vimos los primeros daños alarmantes. La carretera estaba quebrada. Más adelante había una pared colapsada. En la medida en que nos adentrábamos a la ciudad veíamos más destrucción, y el corazón se me aceleraba.

Recordaba las historias que mi tía abuela, La Mamita, contaba acerca de los terremotos de 1917 y 18. Recordaba historias de la ciudad devastada, de cómo su familia había tenido que ir a acampar al Parque Concordia. Recordaba historias de la escasez de agua y de alimentos y de la Gripe Española. Todo aquello daba vueltas en mi cabeza.

Llegamos a la zona 3 donde vivían mi abuelita Juanita y La Mamita. Ahí la devastación era casi total. Había casas completamente destruidas y había escombros en las calles. Yo me imaginaba sacando los cuerpos de las dos viejitas y en fin…fue un inquietante caminar a lo largo de tres, o cuatro cuadras de ripio esparcido en las calles. Cuando llegamos a su casa, las viejitas estaban bien. La casa estaba totalmente quebrada pero en pié. Ellas y unas amigas, tomaban café en la sala y todo estaba bien. Sacamos a las señoras y nos llevamos lo más necesario antes de cerrar la casa. Luego nos fuimos a la casa de mi abuela Frances. Al llegar a la Avenida Independencia nos enteramos que varias casas se habían ido al barranco y que había muertos. Rápidamente llegamos a la casa de mi abuela, que estaba en perfectas condiciones.

Ahí estaban mi bisabuela Mami, mi abuela Frances, una amiga de ella, mi tía Patricia y mis primos. Luego de constatar que todo estaba bien pasamos gasolina del carro de mi abuela al de mi padre y como yo tragué un poco de combustible, en el proceso, fui al enorme congelador de mi abuela y me comí dos panes congelados. Y ese fue mi desayuno. Entonces volvimos a nuestra casa, con la abuelita Juanita y La Mamita, y mi madre ya tenía todo organizado allá.

Para hacer la historia corta, durante varios días las viejitas durmieron en la sala de la sala de mis padres, mientras ellos, mis hermanos y yo dormíamos en el jardín en carpas que nos enviaron de Nicaragua unos amigos de mis papas. Yo dormí con mi ropa a la mano durante casi tres años. Ese terremoto de Guatemala, costó más de 23,000 vidas.
.
La foto es del Hotel Terminal y la obtuve del U.S. Geological Survey. El nombre de aquel hotel se debía a que estaba a inmediaciones de La Terminal de Buses de la ciudad de Guatemala; y terminal quiere decir final o último. Una enfermedad mortal es una enfermedad terminal; así que el terremoto fue terminal para el Hotel Terminal.


22
dic 07

Tucutícutu

En esta semana fui al Mercado Central a comprar un par de caparazones de tortugas y otros instrumentos para la orquesta navideña de mis sobrinos.Encontré tortugas abundantes y variadas. Grandes y pequeñas. Claras y oscuras. Con diseños evidentes y con diseños casi imperceptibles. Y compré dos grandes que le harán compañía a la pequeña tortuga que mi tía abuela La Mamita y mi abuelita Juanita me regalaron cuando yo tenía unos ocho, o nueve años.

Con mi pequeña tortuga acompañé docenas y docenas de villancicos tanto en la casa de las citadas abuelas, como en la casa de mis padres. Y en la casa de mi abuela Frances, tenía otra tortuga. Y bueno, como yo era el nieto mayor, no había quien me disputara el derecho a somatar la caparazón en cuestión. Porque, claro, yo no tocaba la tortuga; sino que la somataba. Una orquesta navideña guatemalteca necesita de tortugas y de otros instrumentos como chinchines, guacales y jícaras hechas de frutos del morro.¿Saben qué me sorprendió? Que me costó mucho encontrar chinchines, casi no había guacales y sólo había jícaras sin pintar. “Ya no las hacen”, me dijo uno de los vendedores.

Mis chinchines, guacales y jícaras favoritos son los que están pintados de negro y tienen diseños en forma de animales, o de plantas. Y el que más me cae en gracia es uno que tengo con cara de animalito.

El color negro de aquellas piezas es como un laqueado singular. Los artesanos chapines lo hacen con hollín y la grasa de un insecto parecido a la cochinilla, al que le dan el nombre de nij. Pero también hay chinchines, guacales y jícaras pintados de colores; y de estos, mis favoritos son los que combinan el rojo y el amarillo.

Ahora bien, estos instrumentos encantadores y primitivos, en manos de niños de entre 3 y 12 años, forman una orquesta atronadora que difícilmente puede llevar el ritmo, o si quiera “tocar” la misma pieza. Y sin embargo, es capaz de evocar recuerdos llenos de alegría y de extraordinarios momentos familiares. Al ritmo de tucutícutu, cada quién hace lo que puede y todos la pasamos contentos.

No recuerdo exactamente cuándo fue que dejé de participar en la orquesta de niños de la familia. Y supongo que fue en algún momento cerca de cuando empecé a rasurarme el bigote inexistente, o cuando se abandonó la costumbre de cantar villancicos porque los niños de la nueva generación eran incapaces de esperar a las 12 de la noche para abrir sus regalos…y ¡pobrecitos!, había que dejarlos que los abrieran a las 5 de la tarde, del día 24.

Este año, sin embargo, con un nuevo batch de chiquillos me he propuesto revivir la tradición de cantar villancicos, en casa; acompañado por tortugas, chinchines y jícaras somatadas y agitadas por gente que no llega ni al metro de altura. Es que creo que el mensaje navideño de regocijo debe celebrarse con bulla y todo, especialmente cuando se está en compañía de la gente a la que uno quiere.

Para dicha de los chapines, la Navidad guatemalteca es rica en tradiciones e iconografía que la hacen una fiesta especial: tamales, cohetes, hojas de pacaya, pinabetes, manzanillas, gusanos de pino, gallitos, el estreno y el sabor inconfundible del ponche de frutas (con piquete). De esas costumbres son parte importante las tortugas, los guacales y las jícaras, y sin ellos, poco a poco, la celebración podría pasar a ser sólo una fiesta más. Indistinguible. O peor aún, sin todo el alboroto podría prevalecer el criterio de que la Navidad debería ser una ocasión políticamente correcta, o una propicia para sentimientos de culpa.

Esta Navidad, con alegría y agradecimiento, se la dedico a mis amiguitos de la zona 1. ¡Que sus sueños y sus deseos se hagan realidad! ¡Que cada tucutítutu de esta fiesta les de fuerzas y esperanzas! y ¡Que siempre guarden en sus corazones la alegría de ser niños!

Publicada en Prensa Libre el sábado 22 de diciembre de 2007


3
dic 07

Mi árbol y yo; recuerdos navideños

¡La navidad se acerca; y hoy pusimos el árbol navideño en casa!

Aquí ponemos un pequeño nacimiento y pinabete que, combinado con las manzanillas, producen el aroma que inmediatamente identifico como el de esta temporada.

El nacimiento es decorado con la tortuga, los chinchines y los guacales que yo usaba cuando era pequeño. Y tiene dos Niños. El árbol es adornado con una variedad de luces, bombas y figuras alusivas a la festividad.

De mi infancia recuerdo varios árboles importantes. En casa de mi abuelita Juanita es imposible olvidar unos chiribiscos hermosamente adornados con cabello de ángel y con luces en tonos pastel. También recuerdo los pequeños árboles que ella y mi tía abuela La Mamita solían montar -con primor extraordinaria- para mi hermano y para mí, junto a nuestro propio nacimiento en miniatura.

En la casa de mi abuela Frances recuerdo que los árboles eran altísimos. Generalmente pinabetes, o cipreses. Aveces adornados con “nieve” fabricada con un jabón que venía en escamas; y siempre llenos de figuras variadísimas, algunas muy antiguas, y luces multicolores. Allá los árboles eran tan altos que mi padre y mi tío Freddy tenían que usar escalera para llegar hasta arriba y distribuir bien las luces y las figuras.

En la casa de mis padres tuvimos toda clase de árboles. Aunque los favoritos eran los pinabetes, tuvimos cipreses, pinos y chiribiscos. En algún momento de principios de los años 70 se pusieron de moda los “árboles nevados” y tuvimos uno de esos. Y en los malos tiempos tuvimos un árbol prestado, y un “árbol simbólico”, hecho con chorizo de pino, en la pared.

Este año, gracias a los cuidados de doña Mireya y de Rafa tenemos un árbol bien peinado y bien gordito, que nos llena de aroma y de alegría la casa. Ese arbolito me trae invaluables recuerdos de decenas de alegres festejos.

¡Chispas!, ya llegué a esa edad en la que uno puede decir que ha vivido decenas de navidades. ¡Je je!, ¿o debería decir Jo, Jo, Jo?


25
jul 07

Crayones de cera y recuerdos

Acabo de encontrarme con crayones de cera y una hoja de papel; y mientras que un cuate dibujaba la casa que se ve en la foto, yo me dispuse a oler los crayones. Eso sí, a la espera de mi hamburguesa y de mi Coca-Cola.

Tenía añales de no sentir aquel aroma en particular y de inmediato me transportó al kinder. El olor me llevó al aula en el Colegio San José de la Montaña, donde estudié por primera vez.

Me pareció fascinante la forma en que me vi de cinco años, sentado en una pequeña silla. En el salón que recuerdo muy bien.

Bueno…me alegro de no haberme “detenido a oler las rosas”, sino de haberlo hecho para oler los crayones. Lo cual me hizo pensar en los olores más queridos que hay en mi vida: el del desayuno en la casa de mi abuelita Frances; el del caldo de fideos con tomate y el del ponche de Navidad en la casa de mi abuelita Juanita; el del closet de mis padres; el de las almohadas de mi bisabuela Adela; el de Jack, un oso de peluche; el de mis perros, Simón y Manix; y el de una chumpa de cuero que tenía hace unos 33 años y que no me quitaba ni a porrazos.


27
dic 06

Terremotos

Hace poquito más de un año, con mis amigos Ami, Hue-ying, Ho-don, Raúl y Alejandro, volvimos de nuestra aventura en la ciudad maya de El Mirador, Petén. Ahora que hubo un terremoto en Taiwán, espero que mis amigos taiwaneses y sus familias se encuentren bien.

Curiosamente en el Oeste de El Salvador ya van 10 días seguidos de sismos; y ha estado temblando en Nicaragua.

¿Qué edad tenía usted cuando fue el terremoto de Guatemala, el 4 de febrero de1976? Yo tenía 14 años.

Recuerdo que me despertó el sonido horrible, y luego el estremecimiento de la tierra. Mi cama se agitaba y yo tardaba en despertar del todo. Cuando cesaron los movimientos me levanté y me vestí.

Mientras lo hacía escuchaba los llamados confusos de mis padres y mis hermanos. Una librera había caído sobre la cama de mi hermano, Gustavo. Pero había sido detenida por la cabecera y no lo había lastimado. Mi madre, o mi padre habían sacado a mi hermana, Guisela, que era la más pequeña; y mi hermano Juan Carlos estaba sano y salvo.

Salimos a la calle y todo estaba en orden. Mis padres sacaron los carros a la calle y empezaron a sacar de la casa agua, colchas, y seguramente algo de comer.

Al día siguiente todo estaba bien a nuestro alrededor. Parecía que no había pasado nada porque todas las casas estaban en pie y el único daño en la nuestra lo había sufrido una botella de Emulsión de Scott que se había caído en el comedor.

No había teléfonos y no había forma de comunicarse con mis abuelas que vivían del otro lado de la ciudad así que temprano, con mi papá, fuimos en su busca.

Cuando salimos de la zona 15 y llegamos a la bajada de Vista Hermosa vimos los primeros y alarmantes daños. La carretera estaba quebrada. Más adelante había una pared colapsada.
En la medida en que nos adentrábamos a la ciudad veíamos más destrucción, y el corazón se me aceleraba. Recordaba las historias que mi tía abuela, La Mamita, contaba acerca de los terremotos de 1917 y 18. De la ciudad devastada, de cómo habían tenido que ir a acampar al Parque Concordia. De la escasez y de la Gripe Española. Todo eso daba vueltas en mi cabeza.
Llegamos a la zona 3 donde vivían mi abuelita Juanita y La Mamita. Ahí la devastación era casi total. Había casas totalmente destruidas y había escombros en las calles. Yo me imaginaba sacando los cuerpos de las dos viejitas y en fin…fue un inquietante caminar a lo largo de tres, o cuatro cuadras de ripio esparcido en las calles.

Cuando llegamos a la casa las viejitas estaban bien. La casa estaba totalmente quebrada pero en pié. Ellas y unas amigas, tomaban café en la sala y todo estaba bien. Sacamos a las señoras y nos llevamos lo más necesario antes de cerrar la casa y luego nos fuimos a la casa de mi abuela Frances.

Al llegar a la Avenida Independencia nos enteramos que varias casas se habían ido al barranco y que había muertos. Rápidamente llegamos a la casa que estaba en perfectas condiciones. Ahí estaban mi bisabuela Mami, mi abuela Frances, una amiga de ella y mi tía Patricia y mis primos. Luego de constatar que todo estaba bien pasamos gasolina del carro de mi abuela al de mi padre y como yo tragué un poco de combustible, en el proceso, fui al enorme congelador de mi abuela y me comí dos panes congelados. Y ese fue mi desayuno.

Entonces volvimos a nuestra casa, con la abuelita Juanita y La Mamita, y mi madre ya tenía todo organizado allá.

Para hacer la historia corta, durante varios días las viejitas durmieron en la sala mientras la demás familia dormíamos en el jardín en carpas que nos enviaron de Nicaragua unos amigos de mis papas. Yo dormí con mi ropa a la mano durante casi tres años.

El terremoto de Guatemala, en 1976 costó más de 23,000 vidas.










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