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680550Onomástica Andina. Quechua. Rodolfo Cerrón Palominoi
Onomástica Andina. Quechua. Rodolfo Cerrón Palominoi
QUECHUA
Rodolfo Cerrón-Palomino
Academia Peruana de la Lengua
0. En la presente nota nos ocuparemos del glotónimo quechua,
nombre con el que se designa a la lengua andina más importante del
continente sudamericano. Hablado en seis países (Colombia, Ecuador,
Perú, Bolivia, Argentina y Chile), el quechua constituye en verdad
una familia lingüística integrada por al menos cuatro ramas, que a su
vez contienen varios dialectos, con semejanzas y diferencias similares a
las que se dan entre las lenguas románicas, y, por ende, con distintos
grados de inteligibilidad entre sí. Como en el caso del aimara, y en
general de todo idioma, la lengua no tenía nombre propio, y el que
lleva, origenariamente un etnónimo, le fue impuesto por los españoles.
Contrariamente a lo que se cree, tampoco runa simi es una expresión
acuñada por los antiguos peruanos, y, al igual que en el caso anterior, se
trata de una designación intervenida, es decir inducida desde fuera. En
las secciones siguientes ofreceremos la génesis del glotónimo aludido,
estableciendo su etimología, con particular énfasis en el origen prístino
En cada provincia tiene su lengua. Hay una lengua entre ellos que
es muy general, y ésta procuraron todos aprender, porque era ésta la
lengua de Guaynacava, padre de Atabalica (cf. Ruiz de Arce [1542]
1968: 434).
1 Por lo demás, en otro lugar ya nos hemos ocupado del tema (cf. Cerrón-Palomino
1987: cap. I, § 1.2), y el lector bien puede remitirse a él; aquí, sin embargo, ofrecemos
mayores precisiones al respecto, incorporando nuevos datos que enriquecen
notablemente la discusión presentada anteriormente.
Ruiz de Arce, a los incas, y entonces nos habla de “la lengua general de
los Ingas” (cf. Cieza de León [1553] 1984: xli, 132), o a su pretendido
lugar de procedencia, que sería la capital imperial, y entonces se referirá
a ella como a “la lengua general del Cuzco” (cf. op. cit., cap. xliiii, 142), o
simplemente “lengua del Cuzco” (Cieza de León [1551] 1985: XXIV, 72),
tal como lo hace también el cronista contador (cf. Zárate [1555] 1995:
VI, 39).
2 Carece, pues, de toda base la sugerencia hecha por Markham, en el sentido de que
habría sido el mismo sevillano quien bautiza la lengua como quichua, en razón
de haberla aprendido en la región de los <Quichuas> (cf. Markham [1910] 1920:
Apéndice B1, 268). Lo cierto es que fray Domingo, que pasa muchos años en
Chincha, evangelizando y fundando conventos, haya aprendido allí la variedad local,
es decir la chinchaisuya, que es la que describe y codifica. Por consiguiente, igual de
inexactas son las aseveraciones que hacen los académicos del quechua cuzqueño,
tornando en verdades absolutas las sugerencias del historiador británico, como se
puede ver en su Diccionario (cf. sub qheswa), obra por lo demás plagada de errores
y de falacias relativas a la cultura andina, e incaica en particular, según lo hemos
demostrado en nuestra reseña respectiva (cf. Cerrón-Palomino 1997).
3 Descartamos aquí el empleo de <quichua> que se hace en el texto anónimo del “Discurso
sobre la descendencia y gobierno de los Incas”, supuestamente escrito a instancias de Vaca
de Castro, alrededor de 1542 (cf. Anónimo [1608] 2004). Como lo ha demostrado Porras
Barrenechea ([1952] 1986), el documento aludido fue en verdad firmado y rubricado en
el Cuzco, a 11 de marzo de 1608, por un tal fray Antonio. Creemos que el empleo de
<quichua>, en el documento mencionado, es la mejor prueba de su carácter tardío,
perfectamente armonizable con la fecha señalada por Porras.
4 Obviamente, el hecho de que también el aimara fuera considerada “lengua general” (cf., por
ejemplo, Ramírez [1597] 1906: 297, quien llega incluso a considerarla como “la más general
de todas”), sin mencionar el puquina, creaba, en el mejor de los casos, cierta ambigüedad en el
empleo de la expresión “lengua general” a secas, aunque en algunos autores, como en el Inca,
podía advertirse un sesgo militante a favor de su quechua. Ver nota siguiente.
5 Lo señalado podría no ser del todo cierto, desde el momento en que no faltan
documentos en los cuales <quichua> parece haberse empleado también para
designar no sólo al aimara sino incluso al mochica (!). En efecto, en su “Relación”
de los chumbivilcas, el corregidor Francisco de Acuña, al dar cuenta de los indios
de Condesuyos, refiere que éstos “hablan algunos dellos en su lengua quíchua y la
mayor parte en la lengua general del inga” (cf. Acuña [1586] 1965: 310). Asimismo,
al mencionar el pueblo de Alca, señala que sus moradores “hablan algunos dellos
la lengua quíchua y otros la general del inga” (op. cit., 313). De otro lado, en un
documento dado a conocer por Josefina Ramos de Cox, y que lleva por título
“Memoria de las doctrinas que ay en los valles del Obispado de Trujillo” (ca. 1630),
se menciona que, en las doctrinas de Paiján y Chócope, se hablaba “la lengua de
los valles que es la que llaman qichua o mochica” (cf. Ramos de Cox 1950). Es más,
a Roque de la Cejuela, cura de Lambayeque, se le atribuye nada menos que un
“Catecismo de la lengua yunga o quichua y española”, cuya fecha remontaría a 1596,
según nos lo hace saber Zevallos Quiñones (1948). Para Alfredo Torero ([1972] 1972:
70), en el primer caso, tendríamos una clara evidencia de que el nombre en cuestión
designaba también al aimara, y que, por consiguiente, todavía no era exclusivo de la
lengua que hoy llamamos quechua. ¿Qué podemos decir al respecto? Como lo hemos
señalado en otro lugar, el argumento resulta deleznable (cf. Cerrón-Palomino 2000:
cap. I, § 1.2). De hecho, en el mismo texto de la “Relación”, al hablar sobre los indios
de Colquemarca, se dice que manejan “la lengua chunbivilca, y en general algunos
la lengua quíchua del inga” (p. 320); del mismo modo, de los pueblos de Livitaca y
Torora se afirma que “hablan la lengua chunbivilca y la general del inga, ques quíchua”
(p. 324). Como observa correctamente Tschudi ([1891] 1918: 164-165), lo más seguro
es que estemos sencillamente ante un error del copista. En cambio, el segundo caso
visto parece tener otra explicación, y aquí sí estamos de acuerdo con Torero (1986):
las citas podrían estar ilustrando, de manera inusitada (en el tiempo y en el espacio),
el empleo de la palabra con el significado de “valle”.
6 Diego de Molina ([1649] 1928) y Sancho de Melgar (1691) son dos personajes
importantes, autor de un sermonario el primero y gramático el segundo, que se
suman de manera explícita a la campaña a favor de la variante <qquechhua>, tal
como la escribe el segundo de los autores mencionados.
interpretación de la vocal quechua [] como <i>, fue adoptada por los
primeros gramáticos como el nombre de la lengua, dejando la forma
<quechua>, esta vez con identificación de [] como <e>, para referir a
‘zona templada’, y eventualmente a ‘valle’. Ello se manifiesta de manera
muy clara tanto en el Anónimo (1586) como en Gonçález Holguín: el
primero consigna <quichua> con el significado de “lengua general” y
<quechhua> como “tierra templada”; el segundo, si bien no recoge la
primera entrada, la emplea como parte del título de su obra: “lengua
qquichua o del inca”, a la vez que registra <qquechhua> “la tierra
templada o de temple caliente” (cf. Gonçález Holguín, op. cit., I, 300)10.
Los proponentes del cambio de <quichua> por <quechua> para referir a
la lengua, lo dijimos ya, desoyendo la convención establecida, preferían
ajustar el término sobre la base de la pronunciación del nombre que
aludía a “valle templado”, y que consideraban el étimo de la palabra,
aunque en este caso correctamente, como se verá. Notemos, en este
punto, un aspecto adicional del debate, no exento de ribetes ideológicos:
quienes reclaman el cambio no son mayormente, aparte de Alonso de
Huerta, los gramáticos y lexicógrafos, sino los prosistas del quechua,
por lo general criollos y mestizos, más preocupados por su fidelidad a la
pronunciación nativa de la lengua.
11 La influencia aimara en este caso está fuera de toda duda, y, sin ir muy lejos, basta
con ver cómo se pronunciaba el nombre de la lengua entre los lupacas, al tiempo en
que tales cambios aún no se habían consumado en el cuzqueño: el jesuita anconense
recoge <Quesua aro> “lengua quichua, o del Inga”, agregando a renglón seguido la
frase latina “Eiusdem pronuntiationis”, es decir la pronunciación de los hablantes de
aimara (cf. Bertonio [1612] 1984: II, 290).
12 Oigamos lo que nos dice al respecto nuestro colega y amigo Xavier Albó:
“Limitándonos a nuestro mundo andino, la complejidad de esta cuestión ortográfica
[del quechua] queda ilustrada en los índices de la bibliografía de Rivet [y Créqui-
Montfort] (1956) donde descubrimos que el nombre del idioma “quechua”, que sólo
tiene 5 o a lo más 6 fonemas, ha llegado a ser escrito de 83 maneras distintas” (cf.
Albó 1974: cap. 6, 125). Tales son las consecuencias por atender al llamado ingenuo
de la pronunciación nativa.
los datos dialectales del quechua permiten sostener, con seguridad, que la
consonante africada de la palabra estudiada no fue /č/, como la castellana,
sino /ĉ/, es decir una retrofleja, no desconocida del todo en algunos
dialectos del castellano, como el chileno (repárese aquí en la pronunciación
del grupo <tr>). Evidencias a favor de ello nos proporcionan las variedades
quechuas centrales, en las que se preserva la africada retrofleja, ausente en
los dialectos sureños. Así, por ejemplo, el quechua de Pacaraos (Huaral),
registra [qeĉwa] ‘valle’ y el de Huancayo consigna también [iĉwa] ‘habitante
de las estancias’, en este último caso, con eliminación de la /q/ inicial,
ausente en el dialecto. Con estos datos, que no son los únicos, podemos
reconstruir cómodamente *qiĉwa, como la forma registrada por el proto-
quechua13. Es, pues, a partir de esta postulación que se explica, como
producto de una evolución, su cambio en [qč.wa], que es la forma sureña
que escucharon los españoles en boca de los cuzqueños.
13 Lo propio podemos decir de la voz cachua (en el cuzqueño moderno, qhaswa), que
remonta al proto-quechua *qaĉwa. Como se ve, los cambios mencionados son, pues,
regulares y no simplemente producto del azar.
14 Nótese que el autor, que no hace uso oficial del alfabeto aimara, emplea <e> en
vez de <i> en su notación. Véase, en cambio, el tratamiento diferente por parte de
Büttner y Condori (1984: 183) y Callo Ticona (2007: 214): en ambos casos tenemos
<qhirwa>.
En relación con el segundo punto, que tiene que ver con el ajuste
entre el significado de ‘zona templada’ y el habitat de los quechuas
prehistóricos, fue Tschudi quien, cuestionando la etimología propuesta,
hizo el reparo en el sentido de que, de las “naciones” que se reclamaban
18 Observa al respecto Pulgar Vidal, que “no todas [las regiones naturales del Perú]
tienen las mismas e invariables condiciones y características”, pues ocurre que “entre
una zona y otra hay verdadera interpenetración como entre los pedazos de una tarjeta
rota en forma sinuosa, de suerte que las salientes de una región corresponden a las
entrantes de la otra, y recíprocamente” (cf. Pulgar Vidal, op. cit., 25).
19 Entre los topónimos con estructura derivada destacan <Quichua-s> (varios lugares en
Ancash, en Pasco, y en Tayacaja), <Quichua-y> (en Huailas y Huancayo), <Quichua-n>
(en Aija, Ancash), en los que se divisan los reflejos de los sufijos –ş, del quechua, al
lado de –y y –n, de origen aimara. Los topónimos <Quechua-ya> (en Lucanas y en
una isla del Titicaca) y <Quichua-ni> (en Langui, Canas) son variantes aimarizadas
(previa adición de la vocal paragógica [a]) de sus correspondientes <Quichuay> y
<Quichuan>, respectivamente, delatando, además, el sustrato aimara respectivo.
Para los sufijos referidos y los significados que les imprimen a la base a la cual se
agregan, ver Cerrón-Palomino (2002a, 2002b).
hahua ‘fuera, encima’. El siguiente pasaje es, en este punto, muy revelador: “Y en
este repartimiento [de Atunrucana y Laramati] hay muchas diferencias de lenguas,
porque casi cada cacique tiene su lengua, aunque todos hablan y se entienden en
la del Inga; y a las lenguas diferentes de las del Inga en que se hablan y entienden,
la llaman hahuasimi, que quiere decir lengua fuera de la general, que es la del Inga”
(cf. Monzón [1586} 1965: 228). Incidentalmente, la desbordada fantasía de nuestros
historiadores tradicionales, ayudada por su desconocimiento campante del quechua,
hizo que en vez hahua se leyera huahua ‘criatura’, de manera que, según esto, las
lenguas diferentes del quechua y del aimara serían ‘lenguas infantiles’.
21 Al lado de <runa simi>, también parece haberse empleado <quichua simi> ‘lengua
quechua’. Así, por ejemplo, en Pedro Pizarro ([1571] 1978: XIII, 75), quien recoge
<guichuasimi>. De paso, la versión consultada trae <quechuasimi>, a todas luces una
forma reñida con la manera en que se escribía la palabra en tiempos del cronista,
y que sólo puede ser atribuida a uno de los censores del que nos habla Lohmann
Villena, el editor de la obra (pp. XLIX-L).
sino también, aunque propiciada e inducida por ella a través del sistema
educativo, por los propios hablantes de la lengua. Baste con señalar que
la designación no goza de uso general, no ya entre los hablantes de las
ramas central y norteña del quechua, sino ni siquiera entre los usuarios
de la variedad sureña en su conjunto: de hecho, ella es desconocida en
Bolivia. Ya se dijo, en cambio, que el empleo del término quechua y sus
variantes fonéticas es prácticamente general en todos los ámbitos en los
que se habla la lengua involucrada.
R E F E R EN C I A S
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CERRÓN-PALOMINO, Rodolfo
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